Nuestros deberes hacia la democracia

La democracia, sus condiciones, virtudes, falencias y amenazas son objeto de reflexión y estudio, al menos, desde la Grecia clásica

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La democracia, sus condiciones, virtudes, falencias y amenazas son objeto de reflexión y estudio, al menos, desde la Grecia clásica. Los abordajes pasan por múltiples disciplinas y enfoques. En los últimos años, la gran preocupación en Occidente ha tenido carácter introspectivo: qué la debilita desde dentro y cómo evitar que esos factores la conduzcan a etapas terminales.

Entre los libros más citados al respecto están Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, y Así termina la democracia, de David Runciman, ambos del 2018. Son obras de largo aliento que exploran, esencialmente, factores estructurales, tras los cuales siempre hay personas, pero sobre los que tenemos poco o nulo control individual. Más modesto en sus aspiraciones, pero lúcido en su análisis y relevante en sus conclusiones y orientaciones, es el ensayo Sobre la tiranía, del respetado historiador de Yale Timothy Snyder, aparecido un año antes.

En un centenar de páginas, repasa, como dice el subtítulo, “veinte lecciones que aprender del siglo XX”, bajo la premisa de que “la historia no se repite, pero instruye”. Señala algunas referentes al ámbito individual, que, por esto, se transforman en responsabilidades intransferibles.

Me centro en cinco, con algunas modificaciones: 1) Rechacemos la obediencia anticipatoria, es decir, aceptar arbitrariedades o renunciar a derechos en silencio y voluntariamente. 2) Como consecuencia, seamos firmes en exigir su respeto, lo cual implica, a menudo, dar el primer paso para defenderlos, aunque no seamos directamente afectados. 3) Respaldemos las instituciones, no solo en forma abstracta, sino también mediante el apoyo directo o “adopción” de algunas, desde un medio de comunicación hasta una ley o asociación. 4) Respetemos la transparencia del lenguaje y evitemos que otros se apropien de conceptos como libertad, soberanía, representación y justicia. 5) Rechacemos las palabras peligrosas, que agreden o incitan al odio, y traspasan fronteras de civilidad y decencia, como “canallas”, “corruptos” o “sicarios”.

Nada de lo anterior nos exonera de responsabilidades sistémicas e institucionales. Pero la práctica individual nos acercará más a ellas. Además, elevará las barreras ante los ímpetus autoritarios. Hacerlo hoy es, en Costa Rica, un imperativo ineludible.

Correo: radarcostarrica@gmail.com

Twitter: @eduardoulibarr1