Otras Navidades en Costa Rica

En el ejercicio de hacer un balance de lo vivido durante el año y los propósitos para el siguiente, cabe preguntar si en Costa Rica el tiempo pasado fue mejor

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Cada fin de año, solemos hacer un balance de lo vivido e ideamos nuevos propósitos para el siguiente ciclo. En ese proceso, podemos preguntarnos: en Costa Rica, ¿todo tiempo pasado fue mejor?

Si revisamos las cifras actuales en seguridad ciudadana, empleo y educación, bien podemos concluir que la respuesta es sí.

La cantidad anual de asesinatos aumentó dramáticamente desde que empezó a llevarse la cuenta, pero los problemas delincuenciales del pasado y del presente son distintos y complejizan la respuesta.

Para ilustrar el punto, hoy nos enteramos oficialmente, al fin, de que el ministro de Hacienda, Nogui Acosta, reconoció a la Sala IV que nunca contó con un informe técnico, el cual le permitiera denunciar al país por televisión y “a todo color” el “megacaso fiscal” con el cual se difamó al banquero Leonel Baruch.

Si estuviéramos en un fin de año de la naciente república de Costa Rica, esa mentira contra el honor o la reputación de una persona bien podría haber terminado en un duelo, demandado por el ofendido, y en una o incluso dos muertes violentas más para la estadística.

Pero, por dicha, esta manera de saldar los delitos contra el honor quedó explícitamente prohibida en el Código Penal de 1880. Ahora les toca a Acosta y otras prominentes jefaturas del chavismo acatar lo que ya ha dispuesto la Sala IV y lo que corresponda en los procesos legales abiertos y por abrir contra más de uno y una por sus papeles en este escándalo.

Otro ejemplo de balance y reparación que se hace con el corazón condescendiente de la Navidad, lo dio la Corte Superior de Justicia, un 6 de diciembre de 1833, según publicó el primer periódico de Costa Rica, El Noticioso Universal.

Sentenció (con la ortografía de entonces) que “las mugeres condenadas a obras publicas, no deben destinarse á los trabajos varoniles, ni sacarse de los lugares de pricion, habiendo allí en que ocuparlas: y que en los casos de no poder indemnizar la condena ni encontrarse oficios propios para ellas, se les recluya por igual tiempo en casas honradas con la seguridad que se estime necesaria”.

Pero si las penas de 1833 se aplicaran hoy, cuando tenemos tanto desempleo, de seguro las mujeres presas estarían más que felices si les dieran “un trabajo varonil”, con tal de salir de la prisión y tener un trabajo remunerado, siempre y cuando se lo pagaran sin rebajarles la brecha salarial por sexo.

Jóvenes inciviles

Es probable que no haya un asunto más debatido en la historia de Costa Rica moderna que la educación. Primero, debido al reconocimiento de ciertos derechos políticos de las mujeres por los gobiernos liberales posteriores a la independencia, se abrió una extensa conversación sobre cómo educarlas, pues los varones temían que, armadas con la misma información y habilidades que los hombres, compitieran con ellos en el mercado laboral y dejaran de hacerse cargo de la maternidad y de lo doméstico.

Después, la educación de la juventud, sobre todo de los muchachos, fue un problema que no dejó de preocupar al país, incluso en Navidad.

El martes 24 de diciembre de ese mismo año, el periódico publicó un comentario editorial titulado “Aguinaldo a los Costa-ricenses” (sic), en el que lamentó“la suerte de innumerables jobenes que lejos de adquirir la ilustración se corrompen vagando y errantes sin la ocupación honesta que demanda su edad y sorbiendo atolondradamente la frivolidad, la coquetería, el odioso orgullo, la licenciosidad, y tras esto, todos los demás vicios que regularmente germinan en el seno del ocio y al calor del desenfreno ilimitado á que desgraciada y malamente llaman alguna vez libertad”.

Agregó que el mejor aguinaldo para el país y el remedio para los ninis de la época sería crear un colegio Seminario, pues, así “los padres de familia descansarían tranquilos en los cuidados y vigilancia de un Rector; sin el justo temor de que sus tiernos hijos se corrompan lexos de su vista y paternales miradas”.

Ese colegio Seminario está en funciones desde 1893, pero, como es evidente, ni este ni la educación pública obligatoria, universal y gratuita, establecida en la Carta Fundamental de 1869 —y ratificada en las Constituciones de 1871 y 1949—, han sido suficientes para educar a la juventud o contener la delincuencia, porque esos problemas son bastante más complejos.

Tampoco practicar la censura o el destierro de libros, obras de teatro o cine “moralmente malos”, como quisieron un tal “Pseudo Tulio” o los obispos Thiel y Sanabria, en 1833, 1898 y 1933, respectivamente, impidieron que sigamos enfrentando problemas muy parecidos.

Así, recién pasada la Navidad de 1833, el viernes 27 de diciembre, “Pseudo Tulio” se quejó de que “algunas personas (especialmente jobenes de uno y otro sexo) se despestañan por leer libros de novelas, impuras, heterodoxás, subversivas. Con este óbice ¿quien duda que ni para lo Canonico ni para lo Civil, saldrán sujetos capaces, para los desempeños del Estado y de la Iglecia?... ¡Quantos sujetos, sin mas noticias que las que han adquirido en los libros incendiarios, se les oye en tono magistral y didascálico, diciendo materias lubricas, sistemas respetables, qüestiones abstractas, llevándose de encuentro Autoridades, Establecimientos, Escripturas, Concilios, Santos Papas, etc, etc”.

La felicidad, ja, ja

A pesar de los problemas que la afectaban, en la “Costa-rica” (así se escribía) de 1834, ya había, como ahora, una autorrepresentación de ser un país feliz y moralmente superior en comparación con sus vecinos, por su presunta mayor capacidad de negociar sus diferencias.

Aunque a veces se llegara a los puños, las armas y la sangre, un lector opinaba que esa especial capacidad para el diálogo se debía a los lazos que convertían a los ticos —al menos a los de la Meseta Central— en una gran familia.

Recién estrenado el nuevo año de 1835, publicó: “Es muy grato ver à los Costa-ricenses transigir sus acciones, para evitar pleitos, en que por lo regular ganando se pierde; lejos de romperse los sagrados vinculos de la sangre y la amistad, se estrechan las familias, y la sociedad deja de ser un campo de batalla, donde la trampa, el engaño y los manejos son armas muy usadas. Pero es feliz aun Costa-rica por no albergar en su seno grandes malhechores; y por que la moral publica se halla menos corrompida y mas generalisada que en los otros Estados de la republica…”.

Como sea, la República Federal de Centro América, de la que formaba parte Costa Rica, se disolvió en 1840 debido a las guerras civiles, la corrupción y los problemas fiscales.

No sabemos cuándo exactamente la felicidad se estableció como un mandato, el cual, además, prescribe que ese precioso tesoro deba sentirse de modo permanente, incluso cuando nos invade una legítima tristeza o cuando el país está plagado de problemas.

Si existe alguna, la clave de la felicidad la pudieron haber descubierto, en vísperas de 1905, los anunciantes del periódico El Día, pues, a pesar de que las rivalidades entre católicos, liberales, obreristas y anarquistas arreciaban, nunca perdieron el sentido del humor.

Algunos almacenes desearon a su clientela ¡Felices Pascuas! anunciando una “Gran exhibición de juguetes para Noche Buena”y, para que nadie se peleara,un Inmenso surtido para Ricos y Pobres”.

Otros, como el artesano dueño de El Yunque, llamaron la atención de la potencial clientela riéndose de los temores y problemas sociales de la época. Su anuncio decía: “Los Anarquistas! Ja… Ja… Ja… Ríase usted de ellos, y de la crisis, y de todas las miserias del mundo, acercándose al Taller mecánico de Eloy Rojas”.

Decida usted, entonces, si en estas fiestas quiere seguir el consejo de don Eloy, y reírse, incluso, del mandato de la felicidad, pues, una vez pasadas las fiestas, múltiples problemas, aunque en versiones y con intensidades distintas, seguirán ocupando al país en una tarea sin fin.

maria.florezestrada@gmail.com

La autora es doctora en Estudios Sociales y Culturales, socióloga y comunicadora. Twitter @MafloEs.