Página quince: Cuando el cierzo y el ábrego porfían

Estamos viviendo ‘tiempos recios’, como decía santa Teresa de Ávila, tiempos que desafían al orgullo y al egoísmo humanos.

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En estos días, de aislamiento e intimidad, no hay quien haya podido escapar a la reflexión y al cuestionamiento.

Nos preguntamos, por ejemplo: ¿Cómo es posible que un ente invisible pueda doblegar el poderío del ser humano y evidenciar su impotencia, trastornando el orden del planeta?

Jamás se nos había hecho tan patente la fragilidad de la vida y de todo cuanto poseemos. De la noche a la mañana, una floreciente empresa se derrumba, un capital se desmorona y un esplendoroso imperio se apaga. Todo cuanto poseemos es inseguro e incierto.

Es ante estas realidades que reflexionamos sobre nuestro existir y nos preguntamos: ¿"En este relámpago entre dos oscuridades” que es nuestra existencia, como dice Julieta Dobles en uno de sus poemas, hacia dónde hemos orientado el timón de nuestra nave? ¿Cuáles han sido nuestras metas? ¿Habremos hecho acopio de las armas adecuadas para superar el embate de las tormentas que nos depara la vida? ¿Qué sentido le hemos dado a nuestro peregrinaje por este mundo?

“Como decíamos ayer”. Esta y muchas incógnitas más me han remitido a uno de mis poetas más amados: fray Luis de León, el fraile agustino que nació en Cuenca en 1527 y vivió en Salamanca, donde profesó y ejerció la docencia en su prestigiosa universidad, que el año antepasado celebró ochocientos años de existencia.

Con veneración se conserva el aula donde fray Luis impartía sus clases. Estuvo ausente de su cátedra durante cuatro años, ya que fue encarcelado por la Inquisición por traducir, a petición de una monja, el Cantar de los Cantares.

Luego de ser absuelto y declarado inocente, regresó a su aula y dio inicio a su clase pronunciando aquella famosa frase: “Como decíamos ayer”.

Fray Luis se refiere a su obra poética, como creación secundaria y llama a sus poesías “obrecillas que se me cayeron de entre las manos", restándoles importancia frente a sus trabajos de exégesis bíblica y a sus estudios teológicos.

Hoy, lo recordamos por su poesía. Quizás la más conocida y celebrada de sus obras es “La oda a la vida retirada”, inspirada en el beatus ille del poeta latino Horacio. El poema es un elogio a la vida sencilla, alejada del ruido y de las vanidades del mundo.

Qué descansada vida / la del que huye el mundanal ruido / y sigue la escondida / por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido. / Sin que la envidia, la codicia y las ansias de poder envenenen su alma. / Que no le enturbia el pecho / de los soberbios grandes el Estado / ni del dorado techo / se admira fabricado / del sabio moro, en jaspes sustentado. / Sin importarle la engañosa y efímera fama. / ¿Qué presta a mí contento si soy del vano dedo señalado? / Una vida en humildad y sencillez. / A mí una pobrecilla / mesa de amable paz bien abastada / me basta, y la vajilla de fino oro labrada / sea de quien la mar no teme airada.

Gran regocijo le produce el contacto con la naturaleza y su contemplación. Anhela despertar con el canto de las aves, el manso ruido de los árboles que mece el viento, que como dice el poeta: “Del oro y del cetro pone olvido".

Resistir o naufragar. Ese contraste entre una vida sencilla, llena de paz y la insaciable codicia por el dinero y los bienes materiales lo lleva a reflexionar sobre cuál será nuestra tabla de salvación cuando arrecien las tempestades. ¿Con qué materiales la hemos forjado? Y eso lo lleva a decir:

Ténganse su tesoro / los que de un falso leño se confían / no es mío ver el lloro / de los que desconfían / cuando el cierzo y el ábrego porfían.

El cierzo y el ábrego son los vientos del norte y del sur, respectivamente. Hoy, estamos viviendo momentos en que estos vientos huracanados amenazan nuestra nave, y acorde con el material con el que hayamos construido nuestra tabla de salvación, resistiremos la embestida o naufragaremos.

Si nuestra concepción del mundo nos ha llevado hacia lo efímero y circunstancial, y viviendo el engañoso espejismo de buscar la felicidad en lo banal y pasajero, nuestra embarcación corre mayor riesgo de naufragar, ya que nos hemos asido a un “falso leño”.

Por el contrario, si la hemos fabricado con elementos más sólidos, con valores esenciales, como el amor, la amistad, la solidaridad, la humildad, la espiritualidad, el amor por la belleza y el arte, resistiremos mejor los embates de la tormenta.

Estamos viviendo “tiempos recios”, como decía santa Teresa de Ávila, tiempos que desafían al orgullo y al egoísmo humanos.

Pensar que por esa insaciable sed de dinero, fama y poder no hemos tenido el tiempo de disfrutar lo más valioso que nos ofrece la vida, que es generalmente aquello que no nos reporta ningún beneficio económico, tales como la lectura de un libro enriquecedor, el deleite de la música, el gozo ante la belleza y el arte, la contemplación de la naturaleza, el amor y la amistad desinteresados.

Sería de esperar que, después de esta dura prueba que estamos viviendo y de experimentar lo frágil y efímero de la vida, se operara en nuestra visión del mundo un cambio en la escala de valores.

No tendrían prioridad el egoísmo, la envidia, la idolatría del becerro de oro. Seríamos, tal vez más solidarios y compasivos, menos esclavos de nuestros bienes materiales. Podríamos amarnos y respetarnos más y hasta lograríamos hacer de este planeta un mundo mejor.

edeguier@yahoo.es

La autora es filóloga y presidenta honoraria de la Academia de la Lengua.