Página quince: El péndulo latinoamericano

Todo parece indicar que estamos en presencia de un nuevo movimiento hacia la izquierda.

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No importa qué tan al pasado viajemos, América Latina parece eternamente enfrascada en oscilaciones de un péndulo ideológico entre variadas definiciones de la vieja y reduccionista categorización de izquierda y derecha.

En los meses recientes, todo parece indicar que estamos en presencia de un nuevo movimiento hacia la izquierda, el cual podría determinar los pesos relativos de fuerzas políticas en la región, y que va a hacer eco en Costa Rica.

Después de hacerlo en el 2018, el clima de la región sin duda permeará directa o indirectamente las elecciones del 2022 y, por eso, es necesario poner atención a la tendencia, pues las convenciones que han regido la discusión en los últimos años parecen nuevamente desmoronarse. Empecemos con un breve repaso de cómo llegamos hasta aquí.

Democratización y alternativas. Luego de una fuerte ola de democratización y reformas económicas durante los años ochenta y noventa, Latinoamérica experimentó una serie de complejos cambios en el aparato económico y, en consecuencia, una reorganización de sus fuerzas políticas.

El surgimiento de una “tercera vía” a finales del siglo pasado no satisfizo el clamor de la población por nuevas alternativas políticas que atendieran la desigualdad, la rampante corrupción, la cruel inseguridad y la modernización de los aparatos estatales.

Fue así como el siglo XXI fue inaugurado en la región con la conocida “marea rosa”, caracterizada antológicamente por Levitzky y Roberts (2011). Se trató de una serie de fenómenos populistas que presagiaban el fin de la “larga y oscura noche neoliberal”.

En consecuencia, surgieron dos tipos de gobiernos de izquierda. El primero, radicalmente autoritario y mesiánico, caracterizado por caros precios de las materias primas, prometía un socialismo del siglo XXI basado en el rechazo absoluto de las reformas de mercado, de la influencia de Estados Unidos y del libre comercio.

Con sus principales caudillos en Chávez, Morales, Correa y Ortega, la ola bolivariana parecía expandirse irremediablemente. No es atrevido recordar el referendo del 2007 en Costa Rica como un pulso en esa dirección. Una victoria del “No” habría significado un posible espaldarazo a la consolidación de la ola populista en nuestro país. A veces, es necesario recordar con gratitud las balas que hemos esquivado.

El segundo tipo de gobierno de izquierda era más democrático y reformista, pero con algunos tintes autoritarios que lo ubicaban en los márgenes del chavismo, especialmente en los casos de Lula, en Brasil, y Kirchner y Fernández, en Argentina.

En Chile y Uruguay, ascendieron gobiernos saludables que no representaban ninguna amenaza a la estabilidad democrática.

El imperio contraataca. Sin embargo, para inicios de la década actual, la mayoría de esos movimientos se habían erosionado. La caída de los precios de las materias primas, así como la consolidación dictatorial en Venezuela, condujeron a una reacción en la dirección opuesta.

La “nueva derecha” resurgió como respuesta al clamor de la población por otras opciones políticas que atendieran la desigualdad, la rampante corrupción, la cruel inseguridad y la modernización de los aparatos estatales.

Esta nueva ola eligió gobiernos populistas de “derecha” en países como Chile, Brasil, Argentina, Colombia y El Salvador. En este caso, la principal innovación fue su enfoque central en el conservadurismo social, es decir, una coalición política basada en el rechazo a los recientes avances en materia de derechos humanos y la secularización política, fundamentos que han crispado la polarización y derrumbado los puentes del diálogo.

Si bien se encuentra actualmente en el poder, ese movimiento tiene cimientos políticos débiles. Es impopular y se enfrenta a un panorama global poco favorable, según argumenta acertadamente Daniel Zovatto, de IDEA Internacional y columnista de “Página quince”. Como consecuencia, su contrapeso parece estar consolidándose más rápido de lo usual, aunque sin ingredientes claramente definidos aún.

De vuelta al inicio. ¿Nos encontramos entonces ante un nuevo movimiento del péndulo? ¿Estamos atrapados en el eterno retorno de Nietzsche o, más apropiadamente, el de los cuentos de Borges?

Tras unos pocos años de su ascenso, la nueva derecha muestra serias fracturas. En Argentina, el peronismo vuelve al poder; en Chile, el pueblo está tomando las calles como nunca; en Ecuador, reina el caos; y en Brasil, el apoyo a Jair Bolsonaro ha caído al punto que ni su propio partido desea asociarse con él.

En México, la victoria de Andrés Manuel López Obrador representó un claro viraje hacia la izquierda por parte de una población cansada de la ineficacia del PRI y el PAN. Venezuela, Nicaragua y Bolivia, mientras tanto, siguen detenidas en el tiempo.

Finalmente, en Costa Rica, tras esquivar otra bala en la elección del 2018, nos encontramos también con un gobierno débil, que, pese a ser nominalmente de centroizquierda, las circunstancias lo han llevado a, con razón, promover un enfoque basado en la austeridad fiscal, pero aparenta carecer de una respuesta al estancamiento económico, la inseguridad y la corrupción de su propio partido.

Eso lo ha llevado a un incómodo conflicto tanto con sectores sindicales como empresariales, y una decepción de su base por el rompimiento de sus promesas progresistas.

Mientras el péndulo sigue oscilando, los indicadores no parecen mejorar en la región. El crecimiento económico se mantendrá estancado por debajo del 2 % a consecuencia del conflicto comercial entre Estados Unidos y China, la continua caída de los precios de las materias primas y la erosión de nuestras condiciones fiscales, argumenta la Cepal en su reporte anual del 2019.

En términos de desigualdad e inseguridad, seguiremos siendo la región “líder” del mundo, sin una solución en el horizonte a estos desafíos. Los aparatos estatales se mantienen ineficientes y la corrupción no parece discriminar orientaciones ideológicas.

Por todo esto, es difícil dimensionar cuál será la respuesta del nuevo empuje de la izquierda, y no sabemos aún si será una réplica consistente o políticamente viable. Si bien la alternancia es señal de salud democrática, estar siempre al borde del abismo no lo es. Por ello, necesitamos proyectos políticos reformistas y sobrios, y solo queda tener la esperanza de que hacia ahí nos enfoquemos.

Aun así, en las nuevas circunstancias, es difícil predecir qué sucederá tanto en Costa Rica como en la región, pero, si algo es cierto, es que hay un pedido de la población de opciones políticas que atiendan la desigualdad, la corrupción, la inseguridad y la modernización de los aparatos estatales.

Todo parece indicar que, cual Sísifo, Latinoamérica seguirá cargando la piedra hasta el tope de la montaña para, una vez ahí, volver a bajo y subir de nuevo.

arojasa@utexas.edu

El autor es analista de políticas públicas.