Nuestra vida y nuestra sociedad

Ignoramos muchas cosas, pero no podemos ignorar lo que somos y queremos, lo que añoramos y decidimos hacer

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Nacimos y el mundo ya estaba aquí. No necesitamos crearlo, otros nos precedieron en esa tarea. Pero al llegar nos convertimos, sin pensarlo, en nuevos creadores de lo que no existía. Claro, la escala de nuestra creación es pequeña, lo que hace el mundo es la unión de miles de historias entrelazadas en grandes contextos, pero ignoradas en su singularidad por cada uno de nosotros.

Estoy en el patio de mi casa, veo un avión sobrevolar, allí van muchas personas que tienen su propia historia y que viajan por múltiples propósitos, yo mismo he estado en esa situación; desde abajo, no sé quién está allí, no conozco sus intenciones, ni sus motivaciones. Sin embargo, los que están allá arriba y los que estamos abajo vamos a optar, decidir y construir lo que es el mundo en el hoy y que condiciona el mañana.

Ignoramos muchas cosas, pero no podemos ignorar lo que somos y queremos, lo que añoramos y decidimos hacer. Nuestras relaciones humanas comienzan a conformarse y, al hacerlo, influimos en los otros, para bien o para mal. La pregunta es si podemos condicionar tanto el futuro de la humanidad para hacer nuestro futuro mejor o peor.

Estoy convencido de que puede ser para mejorar la existencia, pero para ello necesitamos creer que la bondad es el criterio para producir un cambio significativo en la historia. La realidad es que esa bondad puede ser expresada solo en las pequeñas cosas de cada día.

La gran estructura del mundo parece impasible y violenta siempre, casi como si el odio nos dominara sin poder detenerlo. La guerra, la represión de la oposición, las muertes violentas producto del sicariato y la trata de humanos nos hablan de cosas que para la mayoría de nosotros parecen imposibles de solucionar.

¿Es así en verdad? Pienso otra vez en las personas en el avión que veo surcar el cielo y pienso en mí. ¿Qué puedo llevar conmigo, además de mi equipaje, si yo estuviera allá? Mis valores, mis deseos, mi bondad, mi amabilidad, mis pensamientos, mis recuerdos, memorias y fe. Son cosas intangibles que viajan conmigo, pero que influyen en otros.

Es cierto, junto conmigo puede viajar un narcotraficante, un asesino, un sicario, alguien que tiene el poder de causar injusticias, pero también una persona con grandes ideales, con proyectos que quiere solucionar situaciones de injusticia o marginalidad. Y viajo yo, con lo que soy y quiero, con lo que sueño para este mundo y hago para generar, en lo que se pueda, la transformación que esperamos.

Contribución del viajero

Es interesante que el cristianismo primitivo comenzó su expansión con viajes, no era algo extraño para el judaísmo anterior que, aunque a veces obligado, llevó el Antiguo Testamento a todo el Imperio romano, terreno fértil para que las ideas cristianas llegaran, crecieran e influyeran en un mundo muy diferente al de sus orígenes, el mundo pagano.

Otro tanto podríamos decir del influjo de las ideas griegas, del sentido del derecho romano, de los ideales de paz del budismo. Viajar, sabiendo que tan solo somos personas que viven el día a día en lo que resulta esencial y necesario, nos hace propagadores de verdades nuevas y llenas de esperanza.

No solo los que viajan en aviones o grandes distancias transmiten valores nuevos. En efecto, muchos viajeros lo son no para que incidir en otros mundos, sino para disfrutar del turismo, que no es algo negativo, pero nos puede separar del verdadero sentido de estar en otro lugar con la ilusión de cambiar el mundo.

Los que se quedan, porque no pueden viajar, los migrantes, los que van a trabajar en otros lugares, también pueden hacer la diferencia, si creen efectivamente en sus más grandes convicciones nacidas del querer generar el bien. Claro, para hacerlo es necesario renunciar a la gran tentación de vivir para nosotros mismos, dejar de pensar que vamos solo a gozar de las cosas buenas que nos da una posición social privilegiada. Y no es que disfrutar las oportunidades que nos da la vida sea una cosa negativa, pienso en el firme deseo de producir la oportunidad para que otros otros vivan con esas posibilidades, eso nos haría a todos mejor.

Otra vez viene a mi mente el avión como oportunidad de encuentro con lo distinto, con la oportunidad de aprender otras historias y crear otras relaciones. Y otra vez me viene a la mente cómo los primeros cristianos se organizaron para que algunos de ellos viajaran, con la intención de que comunicaran otros valores, compartieran la fe y llevaran, en compensación, a sus comunidades de origen gentes de otros lares para hacerlos crecer, transformarse y ser mejores.

Viajar, para ellos, no era más que una oportunidad para compartir lo que consideraban esencial en aquel mundo violento del imperio de los césares: ser una alternativa a la colonización violenta y corrupta.

Progreso humano

Comenzamos un nuevo año, que se ve difícil, mas lo importante no es que la tarea del desarrollo económico sea laboriosa, porque nuestra meta es crecer como humanidad, como personas que entienden que lo esencial no es tener, sino compartir; no es lograr satisfacer nuestras ambiciones, sino hacer lo necesario para comunicar lo que es esencial para ser bondadosos. Nuestro ideal es ser mejores seres humanos, porque el verdadero progreso no se mide en cifras, sino en generosidades.

Nos asustamos, y con razón, de tantos asesinatos y muertes inútiles. La verdad es que para mucha gente el narcotráfico es una solución fácil para obtener lo que para muchos es lo único que cuenta: dinero para conseguir lo que se desea. Pero sin la normalidad no hay paz; sin integridad y respeto por el otro no se puede conseguir el bienestar de todos.

Cuando eso no basta, entonces, se opta por la violencia, que se parece mucho a las violencias antiguas y contemporáneas que basan en la fuerza el fundamento para ser personas que sobresalen. “¡Paz y seguridad!” era el eslogan del Imperio romano, porque todos tenían que aceptar su soberanía absoluta para garantizar la utilidad de un mundo creado para reproducir la injusticia. ¿Acaso no nos damos cuenta de que la violencia nos hace cómplices permanentes de un mundo injusto y dividido?

Benedicto XVI dijo una cosa muy importante en su encíclica Caritas in veritate: “Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales. De ahí la necesidad de unir no solo la caridad con la verdad, en el sentido señalado por san Pablo de la veritas in caritate (Ef. 4,15), sino también en el sentido, inverso y complementario, de caritas in veritate. Se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la ‘economía’ de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad”.

Sí, la verdad es la vida humana y lo que ella experimenta constantemente en el devenir de las opciones humanas. El problema actual es que ocultamos esa conciencia para volver “verdad” lo que es mentira, porque las consecuencias de esas pretendidas “verdades” es muerte, exclusión, destrucción y odio.

El Papa comenzaba con unas palabras que nos tienen que hacer reflexionar: “Soy consciente”. Nos habla de un hombre que llegó a una conclusión personal y, por eso, es un llamado a cada uno de nosotros para pensar si esa conclusión es también nuestra.

frayvictor@icloud.com

El autor es franciscano conventual.