Página quince: Movilizar a los jóvenes contra los antivacunas

Los adolescentes son muy capaces de entender la importancia de la vacuna contra el VPH para ellos mismos, sus parejas sexuales y su comunidad.

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BRUSELAS– El sarampión ha vuelto. Los casos informados de la enfermedad –que había prácticamente desaparecido por décadas– se han elevado en Europa y Estados Unidos, y produjo 110.000 muertes en todo el mundo en el 2017. Los niños deliberadamente no vacunados son las principales víctimas de la epidemia, y su causa primaria.

El activismo antivacunas ha existido casi por tanto tiempo como las vacunas mismas. Pero se ha intensificado desde 1998, cuando en un caso histórico de “noticias falsas” en el ámbito médico, Andrew Wakefield y sus coautores publicaron un artículo en The Lancet, una publicación médica de referencia, en el que afirmaban haber encontrado un vínculo entre la vacuna del sarampión, las paperas y la rubéola (SPR) y el autismo.

Una acuciosa investigación subsiguiente reveló que el artículo era completamente falso. Lamentablemente, para cuando The Lancet se desdijo del artículo en el 2010, ya había dado nuevo impulso al movimiento antivacunas, generando una creciente desconfianza en la vacuna SPR y haciendo que menos gente la aceptara.

La reacción no se limitó a la vacuna SPR. En sitios web, blogs y redes sociales comenzaron a circular acusaciones infundadas acerca de los efectos supuestamente perniciosos de otras vacunas. Para muchos, estas tenían más peso que la evidencia científica, el consejo de expertos médicos o las recomendaciones de las autoridades de salud pública, a quienes los activistas antivacunas acusan de estar sesgadas por conflictos de intereses, a pesar de las estrictas normas que existen al respecto.

Las brechas en cobertura de las vacunas se han cobrado un alto precio. La cobertura es insuficiente en EE. UU. y varios países europeos para alcanzar la llamada inmunidad de grupo, es decir, cuando una proporción suficientemente alta de la población ha sido vacunada –más del 90 % en el caso del virus del sarampión– como para interrumpir la cadena de transmisión. La inmunidad de grupo protege a quienes no han sido vacunados todavía o no pueden serlo por motivos médicos bien fundados, por ejemplo, porque están inmunocomprometidos.

En este sentido, la vacunación es más que bienestar individual: es una acción de solidaridad social. Por eso una cantidad creciente de gobiernos buscan maneras de inducir a los padres a que vacunen a sus hijos. Varios estados de EE. UU. y países europeos (los más recientes son Italia y Francia) han promulgado leyes que hacen obligatorias varias vacunas y prohíben la matrícula de niños sin vacunar en centros preescolares y salas cuna.

Australia ha ido un paso más allá. De manera adicional a su política de “sin inyección no se juega” de excluir a los niños sin vacunar del preescolar y la sala cuna, aprobó una política de “sin inyección no se paga” que retiene los beneficios infantiles a los padres que no vacunan a sus hijos. La política se hace cumplir estrictamente, y no hay excepciones para las familias objetoras por razones filosóficas o religiosas.

El incentivo financiero ha elevado las tasas de vacunación, pero solo modestamente. De diciembre del 2015 (cuando se introdujo la política) a marzo del 2017, la tasa de inmunización para niños de un año aumentó cerca de un punto porcentual.

Pero con miles de niños sin vacunar todavía, incluso tras la reducción de los beneficios estatales para sus padres, parece evidente que la vacunación obligatoria no bastará para recuperar y mantener la cobertura a largo plazo. La clave radica en la educación, especialmente de los jóvenes.

Los programas educativos sobre los beneficios de la inmunización suelen apuntar a padres y profesionales de la salud, pero las personas jóvenes pueden desempeñar un papel decisivo en revertir el fenómeno del rechazo a las vacunas. Las conversaciones sobre la toma de la vacuna para el virus del papiloma humano (VPH), la enfermedad de transmisión sexual más extendida, pueden transformarse en una importante oportunidad.

El VPH, que por lo general se adquiere durante la adolescencia y la adultez temprana, causa la mayoría de los tumores cervicales en las mujeres y muchos tumores bucofaríngeos en hombres. Desde el 2006 existen vacunas contra el VPH seguras y eficaces, que evitarían más de 300.000 muertes por cáncer al año.

En la actualidad, se recomienda administrar vacunas para el VPH a mujeres y hombres preadolescentes, pero la tasa de inmunización global contra este virus es insuficiente para alcanzar la inmunidad de grupo debido a la resistencia de algunos padres. Por eso, la educación debería apuntar también a los adolescentes, que pueden convertirse en partidarios y promotores de las vacunas.

Los adolescentes son muy capaces de entender la importancia de la vacuna contra el VPH para ellos mismos, sus parejas sexuales y su comunidad. De hecho, este es el periodo en la vida de una persona en que se forman sus creencias y actitudes sobre asuntos de salud. Solo necesitan que se les dé información precisa a través de programas educativos que vayan más allá del aula y aprovechen las historietas, las herramientas de aprendizaje con juegos, las redes sociales y otras tecnologías digitales. Para ser creíbles y eficientes, estas iniciativas deben ser independientes de los grupos de presión y los fabricantes de las vacunas.

Dar a los jóvenes incentivos para que tomen decisiones informadas y conversen con sus padres sobre la vacuna contra el VPH podría llevar a una aceptación de otras que salvan vidas. Puesto que la eficacia de los programas de inmunización es un factor clave de la salud, un cambio así sería un gran logro de la sanidad pública.

En la lucha por la acción climática o, en los Estados Unidos, el control de las armas, los movimientos juveniles ya están cambiando mentalidades y dando forma a las agendas políticas. Ahora es el momento de movilizar a los jóvenes para que superen la resistencia a las vacunas y, así, podamos dejar enfermedades como el sarampión en el pasado, donde pertenecen.

Michel Goldman: fundador y codirector del Instituto de Innovación Interdisciplinaria en salud ((I3h) de la Universidad Libre de Bruselas, fue director ejecutivo de la Iniciativa de Medicamentos Innovadores (IMI, por sus siglas en inglés) del 2009 al 2014.

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