Página quince: El riesgo de inestabilidad en la era pospandémica

Con los mercados, los formuladores de políticas y los comentaristas obsesionados con el auge económico que se avecina en los países vacunados, es muy fácil pasar por alto los peligros que se vislumbran en el horizonte

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ATLANTA– En vista de la creciente esperanza de un fin de la pandemia causada por las vacunas, las predicciones sobre el mundo poscovid se multiplican a pasos acelerados.

Desde vislumbrar una economía reordenada hasta pronosticar cómo vivirá, trabajará y actuará la gente, los expertos están haciendo lo mejor posible para extrapolar conclusiones a partir de los acontecimientos que puso en marcha el virus.

En Estados Unidos, la mayoría de los pronosticadores, tanto en Wall Street como en Washington, están obsesionados con el corto plazo: más precisamente, la probabilidad de un crecimiento económico más elevado en Estados Unidos luego de una vacunación masiva —que liberará el gasto de los consumidores— y un nuevo paquete de recuperación de $1,9 billones. Afortunadamente, dos economistas del Fondo Monetario Internacional aportaron cierto equilibrio a la algarabía prevaleciente.

Con una perspectiva a más largo plazo, Philip Barrett y Sophia Chen señalan que el impacto político de la pandemia todavía no se ha materializado. Como ellos y Nan Li observaron en un posteo en un blog a comienzos de febrero, la historia está plagada de ejemplos de brotes de enfermedades que proyectaron largas sombras de repercusiones sociales.

Por lo general, las cicatrices sociales que dejan este tipo de tragedias masivas no aparecen durante años y no hay motivos para pensar que la pandemia del coronavirus vaya a ser una excepción. Según el patrón histórico, los confinamientos, la movilidad limitada y las manifestaciones de unidad nacional inducidas por la crisis que se ven hoy no hicieron más que eclipsar los efectos totales de la pandemia.

Si bien la investigación de los economistas del FMI es un trabajo en curso, todo analista de inteligencia que se ha esmerado en pronosticar acontecimientos políticos aconsejaría darle continuación. Sus hallazgos reflejan datos recogidos en 569 episodios de malestar social en 130 países desde los años ochenta del siglo XX hasta los veinte del XXI, así como, aproximadamente, 11.000 epidemias y desastres naturales internacionales desde 1990.

Crisis por venir. ¿Qué nos pueden decir los últimos 30 o 40 años sobre las potenciales amenazas contra la estabilidad en el futuro? Los contagios no propician que se organicen protestas ni los regímenes autoritarios son reacios a utilizarlos para ajustar las tuercas políticas.

De todos modos, Barrett, Chen y Li demuestran que más allá de cuáles sean los efectos atenuadores que pueda tener el brote de una enfermedad al principio, esta genera un «mayor riesgo de una crisis de gobierno importante, un hecho que amenaza con derrocar al gobierno y que normalmente ocurre en los dos años posteriores a una epidemia grave».

Otro análisis que advierte sobre la inestabilidad política y social por delante surge del grupo de consultoría global Verisk Maplecroft, que utiliza una métrica similar para determinar la probabilidad de protestas que pueden surgir en todo el mundo. El índice de malestar civil de la firma rastrea las causas y desenlaces del malestar en 198 países, y califica los riesgos para las empresas a escalas estatal y provincial. En diciembre, el índice marcó la probabilidad de protestas crecientes en 75 países, entre ellos, Estados Unidos, en el 2022.

Al igual que los economistas del FMI, Verisk Maplecroft no sostiene que la pandemia sea la causa directa del creciente riesgo de inestabilidad. Más bien, ha exacerbado las tensiones sociales y políticas preexistentes. Un agravamiento de la inestabilidad, escriben los analistas, «tendrá lugar en el contexto de una recuperación económica pospandemia dolorosa que probablemente avive la insatisfacción pública existente con los gobiernos».

En otras palabras, es más factible que las causas de protesta latentes —como los crecientes costos de vida y la agudización de las desigualdades— se desborden una vez que la reapertura económica cobre pleno impulso.

Los paralelos históricos no son la única razón de preocupación por las implicaciones de la pandemia para la estabilidad social y política. Las consecuencias de los recientes fracasos en materia de política y gobernanza también ameritan una mirada más estrecha.

El esfuerzo de vacunación es un ejemplo. A pesar del progreso notable en Estados Unidos y países como Israel y el Reino Unido, la Organización Mundial de la Salud reporta que casi 130 países aún no habían administrado una sola dosis hasta mediados de febrero. Incluso, en la India, líder entre los países en desarrollo y el mayor productor de vacunas del mundo, solo el 2,2 % de la población había sido vacunada al 17 de marzo, comparado con el 32,3 % en Estados Unidos.

Desempleo y otros desafíos. Las consecuencias de estas tendencias no son difíciles de discernir. Consideremos el caso de África, donde se encuentran los diez países más jóvenes del mundo (por edad mediana) y donde el desempleo juvenil oscila entre el 9 % en la región subsahariana y casi el 30 % en el norte. África está empezando la vacunación contra la covid-19 este mes. El continente está muy rezagado en lo que concierne a la protección de su población; sin embargo, sin vacunas, la covid-19 seguirá condicionando las economías africanas y sus jóvenes desempleados se convertirán en una fuente de inestabilidad política, como sucede en América Latina y gran parte de Asia.

También existen desafíos más amplios que monitorear. En octubre, el Banco Mundial proyectó que la pandemia dejaría a unos 115 millones de personas en situación de extrema pobreza en el 2020. Pronósticos recientes indican que unos 85 países en desarrollo tal vez no tengan suficientes vacunas para proteger a sus poblaciones durante otros dos o tres años.

El Banco advierte sobre una caída global de la «prosperidad compartida». En términos más crudos, la pandemia profundizó las divisiones económicas que afectarán desproporcionadamente a los países donde las tensiones étnicas, de clase y de casta ya eran notables.

Los intentos por predecir la inestabilidad política se remontan a mucho tiempo atrás, por supuesto. En 1983, el entonces director de la CIA William J. Casey transmitió la primera edición de Indicios de inestabilidad política en países clave de la Agencia al gabinete del presidente Ronald Reagan.

Los autores, en la presentación del nuevo informe clasificado trimestral, justificaron sus esfuerzos con el argumento de que los responsables de las políticas en Estados Unidos deben saber qué países están maduros para una revolución y una insurgencia.

Cinco años más tarde, en una reflexión sobre ese trabajo, un analista sénior de inteligencia advirtió que cuando se trata de pronosticar el riesgo de inestabilidad, esos análisis «seguirán siendo un arte, no una ciencia». Los mejores artistas, explicó, combinan «un conocimiento profundo específico de cada país con un entendimiento pormenorizado de los patrones de inestabilidad a lo largo de la historia y de las culturas». Elaborar indicadores puede ayudar a anticipar acontecimientos desestabilizadores, pero ningún programa informático hará su trabajo, concluyó.

Al igual que Barrett y Chen, los analistas de la CIA de hoy sin duda coincidirían en que los pronósticos son una cosa y las advertencias, otra. Al reconocer el riesgo de un problema, podemos tomar medidas para evitarlo.

Como explica el dúo del FMI, entender las implicaciones de la epidemia en el malestar social es crucial para estar preparados para potenciales repercusiones sociales causadas por la pandemia de la covid-19. Más allá de donde los lleve su investigación futura, han ofrecido una advertencia excepcionalmente valiosa.

Kent Harrington: ex analista sénior de la CIA, se desempeñó como oficial de inteligencia nacional para el este de Asia, como jefe de estación en Asia y como director de asuntos públicos de la CIA.

© Project Syndicate 1995–2021