Mercaderes de la miseria

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Los dos reportajes sobre el grave problema de las villas-miseria en nuestro país, elaborados por la colega Emilia Mora, nos ponen de frente a una realidad chocante, cruda; es la Costa Rica que no nos gusta, que desearíamos ignorar. Pero es también nuestra Costa Rica.

Como si esa descripción de la vida en 15 metros cuadrados, sin adecuada infraestructura y servicios, y cercada por la droga y otras lacras sociales no fuera suficiente, ataca también el lobo del hombre: el hombre.

Produce desaliento la lentitud del Estado para enfrentar esa situación, la cual no solo propicia la desesperación de la gente y los brotes de violencia, sino la aparición de "prójimos" dispuestos a hacer leña de los árboles caídos.

Esos autoproclamados dirigentes de algunos comités de vivienda son los que imponen su ley explotando, de la manera más vil, la angustia y la ilusión de 35.000 familias que aspiran a contar al menos con un techo digno. No más.

Exigen cuotas a su antojo, venden lotes y servicios, sin el menor escrúpulo, y no falta quien haya cobrado hasta con horas-cama. Todo se vale. Es el imperio de la amenaza y el chantaje de los mercaderes de la miseria.

Desgraciadamente, no estamos ante nada nuevo. Sea en los precarios o en las a menudo muy bien planificadas invasiones de tierras, se infiltran, siempre investidos de un poder que nadie les ha conferido y hablando en nombre de una colectividad que dicen representar y defender.

El drama para los millares de personas que viven en los precarios es doble: golpeadas a diario por condiciones sociales que atentan contra la dignidad del ser humano y víctimas de esos hombres que Plauto, acertadamente, denominó lobos del hombre.

Doble también debe ser la acción del Estado y de la sociedad en general para liberarlos de ambos flagelos.