Mujeres futuras

El cuerpo de la mujer sigue siendo violentado, usado, manipulado y odiado hasta por su propia sombra

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Un día que son todos los días, en el que vale la pena detenerse un momento para reflexionar sobre el futuro de las mujeres.

Siempre que se piensa en el futuro, se construye una utopía o una distopía, aunque ahora, dados los vertiginosos cambios sociales, veo a lo lejos un paisaje mixto porque, a pesar de ser luminoso, tiene zonas muy opacas, donde la violencia contra las mujeres toma nuevas caras. Hemos construido un mundo bipolar, donde se pregonan por un lado los derechos de las personas y al mismo tiempo se pide la servidumbre social y material con nuevas formas muy bien organizadas y antes no vistas de neoesclavismo.

Así que me congratulo por tanto logro, pero, a la vez, enciendo un faro ante la polvareda que se ve en el horizonte donde se pide temor a Dios y mansedumbre al marido, al mismo tiempo que se practica el culto a la prosperidad, que empuja a toda suerte de deslealtades y vicios de conducta a hombres y mujeres.

El cueste lo que cueste bajo dispensas éticas empuja a muchas de nosotras a las sociopatías y la competencia extrema, como una mala copia de las prácticas ejercidas en el lado más oscuro del patriarcado y que conlleva a verse a sí mismas y sus cuerpos como mercancía de cambio.

Categorías para el consumo

Un mundo en donde, por otro lado, mejor, si se es mujer, es no serlo. Mejor es ser cualquier otra cosa porque ser mujer atormenta, duele y es muy sacrificado. ¿Un sexo que solo transcurre entre otros géneros puede ser la respuesta? ¿Se resuelve por fin así el problema del pecado original de la liturgia cristiana? ¿La culpa con que venimos todos a este mundo se limpia creando un solo sexo, volviendo al uno, al purismo más absoluto, donde la mancha es borrada?

Pero es un mundo donde el cuerpo de la mujer sigue siendo violentado, usado, manipulado y odiado hasta por su propia sombra. Un cuerpo bolsa de llevar criaturas, un cuerpo refugio de otros cuerpos, un cuerpo para desahogar la furia, un cuerpo con identidad moldeable, performático y extranjero de su propia identidad.

Un segundo sexo que ahora quieren que sea tercero y cuarto, y que no tiene nada que ver con el que planteó Simone de Beauvoir. Una categoría más de consumo, inflado, operado, revestido, parodiado, negado en sus posibilidades biológicas, o vendido en sus posibilidades biológicas. Un espejo para la satisfacción de las formas imaginadas, degradado hasta convertirse en parte de la basura acumulada por las redes entre tendencia y tendencia.

Un mundo donde las mujeres son tomadas como un pedazo de materia en crecimiento, según la sugestión de la inteligencia artificial que comanda comercios y destinos sin ningún temor a ningún dios humano, porque el verdadero dios está en la vida virtual.

Un mundo abandónico de sus propios procesos identitarios como consecuencia de la ignorancia de la sociedad (entre padres, escuelas, profesionales y comunidades) que creen que se es, lo que se quiere ser, según se capitalice en las redes alguna tendencia y no como el resultado de un proceso sumatorio, epistémico, múltiple y único.

Cuarto rojo

¿Por qué ser mujer si es una condición siempre inferior tan vulnerable? Paso revista y recuerdo cómo ya hace rato salimos del cuarto fucsia y entramos al cuarto rojo, donde se ha luchado por la igualdad económica, social y epistémica de las mujeres.

Lucha que no es llamativa, ni festivalera, ni se muestra en imágenes retocadas porque viene desde dentro del silencio y de la pobreza, día tras día, donde las mujeres crían hijas inmersas en la desesperanza. Mujeres con hambre, con frío, con años de violencia a cuestas y que no tienen nada. Nada más que la voluntad de no seguir siendo acosadas, violentadas, víctimas de abuso sexual o vendidas.

Así es que el fucsia nos lo devuelve el mercadeo cada vez que puede, y nosotras lo elegimos porque es un bello color, amable y cariñoso. Pero es el rojo el color de los derechos. Derecho a la igualdad y no derecho a que nos digan ahora que somos personas menstruantes. Derecho a la seguridad, a la salud, al amor y a la paz y ahora sumo por el derecho a ser quienes somos: ¡Mujeres!

Esa es la respuesta. Porque estamos para mucho más que cuidar y dar desahogo a los vacíos personales y culturales. Estamos para el conocimiento, para la observación, para el diseño, para el recuento y la reparación social, pero también para el apapachamiento como lo hace la madre naturaleza.

Los pies bien plantados en la tierra, junto con el útero, los ovarios, el cerebro, las manos y, si se quiere, el nido preparado. La mente clara y puesta en el diseño de la especie y en el de nosotras mismas. Tejemos, somos artistas de la trama del tiempo, que creemos en el regazo y en el método, y cuando podemos salimos a bailar.

doreliasenda@gmail.com

La autora es filósofa.