Página quince: Las metáforas de los bosques

La naturaleza es protagonista en la Biblia y en las obras de novelistas, poetas y filósofos.

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Creamos el lenguaje para contarnos historias sobre el mundo. Desde el inicio, las metáforas nos hicieron sentir y ver la realidad de una manera particular.

Todo pasa por el lenguaje y su red simbólica, inclusive la idea que tengamos de la naturaleza. Si trazo una línea en el mapa de la historia, veré los pasos que la naturaleza ha dado como concepto hasta nuestros días.

Un recorrido que puede empezar con las narraciones de los pueblos fundacionales y los textos religiosos. La Biblia recrea una noción de la naturaleza muy posiblemente enraizada en la cultura griega, debido a su traducción.

En ella se habla de un dios que ordena el caos, zona donde la conductas bestiales se reproducen hechas serpientes y demonios escondidos en desiertos o parajes salvajes.

Junto con esa idea se instala el imaginario de un bosque palpitante de comida y seres peligrosos. Pero ya antes, en todas las religiones fundacionales, sean occidentales o no, los bosques están mencionados como los lugares donde se encuentra el alimento y el mundo de los espíritus, señores de otros mundos y gnomos, que no controlamos.

Es también la Pachamama, la originadora y el lugar de las plantas y las drogas sagradas. El hábitat de la magia natural que James George Frazer, en su libro La rama dorada, explica como la mimesis compartida por todos los sistemas de creencias, donde se simula de muchas maneras el culto a la fertilidad.

De esta manera nuestra relación con la naturaleza, al simbolizarla, mantiene su perfil dual entre zona caótica que hay que ordenar y despensa para abastecerse. Así, se construyen templos en las orillas de los bosques donde adorar a los espíritus que los habitan y pedirles orden y alimento.

Los templos se llenan de gente que acampa, y estos, a su vez, construyen casas y luego ciudades con jardines. El bosque queda atrás, pero aparecen los imaginarios del jardín del edén, donde se cultivan plantas y se modifica el entorno. Nuestra idea de paraíso es también un sinónimo de la naturaleza, pero esta vez ordenada.

Metamorfosis. La metáfora de naturaleza mágica, pastoril, griega, pasó con el tiempo a ser de naturaleza por dominar. Conforme las religiones occidentales asumieron su sociedad con el imaginario imperialista, colonialista y luego con el industrial, la naturaleza se convirtió en enemiga.

Con esa visión se inicia la narración de la naturaleza en la literatura. Visión que va desde ser escenografía o personaje hasta un inventario de bienes por adquirir, como en las narraciones hechas de las expediciones españolas, por poner un ejemplo, la de Gonzalo Fernández de Oviedo (1519), quien describe la flora y la fauna de sus largas incursiones botánicas por el continente.

Pero la naturaleza narrada no se queda ahí. Su visión cambia a lo largo del tiempo debido a las ideologías y los sistemas que los seres humanos imponemos sobre el mundo y sus recursos: del período colonialista, que ve la naturaleza como bosque estático que debe ser controlado por el ser humano (Rousseau), al culto a la naturaleza en su versión de naturalismo pagano, desarrollado, sobre todo, en Alemania y los países nórdicos.

Los expedicionarios solían llevar dibujantes, médicos, farmacéuticos y geógrafos para inventariar las plantas susceptibles de comercialización y escribir una especie de geografía literaria de los recursos naturales.

En Costa Rica Karl Hoffmann, médico del Ejército en la guerra de 1859, y José Castulo Zeledón, son geógrafos y científicos que escriben y catalogan lo que van observando.

La narrativa realista con ojo científico se inicia con ellos y Anastasio Alfaro y Fidel Tristán. Mención aparte para Ricardo Jiménez y sus crónicas de viajes en Costa Rica, como ejemplo de literatura de viajes y naturaleza.

Otra concepción. Los ingleses desarrollaron el culto a la naturaleza salvaje, donde no solo clasificaban, sino también interpretaban la naturaleza de sus colonias antropológicamente, lo cual justifica la idea de naturaleza como capital natural, como riqueza apropiada que nos acompaña hasta la actualidad.

Puede decirse que de allí salió una vertiente anarquista del pensamiento posproudhoniano, que desarrolla la idea del naturismo ecologista y devuelve al bosque una identidad perdida durante varios siglos: la de alimento y, con ella, la de protectora del ser humano.

Vuelve también la idea originada en la India y las culturas nativas de pueblos americanos, de renuncia a todo lo humano para fusionarse con lo natural, en cuanto hacer uso de este mundo como si no tuviera uso.

Es la figura de quien se separa y vuelve al bosque como refugio y divinidad, que nutre la narrativa conservacionista inicial.

Muchas novelas y ensayos hacen acopio de estas ideas: Kipling, Thoreau, Whitman, Hesse y Calvino, entre otros.

Confrontada con esta visión, se mantiene también en la literatura la otra visión, la de explotación en Mallea; en José Eustasio Rivera, con La vorágine; y en García Márquez.

Tanto en el tiempo como en el lugar cambia la idea de naturaleza. No es lo mismo tener acceso a la naturaleza y hacer de ella una metáfora, que no tener acceso a la naturaleza y, desde esa ausencia, construir con ella metáforas.

O bien, escribir acerca de la naturaleza, siendo parte de una generación educada con conciencia ambiental, a hacerlo antes de los años sesenta.

Visiones distintas. De la naturaleza dócil y armoniosa que hay que imitar y copiar, a la naturaleza salvaje que hay que cortar y resembrar, se escriben muchos discursos.

De la naturaleza en cuanto generadora de valores morales, virtudes o vicios, con los cuales somos educados, se crean pasajes poblados de adjetivos: salvaje impetuosa, impredecible, traicionera o domada, armoniosa, fértil, humilde y esperanzadora.

En Costa Rica la literatura y su relación con la naturaleza está presente en el costumbrismo y lo pintoresco, en donde la naturaleza es un personaje de fondo con incidencia en el argumento.

Posteriormente, cuando emerge la conciencia ecológica en la segunda mitad del siglo XX, surge la literatura que ve en la naturaleza un lugar de respeto, con derechos propios.

El bosque se vuelve conciencia y el ser humano es el reflejo de esa conciencia en cuanto a sus deberes con ella. Se pasa del escenario pintoresco de la vida del campo al agricultor que debe sobrevivir y coexistir junto con ella.

Gentes y gentecillas, junto con Mamita Yunái, de Carlos Luis Fallas, son un ejemplo de lo anterior. Aunque se mantiene el esquema binario cultura-naturaleza, se modifica la condición identitaria, validando una existencia separada, mas no antagónica.

Somos parte de la naturaleza y esta nos configura también. En ese sentido, el agricultor ya no es solamente el personaje, sino también un caminante que la describe como paisaje, un turista que la disfruta o un minero que la explota.

La lista de las metáforas que se escriben sobre la naturaleza son muchas. Todas la utopías —la Atlántida de Platón, la isla Utopía de Moro, Sueño de Polífilo de Colonna, Un mundo feliz de Huxley y la isla de Jurassic Park— tienen a la naturaleza como parte de su realidad y como deseo, ante su posible desaparición.

También la filosofía reflexiona a partir de sus metáforas, como es el caso de Epicuro, Nietzsche, Marx, Proudhon, Heidegger, Adorno y muchos otros, quienes encontraron en las caminatas y el naturalismo un camino de expresión argumentativa.

Que no se nos olvide la ciencia ficción con Duna, El año del diluvio y la Sexta extinción, y tampoco la fantasía de El señor de los anillos y sus bosques caminantes, ni Harry Potter y su mandrágora y el ejemplo patrimonial que siguen siendo La Bella Durmiente y Caperucita Roja. Somos naturaleza contada tanto como experimentada. Arte y materia.

doreliasenda@gmail.com

La autora es escritora y filósofa.