Página quince: La gran vergüenza

El comercio transatlántico de esclavos hacia las Américas fue definitorio para la historia de Occidente

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Cuando Billie Holiday grabó la canción Strange Fruit en 1939, no lo hizo imaginando que su adaptación del poema de Abel Meeropol se convertiría en el amanecer de un movimiento por los derechos civiles de las personas afrodescendientes en Estados Unidos.

“De los árboles sureños nacen frutos extraños; hay sangre en las hojas y sangre en las raíces; cuerpos negros que se mecen en la brisa del sur; frutos extraños colgados de los álamos”, proclamaba Holiday en una suave, pero tenebrosa, melodía de blues.

La tormentosa canción retrata de manera bucólica los comunes linchamientos de personas negras en el sur de la Unión Americana, cuyos cuerpos eran dejados ahorcados, vapuleados y humillados públicamente en los árboles, como mensaje de intimidación.

En memoria de las víctimas, la organización Equal Justice Initiative enumera cada uno de los más de 4.000 linchamientos sucedidos en el país hasta 1950, cuando, presumiblemente, la práctica decreció de manera institucionalizada.

Sin embargo, el cruel asesinato de George Floyd a manos de un policía de Minneapolis, los recientes disturbios en Wisconsin, así como otros casos notorios en los últimos meses, desencadenaron una nueva “primavera” de protestas en contra de las estructuras de poder racistas y supremacistas que aún penetran de manera casi universal los distintos ámbitos en la vida en este país.

No son acontecimientos aislados, sino la evolución de una serie de hechos iniciados formalmente en 1619 con el arribo de los primeros esclavos africanos a las costas de Virginia.

Orígenes. El comercio transatlántico de esclavos hacia las Américas fue definitorio para la historia de Occidente. Su legado, aunque relativamente ignorado por el sistema educativo de Costa Rica, permeará por siempre las dinámicas sociales en nuestro continente.

La imagen de la configuración de los esclavos en un buque transatlántico representa un trauma colectivo para los afrodescendientes, pero debería serlo también para quienes no lo somos.

En ella, se muestra un diagrama de cómo transportaban a los esclavos desde la costa de Guinea hacia el continente americano, en el llamado comercio triangular.

Estas expediciones, así como la historia de la campaña de abolición de la esclavitud en el Reino Unido, son el tema principal del libro Bury The Chains, de Adam Hochschild, lectura obligatoria para quienes, sin ser expertos en la materia, hacemos el intento de comprender las causas del momento cultural que vivimos.

Hochschild describe por qué el comercio triangular en el Atlántico era una forma conveniente (y macabra) de acumular capital.

Los “emprendedores” compraban un bote en puertos como Bristol o Liverpool, y lo llevaban a África cargado de textiles, ron y bienes de manufactura.

Ahí, vaciaban el cargamento y, en colaboración con grupos locales, secuestraban a los esclavos. Luego, hacían ruta hacia el continente americano, vendían a los esclavos (un 15 % moría en el camino) y recogían algodón, tabaco y azúcar de vuelta al Reino Unido.

Una dinámica perversa durante la ruta triangular era el aseguramiento de los bienes. Es una estrategia natural cuando se trata del comercio de objetos inanimados, pero en el caso de vidas humanas sus connotaciones se tornan ominosas.

Si un esclavo enfermaba durante el trayecto hacia América, amenazaba tanto la salud del resto de la tripulación como su “futuro valor de mercado”, por tanto, los comerciantes de esclavos frecuentemente preferían tirarlos al océano y luego intentaban cobrar el seguro.

Durante la infame masacre del Zong, en 1781, se calcula que 142 esclavos fueron tirados al mar, debido a la escasez de agua potable a bordo.

En los litigios para cobrar el seguro, en el Reino Unido, el sistema judicial dictaminó que la “eliminación de esclavos era legal”, y proveyó el fundamento jurídico para el cobro del seguro por esas muertes; el desprecio institucionalizado a la dignidad de la vida humana en uno de sus puntos más bajos.

Esas estatuas que hoy están cayendo, como la de Edward Colston en Bristol hace unos meses, glorifican a esos mercaderes que lucraron con el comercio de esclavos.

Mito de Sísifo. Muchos años después, tras la abolición de la esclavitud y la victoria del norte en la guerra civil de Estados Unidos, los mecanismos de opresión racial se hicieron más sutiles y encontraron formas de esconderse dentro de la institucionalidad.

Durante la llamada Era de Reconstrucción, se aprobaron políticas de segregación en los estados del sur, y las prácticas supremacistas se mantuvieron con fuerza aun hasta los años sesenta, y, de una u otra manera, permanecen hasta hoy.

Si bien las escuelas y los buses se encuentran integrados, en una multitud de áreas todavía se manifiesta el racismo: empleo, préstamos bancarios, clubes de élite, admisión en universidades, juicios, supresión del voto, la guerra contra las drogas y, por supuesto, en el trato de la policía, entre muchas otras.

Actividades tan simples como ir al parque a caminar o avistar pájaros puede convertirse en un mortal enfrentamiento con la policía.

La crueldad policial racista, en particular, generó un tipo de mito de Sísifo perverso. Algún policía actúa de manera injustificada y asesina a alguien, hay protestas, llamados a la reforma policial, acusaciones, impunidad, indignación pública, y pronto el problema es olvidado: el linchamiento de Till en 1955, los abusos de los años sesenta, la agresión a King en 1991, Diallo en Nueva York, el asesinato de Brown y Garner en el 2014, Baltimore, Dallas, Floyd, Taylor, Brooks. La lista de nombres y ciudades podría llenar una enciclopedia.

Qué hacer. Esta no es una problemática en la que tenemos respuestas claras, y en la mayoría de los casos es preferible que sean las propias organizaciones comunitarias de la población afrodescendiente quienes las propongan.

Pues si bien el ciclo recurrente no ha generado transformaciones radicales, sería injusto ignorar los pequeños cambios incrementales que se han dado tras las décadas.

Lentamente, la visibilización de las injusticias raciales abre una ventana de acción política. En palabras del teórico político John Kingdon, la vía no institucional contribuye a alimentar la corriente del problema, es decir, a causar atención nacional a la cuestión del racismo institucional.

Esto, en confluencia con los procesos políticos y de formulación de políticas, pueden desembocar en productos relevantes. En ese sentido, la Ley de Derechos Civiles (1964) y la Ley de Derecho al Voto (1965) representan un útil marco de referencia.

Aun así, la ira pocas veces es buena consejera, como recalcó el expresidente Obama, al insistir en la necesidad de promover el cambio por las vías democráticas.

El saqueo, la destrucción de propiedades y el radicalismo descontrolado solo hieren la causa del progreso social. Las reparaciones, los reajustes en la memoria histórica y hasta la posibilidad de una comisión de la verdad basada en el ejemplo de Sudáfrica contribuirían a una reconciliación sustentada en reformas incrementales.

Billie Holiday falleció en 1959 sin ver ese sueño hecho realidad. A sus 44 y progresivamente despojada de sus bienes, fue arrestada en su lecho de muerte y puesta bajo control policial.

Con un edema pulmonar y problemas cardíacos, falleció de cirrosis con apenas setenta centavos en su cuenta bancaria. Queda en nuestras manos el deber de honrar su legado y el de tantas víctimas para nunca más ver otro fruto extraño colgado de los álamos.

arojasa@utexas.edu

El autor es analista de políticas públicas.