Monseñor a la cocina

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Las recientes declaraciones del nuevo Arzobispo de San Salvador, Fernando Sáenz Lacalle, en el sentido de que no comentará ni dará declaraciones a la prensa sobre asuntos técnicos o políticos me recuerda aquella ofensiva frase machista de "las mujeres a la cocina".

Lo que ignoro es si el prelado, miembro del Opus Dei, se confinó él mismo a esa estancia de la casa, por convicción, o si el papa Juan Pablo II quiso reorientar el rumbo de la Iglesia católica salvadoreña con su nombramiento y las directrices que seguirá de ahora en adelante.

Sáenz manifestó claramente que desea ser "maestro de la verdad revelada, defensor y promotor de la dignidad de la persona e instrumento de unidad". No podría ser de otra manera pues esa es condición inherente a su investidura de pastor religioso.

Lo que sí no puede hacer monseñor Sáenz es borrar de golpe el camino trazado por sus antecesores en el cargo, Oscar Arnulfo Romero y Arturo Rivera Damas, quienes sirvieron a Dios y a su grey como voz denunciante de todos los atropellos cometidos durante los 12 años de guerra civil en esa nación. Ni puede pasar por encima de la memoria de las miles de víctimas inocentes del conflicto armado.

La precaria paz que vive El Salvador en este momento demanda más que nunca una actitud vigilante de la Iglesia, a la que acude el pueblo en busca de amparo ante los excesos o la indiferencia del sistema.

No se trata de que las homilías y declaraciones del nuevo arzobispo se conviertan en cátedras sobre asuntos técnicos, que para eso ya hay bastantes tecnócratas. Pero debe pronunciarse sobre asuntos políticos --terrenales-- aunque no le guste, ya que, de una u otra forma, siempre tendrá al frente grupos renovando sus votos por la "teología de la dominación".