Nicaragua: entre la ‘sucesión dinástica’ y los 222

Mientras siguen persiguiendo por igual a quienes demandan democracia que a las monjitas de la madre Teresa de Calcuta, un cambio se gesta desde el exilio

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Un año después de la liberación de los 222 presos políticos, desterrados a Estados Unidos y despojados de su nacionalidad nicaragüense, la dictadura familiar sigue profundizando su propia crisis en el poder, al imponer un régimen cada vez más totalitario.

La “innovación” del sultanato Ortega Murillo es crear un sistema de persecución de la disidencia, que castiga por igual a los que demandan elecciones libres y democracia que a las monjitas de la madre Teresa de Calcuta, o a los promotores de una reina de belleza, ganadora de Miss Universo.

Su receta es una maquinaria clientelista de control social, culto a la personalidad, espionaje político y extorsión económica, que está provocando la migración masiva de los nicaragüenses hacia Estados Unidos, Costa Rica y otros países, en busca de libertad, seguridad y oportunidades.

Si algún despistado analista internacional pronosticó que después de reelegirse en octubre del 2021, sin competencia política y con todos los precandidatos presidenciales de la oposición presos, Ortega facilitaría una apertura política, en realidad se equivocó, porque hizo todo lo contrario.

En el 2022, arrasó con la sociedad civil, eliminó los gremios y las asociaciones, y arreció la persecución contra los sacerdotes y obispos proféticos de la Iglesia católica.

De la misma manera, después de la excarcelación de los reos de conciencia, en febrero del 2023, tampoco se atrevió a convocar un diálogo para restablecer la estabilidad nacional. Ortega dio un salto hacia adelante y se salió de la OEA para intentar eludir los compromisos del Estado de Nicaragua con los convenios internacionales sobre derechos humanos, prevención de la tortura y la apatridia, entre otros, cobijándose bajo la protección de sus aliados internacionales: Rusia, China, Cuba, Venezuela e Irán.

Tras la excarcelación de los 222, vino el endurecimiento del Estado policial, usando la puerta giratoria con nuevos presos políticos (hay 105 en las cárceles y más de 50 bajo asedio policial y en casa por cárcel de facto), con más persecución religiosa, más extorsión económica contra las empresas y más confiscaciones de propiedades y universidades.

Corrupción y traspaso

Al condenar como “apátridas” y “traidores a la patria” a otros 94 ciudadanos, la mayoría de ellos exiliados, el régimen extendió las confiscaciones contra más de 316 ciudadanos, anuló la seguridad jurídica y generalizó la aplicación de un sistema de coimas y extorsión tributario y aduanero, que coloca a Nicaragua entre los países más corruptos del mundo en el ranquin de Transparencia Internacional, a la par de Venezuela, Siria y Somalia.

Por ello, casi dos años y medio después de la abstención masiva durante la farsa electoral del 2021, la gente sigue votando con los pies, y se va de Nicaragua porque el régimen no ofrece ningún futuro a jóvenes, trabajadores, profesionales, productores y empresarios. Ni siquiera a los mismos servidores públicos que trabajan en el Estado.

Por su parte, Ortega y Murillo convirtieron el país en un refugio de líderes corruptos centroamericanos y plataforma de exportación hacia Estados Unidos de migrantes irregulares cubanos, haitianos y extracontinentales.

La única salida que ofrece la dictadura es más de lo mismo, o incluso algo peor que lo mismo, con la “sucesión dinástica” de Daniel Ortega a su esposa Rosario Murillo. Una sucesión que está en marcha con la barrida anticipada que está ejecutando la vicepresidenta en la cúpula del Estado para colocar a sus leales e incondicionales, ante el estupor que campea entre los partidarios del FSLN.

La caducidad del modelo de copresidencia entre el gobernante ausente, que por cierto cumple 50 días de ausencia en el cargo público, y la vicepresidenta omnipresente, también está provocando zozobra entre los generales del Ejército y la Policía, entre ministros, diputados, magistrados y testaferros de los negocios del clan familiar. Es un modelo fracasado, que incluso podría empeorar al quedar todos los operadores políticos sometidos al poder absoluto y despótico de una sola persona.

En Nicaragua, entre los altos rangos del Ejército y la Policía, que en última instancia sostienen la dictadura en el poder, es vox populi que mientras Ortega es admirado y respetado por su aureola de caudillo “histórico”, Murillo es solamente temida (y odiada) por su prodigiosa memoria vengativa.

Por eso, el promocionado proyecto de “sucesión dinástica”, aunque a corto plazo es la única solución de carácter constitucional que pueden invocar los poderes fácticos, dada la ausencia definitiva de Ortega, no representa una solución a mediano plazo para los que manejan los feudos del poder dictatorial, mientras que para la mayoría democrática del país significaría únicamente más violencia política e inestabilidad.

Luz de esperanza

En contraste, en la acera de la mayoría azul y blanco del país, la esperanza de un cambio democrático se mantiene intacta como la única salida nacional para iniciar la reconstrucción de Nicaragua con justicia, desarrollo y prosperidad.

A pesar del desarraigo y el dolor del destierro, y lo que implica reconstruir sus vidas y sus familias en condiciones adversas para superar las secuelas de la cárcel, la tortura y el exilio, el liderazgo plural de los exreos de conciencia y los líderes exiliados que se organizan en Costa Rica desde el 2021 representa una luz de esperanza para salir de la dictadura y comenzar la transición democrática.

La dictadura nunca pudo quebrar la moral de los presos políticos en las cárceles. Jamás pudo obtener una confesión o inculpación por los delitos atribuidos. Por el contrario, logró la reafirmación de que la lucha por la libertad y la democracia, con justicia sin impunidad, es innegociable.

Un año después de la excarcelación de los 222 presos políticos, esa convicción sigue siendo el pilar fundacional de un nuevo liderazgo democrático que se conforma en un clima de tolerancia, sin caudillos y sin mesianismo, alejado de los extremos, aunque todavía no tiene raíces hondas en la Nicaragua profunda debido a la represión y el Estado policial.

De ese liderazgo depende, principalmente, y de la seguridad que puedan proveer a las redes ciudadanas, reactivar una resistencia activa en Nicaragua y convertirse en una alternativa de poder.

Pero el cambio ya se está construyendo desde Nicaragua, en la libertad de conciencia y en la resistencia silenciosa, y desde el exilio en la prensa independiente que sigue derrotando la censura oficial, pero aún falta restablecer plenamente el derecho a la libertad de expresión, sin represión.

Por ello, es imperativo seguir demandando la solidaridad de América Latina, con la participación de Centroamérica, México, Brasil, Argentina, Chile, Colombia y otros países, con la izquierda democrática y la derecha liberal latinoamericana junto a la comunidad internacional, para aislar la dictadura de Ortega Murillo, con el apoyo de Estados Unidos y la Unión Europea.

Los nicaragüenses no están demandando una intervención extranjera ni lesionar la soberanía nacional, lo que exigimos es aislar a una dictadura totalitaria hasta que se suspenda el Estado policial para despejar el camino hacia una reforma electoral, sin Daniel Ortega y sin Rosario Murillo, para celebrar nuevas elecciones libres y empezar la transición democrática.

carlosf.chamorro@confidencial.com.ni

El autor es periodista nicaragüense.