Obituario fiscal

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La semana pasada murió la reforma fiscal. Venía “ralita” desde hacía rato, pero ahora sí quedó tiesa: muerta, bien muerta. Es decir: sonó, se palmó, pateó el balde, colgó las tenis. ¿Captan la idea o debo agregar, por si las moscas, que cantó viajera?

Luego de casi dos años de dimes y diretes y demás actos para la galería, los grupos de interés de uno y otro bando se unieron para no cambiar el statu quo fiscal que tanto les favorece. El Congreso aprobó cambios mínimos: algo en pensiones, fraude fiscal y restituir impuesto a sociedades anónimas. El gobierno contuvo gastos y socó tuercas en recaudación. En conjunto, muy poquito para tanto bochinche y para la magnitud del problema.

Como resultado, las perspectivas fiscales empeoraron: más endeudamiento público e insostenibilidad del Estado. ¿Qué sigue? El próximo presidente volverá a pedir impuestos y –bostezo– otra vez vendrá el refrito del pleitillo fiscal que termina en nada.

Vuelvo a la sección de sucesos: la semana pasada, ante presiones de los sindicatos del sector público, el gobierno le zafó la tabla al tema del empleo público. ¿Su argumento? Que el proyecto de ley que había no iba a servir. Supongo (je, je) que están a punto de presentar uno mejor…

Su contrapropuesta fue un engañabobos: a cambio de que le tramiten más impuestos, ofreció discutir una regla fiscal (normas para disciplinar el gasto público en el futuro). Sin embargo, como los regímenes de empleo público (pluses, evaluación de desempeño, niveles salariales, promociones) son un disparador del gasto, en ausencia de mecanismos para racionalizarlos, la capacidad para cumplir con cualquier regla fiscal es muy baja.

Sin medidas sobre el gasto público, el tema de los impuestos quedó sin viabilidad. A Costa Rica le urge transformar el impuesto de ventas en uno al valor agregado y modificar el impuesto sobre la renta para disminuir la evasión, corregir distorsiones y eliminar privilegios. Esta modernización era muy resistida por poderosos sectores empresariales y profesionales.

Al final todos fueron felices y comieron perdices: el gasto público seguirá en piloto automático y mantendremos casi intacta la estructura tributaria actual. El sistema político fue incapaz de negociar un acuerdo para prevenir una crisis fiscal que comprometa el desarrollo y el bienestar del país. Ahora pasamos al debate sobre las pensiones de la Caja: ¿terminará en algo? No soy optimista.