Página quince: Con Irán, la diplomacia es el camino

El enfoque mesurado del presidente estadounidense, Joe Biden, ofrece la mejor esperanza de reducir las tensiones actuales

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MADRID– Cuando la política exterior de un país se deja arrastrar por corrientes emotivas y sucumbe a tentaciones efectistas, la diplomacia suele quedar relegada a un segundo plano.

Ocurrió en EE. UU. tras los atentados del 11-S y, más recientemente, durante el estridente mandato de Donald Trump. El mejor ejemplo tal vez sea el acuerdo nuclear con Irán, gestado en el 2015 después de años de arduas negociaciones, solo para que Trump lo desechara entre aspavientos como parte de su estrategia de «presión máxima» contra Teherán.

Dicha estrategia, arrogante y miope, se saldó con un rotundo fracaso, que ahora debemos reconducir contra reloj en las conversaciones que se han puesto en marcha en Viena.

Hagamos balance de los daños. El régimen iraní comenzó a vulnerar ciertas provisiones del acuerdo aproximadamente un año después de la retirada estadounidense. Desde entonces, Irán aumentó progresivamente sus niveles de enriquecimiento de uranio, multiplicó por 14 sus reservas de uranio enriquecido y puso algunas cortapisas a las inspecciones internacionales.

Según estimaba EE. UU. hace unas semanas, el tiempo que requeriría Irán para desarrollar una bomba nuclear —en caso de que decidiera hacerlo— había caído de más de un año a 3 o 4 meses.

La «presión máxima» de Trump no solo incrementó los riesgos de proliferación nuclear, sino que fue incapaz de poner coto a las actividades militares de Irán en la región. Las tensiones con EE. UU. se han intensificado notablemente en el golfo Pérsico y en Irak, a lo que se añaden las cada vez más frecuentes escaramuzas entre Irán e Israel.

Otro motivo de inquietud para EE. UU. es que el régimen iraní trata de mitigar su aislamiento internacional estrechando su relación con China. Teherán y Pekín acaban de rubricar un acuerdo bilateral de 25 años que incluye cuantiosas inversiones chinas, suministro barato de petróleo y gas iraní y cooperación en materia de seguridad e inteligencia.

Resultado. Como pretendía Trump, las sanciones estadounidenses causaron estragos en la economía iraní, que lleva tres años a la deriva. En plena crisis de la covid-19, Irán tuvo incluso serias dificultades para importar vacunas y material sanitario. Pero elementos clave del régimen han salido indemnes o incluso reforzados.

Los Guardias Revolucionarios —una rama del Ejército iraní designada como organización terrorista por la administración Trump y a la que pertenecía el general Qasem Soleimani, asesinado el año pasado por EE. UU.— han aprovechado la quiebra de empresas privadas para afianzar su control sobre la economía.

Al dispararse la tasa de pobreza y extenderse el virus, los Guardias Revolucionarios han logrado cultivar su imagen como proveedores de servicios esenciales, lo cual erosiona aún más la maltrecha popularidad del gobierno relativamente moderado de Hasán Rohaní.

Con las facciones radicales cada vez más envalentonadas y las elecciones presidenciales iraníes a la vuelta de la esquina (se celebrarán el 18 de junio), la ventana de oportunidad para los partidarios del acuerdo nuclear parece cerrarse rápidamente.

Tanto el gobierno de Rohaní —que está agotando su segundo y último mandato— como la nueva administración estadounidense son conscientes de ello, y existe voluntad de entendimiento. A este respecto, es un buen augurio que Joe Biden haya procedido sin mayor dilación a repudiar o recalibrar muchas de las políticas que heredó, lo cual se ha plasmado en su estrategia hacia Oriente Próximo.

El nuevo presidente ha atemperado las relaciones con Arabia Saudita, imponiendo sanciones a 76 individuos y a la unidad de élite del príncipe heredero Mohámed bin Salmán por el asesinato del periodista Jamal Khashoggi. Asimismo, Biden se ha desmarcado de la ofensiva saudita en Yemen y revertido la designación de los rebeldes hutíes como grupo terrorista, con el fin de facilitar la entrega de alimentos y otra ayuda esencial durante la peor crisis humanitaria que vive el planeta.

Cabe destacar también que EE. UU. restableció la asistencia económica a los palestinos, que Trump suspendió prácticamente en su integridad.

Respaldo a los aliados. A través de estas medidas, Biden está articulando una aproximación más sofisticada y matizada a la región, consistente en respaldar a sus aliados sin caer en ciegos seguidismos y lidiar con sus adversarios sin recurrir a estériles frentismos.

Ejecutar este enfoque —que redunda en un cierto deshielo entre Arabia Saudita e Irán— precisará de una gran destreza; sin embargo, no existe mejor punto de partida para abordar con éxito el más acuciante y delicado de los retos que se ciernen sobre Oriente Próximo, como es la proliferación nuclear.

Estos días, el renovado engranaje diplomático de EE. UU. se enfrenta ya a una prueba del máximo calibre: las conversaciones en Viena orientadas a reflotar el acuerdo nuclear con Irán.

En Viena están representados los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, junto con Alemania, Irán y la Unión Europea. Así pues, se trata de una excelente ocasión para demostrar que la cooperación multilateral entre grandes potencias todavía puede ser fructífera.

El proceso arrancó con buen pie, gracias en parte a la labor de los europeos como facilitadores de las negociaciones indirectas entre las delegaciones de EE. UU. e Irán. Los principales escollos radican en la naturaleza de las sanciones que debería levantar EE. UU., así como en la secuenciación del retorno al marco del acuerdo. Ambas partes insisten en que sea la otra quien dé el primer paso.

Posiciones encontradas. Un obstáculo añadido es el ataque contra Natanz —la mayor planta iraní de enriquecimiento de uranio— perpetrado durante las negociaciones y ampliamente atribuido a Israel. Como represalia, Teherán anunció que comenzaría a enriquecer uranio a un 60 % de pureza, triplicando el 20 % al que se ceñía hasta entonces (y que ya era muy superior al 3,7 % permitido por el acuerdo).

Irán se acerca cada vez más al 90 % necesario para producir una bomba nuclear y, en paralelo, se estrecha el margen de maniobra de los negociadores en Viena. Sabotajes como el de Natanz, del que la administración Biden se apresuró a tomar distancia, en absoluto representan una alternativa aceptable y sostenible a la vía diplomática.

En las relaciones internacionales, lo perfecto es enemigo de lo bueno, y las ilusiones no sirven como vara de medir. El acuerdo del 2015 no pretendía ser una panacea, pero alejar la amenaza de la proliferación nuclear es, sin duda, el mejor modo de afrontar otras conductas problemáticas de Irán en la región.

Conviene recordar dónde estábamos antes del acuerdo y reflexionar sobre adónde nos llevaron quienes se afanaron en demolerlo para construir castillos en el aire.

La espiral de tensiones que venimos presenciando es profundamente imprudente, y salir de ella dependerá necesariamente de encender las luces largas y hacer todo lo posible por encontrar espacios de entendimiento.

Javier Solana: es distinguished fellow en la Brookings Institution y presidente de EsadeGeo-Center for Global Economy and Geopolitics.

© Project Syndicate 1995–2021