Página quince: Mi hombre del año

Al encarcelar al intrépido activista prodemocracia en Hong Kong, Jimmy Lai, el Partido Comunista de China pretende reforzar los nuevos límites al Estado de derecho, la disidencia y la autonomía en la ciudad

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LONDRES– El 12 de diciembre Jimmy Lai, exitoso empresario y audaz promotor de la libertad y la democracia, fue llevado a los tribunales de Hong Kong, esposado y encadenado, acusado de violar la ley de seguridad nacional recientemente impuesta por el Partido Comunista de China (PCCh).

La meta de las autoridades chinas al acusar a Lai era reforzar los nuevos límites de la ley, el disenso y la autonomía en la ciudad.

El juez fue seleccionado por la acomodaticia jefa del poder ejecutivo de Hong Kong, Carrie Lam, cuya principal responsabilidad es ejecutar las malévolas instrucciones del PCCh para la ciudad.

Los partidarios de Lai, de 72 años de edad, entre quienes se cuenta el cardenal católico Joseph Zen, estuvieron en el tribunal para presenciar cómo se le negó la libertad bajo fianza hasta su juicio, programado para abril del 2021.

El gobierno chino odia a Lai porque encarna una apasionada convicción de libertad. Esperemos que el tiempo que Lai pase en prisión sea en Hong Kong y no en el continente.

Las esposas y cadenas son el trágico símbolo de lo que ocurrió a la sociedad hongkonesa en el 2020, alguna vez libre.

El PCCh, por supuesto, nos victimizó todo este año. El partido inicialmente ocultó el brote de covid-19 en China y silenció a los valientes médicos cuando intentaron advertir al mundo sobre lo que pronto enfrentaría.

Algunos líderes nacionales hicieron su aporte para ensombrecer más la situación. La negativa del presidente estadounidense, Donald Trump, a aceptar el resultado de una elección que perdió por varios millones de votos perjudicó al sistema democrático de ese país.

Su vergonzoso comportamiento —secundado por los líderes republicanos y los aliados de ese partido en los medios— lo rebajan a él y a su partido, y debilita los argumentos a favor de la democracia en todas partes.

Mientras tanto, el presidente ruso, Vladímir Putin, sigue siendo cómplice de los asesinatos de sus opositores a manos de los servicios de seguridad y de las acciones para debilitar a los Estados democráticos cada vez que se presenta la oportunidad.

Otros líderes autoritarios, desde el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, hasta el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, modificaron las Constituciones y los sistemas electorales de sus países para consolidar regímenes intransigentes.

Pero es el presidente chino, Xi Jinping, quien constituyó la peor amenaza para los valores democráticos liberales este año.

Aprovechando la preocupación del mundo por la pandemia, las fuerzas chinas mataron soldados indios en el Himalaya, hundieron e intimidaron a navíos de pesca de otros países en aguas internacionales y amenazaron a Taiwán.

El régimen de Xi también insistió en políticas genocidas contra los uigures musulmanes en Sinkiang, además de atentar contra la libertad en Hong Kong.

Cuando Hong Kong volvió de la soberanía británica a la china en 1997, los líderes chinos prometieron en un tratado internacional depositado en las Naciones Unidas que la ciudad continuaría disfrutando su forma de vida y elevado nivel de autonomía durante 50 años. Esa promesa, como tantas otras del PCCh, terminó en la basura.

China claramente se horrorizó cuando las elecciones y manifestaciones mostraron, cada vez más, que la mayoría de la gente en Hong Kong se negaba —como los taiwaneses— a aceptar que para querer a China tenían que querer al PCCh; pero por lo menos dos tercios de los ciudadanos hongkoneses eran refugiados o parientes de refugiados de los horrores de la historia comunista china.

Esa gente quería mantener el sistema que la ayudó a prosperar y convirtió a Hong Kong en un nodo económico internacional.

El gobierno de la ciudad, como el de otras sociedades libres, se basaba en la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, la libertad de expresión y una economía de mercado.

Esos aspectos de una sociedad abierta aterraban al régimen de Xi. El poder del PCCh depende de que los capos del partido en el centro controlen todo con mano de hierro: las universidades y escuelas deben ser «ingenieras del alma», para usar la frase de Stalin, y los tribunales deben hacer lo que indica el PCCh.

El libre flujo de la información es demasiado peligroso y hay que aplastar toda noción de responsabilidad democrática.

Los países que critican algunos de los comportamientos del PCCh, desde Australia hasta Canadá, son objeto de intimidaciones comerciales o cosas peores.

China tomó de rehenes a dos ciudadanos canadienses debido a que Canadá decidió detener a un alto ejecutivo de la empresa de telecomunicaciones Huawei en el 2018. Esos hombres pasarán su tercera Navidad en confinamiento solitario.

Este año, fue el turno de Hong Kong, el ahogo exhaustivo de la libertad en la ciudad avanzó sin piedad sobre escuelas y universidades, la legislatura, los tribunales, el funcionariado y los medios. Hay que aplastar todo disenso y encarcelar a quienes promueven la democracia.

Lai es la última víctima y la más destacada del concepto que el PCCh tiene de la ley, que el estudioso estadounidense de China Perry Link alguna vez describió como una «anaconda en la lámpara de techo».

Lai nació en China, pero escapó a Hong Kong sin un centavo, como polizón, cuando tenía 12 años de edad. Trabajó en una fábrica de indumentaria, ganó lo suficiente como para iniciar su propia empresa y fundó la cadena internacional de venta minorista de modas Giordano.

Lai nunca olvidó que fueron la libertad y el Estado de derecho los que le permitieron, junto con otros, prosperar... y denunció el desprecio del comunismo hacia ambos.

Después de la masacre de los manifestantes en la plaza de Tiananmén y otros sitios en China, en 1989, criticó directamente al por entonces primer ministro chino Li Peng.

Por ello, su hogar y sus empresa fueron atacados y bombardeados por activistas comunistas del Frente Unido y sus compañeros de ruta de las tríadas criminales de Hong Kong.

Obligado a cerrar su empresa de indumentaria, Lai creó un grupo de revistas y periódicos inmensamente popular. Apoyó con fuerza la democracia y nunca bajó el tono de sus críticas hacia el comunismo chino.

Católico devoto, Lai consideró a Hong Kong como su hogar y estaba decidido a quedarse y luchar por la ciudad que amaba.

Por el obvio crimen de sus principios y coraje y su negativa a renunciar a sus creencias, Lai se convirtió en víctima del vengativo PCCh, con la colaboración de unos pocos chupamedias hongkoneses cuyas reputaciones quedarán por siempre manchadas por la vergüenza y la infamia.

Pero la prisión suele ennoblecer a quienes luchan por la democracia y fomentar el apoyo a favor de sus causas: pensemos en Martin Luther King Jr., Nelson Mandela o Václav Havel. Y ahora... pensemos en Jimmy Lai, mi hombre del año.

Chris Patten: último gobernador británico de Hong Kong y excomisario de Relaciones Exteriores de la Unión Europea, es rector de la Universidad de Oxford.

© Project Syndicate 1995–2020