Observar la ley

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No puedo imaginar al ciudadano perfecto, al imposible ser que escoge respetar las leyes y los reglamentos en todo momento y frente a cualquier circunstancia. Si existiese, creo que sería una gran atracción de circo, junto con la mujer barbuda y la lora bailaora . Para empezar, debiera ser dueño de un saber enciclopédico para conocer cuál ley u ordenanza aplica en cada caso.

Incluso queriendo ser legal, uno vive sumido en la ignorancia. Y, tras de eso, como no somos santos y alguna vez nos saltamos una luz roja, la cosa se pone color de hormiga. Todos tenemos algunos pecadillos.

Tal vez sería una especie de monje budista, en estado de quietud y meditación permanente, aunque quién sabe si para hacer eso aquí uno debe estar afiliado al colegio profesional respectivo, requiera patente municipal o permiso del Ministerio de Salud.

Este ejercicio de pensamiento nos lleva a cuestiones de fondo. Para empezar, ¿cómo escogemos cuáles leyes respetar? Todos tenemos un filtro moral que nos permite hacernos los suecos de vez en cuando. Hay personas “sin filtro” que nunca respetan las normas legales, o con filtros que poco cuelan. Pero si nadie está libre de pecado, ¿cómo distinguir las personas honradas de las que no? Quizá la respuesta sea que en toda sociedad hay un núcleo duro de normas cuya trasgresión se considera asunto grave.

Entonces, ¿evadir el pago de impuestos, un deporte muy practicado, es peccata minuta o cuestión grave? Si fuera lo segundo, este país sería una manada de delincuentes que posamos como personas decentes. Si fuera un pecadillo, entonces, que nadie se queje si no hay plata para la acción pública.

Ahora bien, ¿por qué escogemos observar (selectivamente) la ley pudiendo no hacerlo? Algunos dicen que es un tema cultural, que hay sociedades que inculcan valores cívicos de respeto a la ley y premian el buen comportamiento, mientras que otras distinguen al vivazo que se brinca la ley con impunidad.

Hay quienes dicen que las personas calculan si las van a agarrar, y si caen, cuán probable es que las castiguen. Las investigaciones académicas señalan que más que la dureza de las penas, la clave es la impunidad: si la gente cree que no la van a agarrar y sancionar, entonces el imperio de la ley se deteriora.

El asunto es, entonces, si en Costa Rica estamos en ese momento complicado en que cada vez más personas se arrogan la potestad de decidir cuáles leyes respetan, pero exigen a los demás ser respetuosos con la ley. Y eso es ácido para la convivencia pacífica.

Jorge Vargas Cullell es gestor de investigación y colabora como investigador en las áreas de democracia y sistemas políticos. Es Ph.D. en Ciencias Políticas y máster en Resolución alternativa de conflictos por la Universidad de Notre Dame (EE. UU.) y licenciado en Sociología por la Universidad de Costa Rica.