Página quince: Las lecciones diplomáticas de Ragusa

Con una extensión de poco más de un kilómetro cuadrado, navegó con éxito en un mar geopolítico en tiempos turbulentos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La República de Ragusa —hoy Dubrovnik, en Croacia— vivió sus años de esplendor entre los siglos XIV y XVII. Con una extensión de poco más de un kilómetro cuadrado, Ragusa navegó con éxito en un mar geopolítico turbulento gracias a su expertise naval y comercial, y a una diplomacia muy hábil, que le posibilitó sostener una inusual neutralidad, a pesar de que tres poderosas potencias se disputaron, a lo largo de la historia, el control de su territorio: la Serenísima República de Venecia, el Imperio otomano y el Reino de Hungría.

Fueron necesarios un devastador terremoto en 1667 y la fuerza implacable de las tropas napoleónicas en 1808 para que la República de Ragusa fuera abolida.

Dos siglos después, con un telón de fondo similar, Costa Rica puede extraer provechosas lecciones del éxito de Ragusa, que los historiadores también atribuyen al carácter abierto y emprendedor de sus habitantes.

Instituciones, conocimiento y networking. Ragusa heredó de Venecia un sistema político-administrativo basado en el equilibrio de pesos y contrapesos y un cuerpo diplomático muy eficiente dedicado a salvaguardar los intereses de la república, que en esa época esencialmente consistían en mantener los intercambios comerciales regulares con todas las potencias sin sacrificar la propia independencia.

Los pesos y contrapesos eran necesarios para garantizar una mínima cohesión interna, a pesar de las luchas por el poder que acompañan la vida política.

Ragusa también se dedicó a formar constructores navales, armadores y navegantes de primer orden, porque tenía claro que su riqueza dependía de la flota mercante, que llegó a rivalizar con las de otras repúblicas marítimas, como Venecia y Génova.

  • Vale la pena preguntarse si Costa Rica está en posición de elegir un bando y si esa elección es la vía más conveniente para alcanzar nuestras metas nacionales de desarrollo sostenible.

Como resultado de una aplicación estratégica del derecho de asilo, acogió a una comunidad numerosa de judíos sefardíes, que habían sido expulsados de España en 1492, y que fue el germen de su poderosa red de consulados a lo largo del Mediterráneo. A través de esta red, la república consiguió firmar acuerdos comerciales muy ventajosos que de otra manera no hubiera podido concretar.

Neutralidad y mesura. En el libro Lepanto, la batalla de los tres imperios, el historiador italiano Alessandro Barbero narra cómo Ragusa sobrevivió al fuego cruzado del Imperio otomano, con el cual tenía excelentes relaciones comerciales, y de la Liga Santa, con la que además compartía historia, cultura y religión.

La neutralidad política, que en ocasiones pecó de ambigua, desempeñó un papel decisivo para evitar que, en el contexto de la guerra, el territorio de la república fuera utilizado como base militar o, peor aún, invadido.

En octubre de 1571, cuando la Liga largó velas en dirección al golfo de Lepanto y la batalla era inminente, Ragusa endureció la prohibición de alojar guarniciones militares extranjeras, cerró sus puertos a las armadas de los contendientes, mantuvo representación diplomática simultánea con todas las partes en conflicto y optó por la imparcialidad y la mesura en sus comunicaciones diplomáticas.

Esto no evitó que la república se convirtiera, al mismo tiempo, en un centro clave para el espionaje por parte de los turcos y en un colaborador discreto y puntual de los cristianos. Gracias a ello, al concluir la batalla, la Liga Santa y el Imperio otomano llevaron a cabo el intercambio de rehenes en esta ciudad-Estado.

Las repúblicas raguseas del siglo XXI. Salvando las distancias, Costa Rica también debe lidiar con una geopolítica mundial tumultuosa, acentuada en la última década por el enfrentamiento contumaz entre Estados Unidos y China, el cual suscita en ciertos países la clásica postura de aliados y adversarios.

A eso se suman los vaivenes de la economía global, los efectos de una emergencia climática que nos afecta mucho más de lo que somos conscientes y los graves problemas estructurales que aquejan a nuestro país y no han hecho más que empeorar a causa de la pandemia de covid-19.

En circunstancias internacionales y nacionales tan complejas, debemos ser prudentes y calibrar la propia fuerza, porque los desafíos nos llueven del cielo todos los días.

Vale la pena preguntarse si Costa Rica está en posición de elegir un bando y si esa elección es la vía más conveniente para alcanzar nuestras metas nacionales de desarrollo sostenible.

La política exterior y la política interna son las dos caras de una misma moneda y, por lo tanto, es necesario insistir, una y otra vez, en que la acción exterior no debe responder a intereses personales o electorales —que de por sí son transitorios—, sino ser causa y efecto de una estrategia del país coherente y bien pensada.

Mucha razón tiene Jorge Vargas Cullell cuando señala en su columna «Enfoque», del 8 de abril, que, en política, nuestro país «tiene que tener más ojos que una piña mal pelada».

Para eso, Costa Rica necesita seguir contando con un servicio exterior profesional y bien entrenado para que, al igual que Ragusa, sepa qué pedir y qué dar, a quién, en qué momento y, sobre todo, para qué.

manuelaurena@gmail.com

La autora es especialista en asuntos públicos, relaciones internacionales y política pública.