Página quince: ‘El retorno’ y el patrimonio audiovisual de Costa Rica

El 1.° de abril, en el Teatro de la Aduana, volverá a la pantalla grande el primer largometraje de producción costarricense.

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En días pesimistas, es fácil pensar que somos una nación aficionada al olvido. Que lo digan los parqueos josefinos, tumbas de la arquitectura capitalina. Pero cuando hay fiesta, se puede ser optimista.

El 1.° de abril, en el Teatro de la Aduana, volverá a la pantalla grande el primer largometraje de producción costarricense, El retorno (1930, A. F. Bertoni), como parte del Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC) organizado por el Centro Costarricense de Producción Cinematográfica. No es poca cosa, aunque en nuestra abundancia digital sea fácil olvidar cuán frágil es la memoria cinematográfica (según la Biblioteca del Congreso estadounidense, un 75 % de los filmes hechos antes de la era sonora se han perdido para siempre).

El retorno fue un esfuerzo inédito en un país que apenas empezaba a soñar con cine, y tomaría décadas replicarlo. La historiadora María Lourdes Cortés narra que su producción fue anunciada en la prensa durante un año y que se reseñó con entusiasmo en las crónicas de su estreno.

Aunque de espíritu nacionalista y tono aleccionador, la película ofrece un incomparable vistazo a paisajes rurales y urbanos de la época; uno imagina a una historiadora de la moda o de la arquitectura tomando apuntes durante la proyección.

Pese a su importancia histórica, El retorno no pudo ser vista de nuevo y ampliamente hasta 1995. En el centenario del cine, financiamiento de la Unesco permitió restaurar y crear una copia segura a partir de la cinta de 35 mm de nitrato de celulosa, el inflamable material original. Ha sido presentada en distintas ocasiones, como cuando en el 2011 estuvo de vuelta en las salas, y en línea, donde el Centro de Cine la muestra gratis.

Para nuevas generaciones. Sí hace la diferencia verla en el cine y, sobre todo, en el contexto de un festival. Entre otros aspectos, la nueva presentación de El retorno sirve para educar a las nuevas generaciones sobre el cine de la primera mitad del siglo XX, en una época en la que los servicios de streaming predominantes rara vez van más atrás de 1960.

Se presentará con un ensamble de la Dirección General de Bandas en directo, ojalá para erradicar la poco feliz e imprecisa etiqueta de “cine mudo”. Además, durante el CRFIC se mostrarán cápsulas del Archivo de la Imagen del Centro de Cine. Quizá lo único malo es que no se pueda presentar en su primera casa, el cine Variedades; para otro día queda discutir qué ha ocurrido con esa pieza patrimonial cerrada al público.

Las lecciones de historia que nos regalaban los anaqueles del “video” de barrio deben hoy brindarse con más cariño y cuidado. La cultura cinematográfica es frágil y requiere alimento; sería irresponsable menospreciar la diversidad que se puede apreciar en un festival o dar por sentada la milagrosa supervivencia del patrimonio fílmico.

Pese al escaso presupuesto, el Centro de Cine ha resguardado el patrimonio cinematográfico del país, y quizá El retorno sirva de nuevo como llamada de atención: a la memoria hay que cuidarla. Un paso fundamental es la digitalización, que el centro ha acometido con diligencia —gran parte de su archivo está en línea de forma gratuita—. También implica educación.

Oneroso y laborioso. Ese trabajo cuesta dinero, esfuerzo, tiempo y convicción. Pensemos en grabaciones familiares dañadas, en programas de televisión borrados, en cintas deterioradas, en todos los registros de nuestra historia que se han perdido y en los que todavía esperan su recuperación.

Los profesionales de archivística, historia y comunicación debemos profundizar y quizá reinventar la forma como se ha educado sobre el patrimonio audiovisual. Coleccionarlo es una parte; preservarlo y restaurarlo, otra, distinta y más costosa.

Sin darle acceso al público y herramientas para comprenderlo, es difícil convencerlo de que sus impuestos financien tal esfuerzo.

¿Cómo hacerlo? Se debe abogar por incluir activamente la cultura audiovisual en los programas de estudio de todos los niveles, no como decoración, sino como el campo en el cual se han librado fundamentales debates sociales desde el siglo XX, de forma crítica y con perspectiva histórica.

El patrimonio audiovisual de Costa Rica, pese a su dispersa y errática historia, no debe ser relegado como una curiosidad. Es, como muestra de nuevo El retorno, herencia viva, como otros filmes históricos que esperan su turno para renacer. Solo hay que ser optimistas y creer que no todo queremos demolerlo y olvidarlo.

fcespinach@gmail.com

El autor es periodista.