Página quince: Ángeles con cascos amarillos

En nuestro país, en esta pequeña franja de tierra, no son los soldados quienes llevan los cascos, sino los bomberos y los ingenieros

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El Cuerpo de Bomberos cumplirá 156 años de apagar nuestros incendios y también de aplacar nuestros temores, calmar nuestras angustias y consolar nuestros sufrimientos.

Hace 156 años que este Cuerpo es fragua de héroes anónimos y cotidianos, héroes de cara tiznada y cuerpo cansado, que para quien espera angustiado rodeado de llamas parecen más ángeles con cascos amarillos que seres humanos.

En nuestro país, en esta pequeña franja de tierra, no son los soldados quienes llevan los cascos, sino los bomberos y los ingenieros. Quienes llevan casco en Costa Rica no planean destruir, disparar o bombardear, sino construir, diseñar o rescatar. Por eso, entre otras cosas, podemos llamarnos una nación bendita.

En el Quijote de la Mancha, el anciano caballero andante busca con insistencia conseguir el yelmo de Mambrino, que era algo así como un casco medieval que otorgaba a quien se lo pusiera poderes especiales. En su humildad, el Quijote no se daba cuenta de que ningún yelmo podía hacerlo más valiente; ninguna armadura, más atrevido; ningún escudo, más caballero.

No se daba cuenta de que el héroe lo tenía escondido en el espíritu y no en la vestimenta. Lo mismo pasa con los bomberos. Una persona podría ponerse un uniforme y parecer bombero, pero muy pocos están dispuestos a lanzarse a una casa en llamas para salvar a un niño que grita dentro; muy pocos encuentran la mano que los busca en el humo que nubla por completo la mirada; muy pocos pueden mantener la calma en un edificio a punto de colapsar. No lo da el uniforme, lo da el espíritu, el inmortal quijote que llevan dentro.

Poco reconocimiento. ¡Cuántos millones de bomberos han existido en la historia y, sin embargo, cuán escasos son sus monumentos! Pintores, escritores, músicos, políticos, militares, médicos y hasta dictadores inundan plazas y parques con sus bustos y estatuas, y nos cuesta mucho encontrar entre ellos un bombero.

La razón para esto es sencilla: los bomberos son nuestros héroes anónimos, que con su voluntad, disposición y ejemplo nos demuestran lo que es la generosidad, especialmente, durante este último año en que hemos padecido una pandemia.

El amor es creativo hasta el infinito, decía san Vicente de Paúl y, en efecto, no existe una única manera de manifestar cariño. A veces se expresa en la forma de una palabra, como todas las conjugaciones del verbo amar. A veces se expresa en la forma de un gesto, como un abrazo fraterno.

Casi todo en la vida puede ser instrumento de solidaridad, en las manos de los hombres y las mujeres de buen corazón, como son los que pertenecen al Cuerpo de Bomberos.

Ellos, que saben derribar paredes para ingresar a edificios en llamas, nos motivan a derribar las paredes de la indiferencia para ingresar al corazón ardiente que quiere, y necesita, aliviar el dolor ajeno. Ellos, que saben elevarse hasta los pisos más altos de un edificio a punto de colapsar, nos impulsan a elevarnos a los más recónditos recintos del espíritu humano, donde se esconden las emociones que mueven la empatía y la solidaridad.

No venimos al mundo para nosotros mismos, sino para los demás. Los bomberos no transitan por la vida para su gloria personal, para ver cómo erigen sus propios monumentos, sino para la gloria de Dios, que se refleja en el monumento viviente que es cada uno de los demás seres humanos.

Los bomberos vienen a la vida a abrazar a un niño que llora. Vienen a la vida a consolar a un anciano asustado. Vienen a la vida a ayudar a una madre acongojada. Vienen a la vida a aliviar a una familia desamparada. Vienen a la vida a vivir para otros. Los bomberos son un ejemplo de plena existencia.

Que Dios bendiga a todos los bomberos de Costa Rica y que nunca olviden que, como el Quijote, su valor descansa en su espíritu, no en su vestimenta.

El autor es expresidente de la República.