Página quince: Indignación y solidaridad

Especialmente en los pasados seis años, ha habido mucho menos para todos como lo muestran el 20 % de pobreza y el 13 % de desempleo.

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Con gran resabio e indignación, leí un escrito publicado en La Nación del 24 de marzo bajo el título “Habiendo para todos, no tiene por qué haber patadas”.

Hace mucho tiempo no hay para todos. Especialmente en los pasados seis años, ha habido mucho menos para todos como lo muestran el 20 % de pobreza y el 13 % de desempleo. La embestida de la crisis actual va a ser inimaginable, el 86 % de la fuerza laboral va a quedar damnificada y un 14 % de la mal llamada “fuerza laboral” va a salir ilesa, pues sus salarios llegarán intactos y a tiempo.

Resulta inevitable analizar la caótica situación desde el punto de vista de que es el momento histórico cuando el sector público debe sacrificarse en rescate del privado, que no es más que el patrono fiel que nunca lo ha desamparado y siempre ha cumplido sus obligaciones.

Dicha reflexión es considerada por los autores como una “insana definición de solidaridad”, ya que se introducen medidas de austeridad económica al único segmento de la población que en estos momentos tiene capacidad de compra. Qué manera más irreverente de torcer el significado de solidaridad.

Hay quienes no quieren saber de sacrificio, lo quieren todo para dentro. Al prójimo, que en estos momentos esta desvalido, no le sirve de nada que pregonen solidaridad con un megáfono, con un discurso hueco que termina en un golpe de hombro de “si te vi, no me acuerdo”. Ser solidario significa buscar el bien común, donar tiempo, hacer trabajo voluntario, desprenderse de algo material.

Ahorro. El Estado debe mostrar solidaridad reduciendo considerablemente sus gastos, no pagando aumentos de salario, anualidades, pluses y horas extras, rebajando pensiones de lujo, eliminando el salario escolar, reduciendo jornadas laborales en oficinas de Gobierno que, debido a la pandemia, han enviado a sus empleados a la casa.

Dicho ahorro serviría para paliar momentáneamente las necesidades de los miles de desempleados. Claro, a nadie en su sano juicio se le ocurrirían dichas medidas para los empleados de la Caja Costarricense de Seguro Social ni del Ministerio de Salud o de Seguridad, y todos aquellos que están atendiendo la emergencia sanitaria con estoicismo y mística.

Los abanderados de la solidaridad de megáfono recurren a la insultante y trasnochada retórica de los derechos adquiridos, es ahí donde queda demostrado el egoísmo enquistado y es su acostumbrada manera de saberse merecedores y de justificar sus excesos sin tener el menor remordimiento.

No pareciera que estén conscientes de que 185.000 trabajadores del sector turístico y 500.000 asalariados sufrirán despidos o reducción de jornadas de trabajo y las ventas de un 80 % de los comercios han disminuido entre un 50 % y un 75 %.

Tampoco parecieran conscientes de que la tan odiada empresa privada está en coma, que no va a haber ni por asomo los suficientes impuestos para pagarles sus salarios, pero en su mentalidad narcisista el sacrificio no es con ellos, es con todos los demás.

Ver para otro lado. Los imperdibles decanos de las universidades publicas también saltan a la palestra en defensa de sus propios intereses como sí la pandemia no fuera con ellos.

Para estas lumbreras, es inaceptable, óigase bien, es inaceptable que se pida austeridad a un solo sector de la población, entiéndase el público, y no a todos por parejo.

Van a tener que bajar del olimpo, donde están sus cátedras, y darse cuenta de lo que se está viviendo. No insulten la dignidad de los cientos de miles de desempleados que se unen al 13 % que ya teníamos: cómo les pretenden pedir austeridad y sacrificio en estos momentos de desesperación.

Ofrezcan algo más que el plato de babas y la perorata de cómo planean en el futuro recomponer el mundo pospandemia y que sus valiosos aportes a la tragedia no sean solo “propiciar espacios para la articulación y la generación de ideas que favorezcan un sano debate para la estabilidad económica, con una visión solidaria, humanista y social”.

Especialistas en decir mucho y a la vez en no decir nada. La ayuda se necesita ya, para ayer es tarde. Cuánto bien les haría leer el artículo de mi amigo Jorge Vargas (La Nación, 29 de marzo) en donde pide, con una argumentación ejemplar, que le recorten el salario y se destinen los fondos a las personas que la están pasando mal. En estas situaciones acongojantes, es cuando nos damos cuenta de quién es quién. Los que más pregonan la solidaridad son los que menos la practican. Dichosamente, la inmensa mayoría de los costarricenses somos solidarios, de los de verdad, de aquellos que acompañamos la solidaridad con el desprendimiento.

guzmanr@ice.co.cr

El autor es odontólogo.