Me siento reconciliada

Este terruño abomina fuerza, grito destemplado y empujones en la fila

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Ya me siento más tranquila. Hacía rato, mi fuero interno temblaba por nuestra democracia. Los componentes de catástrofe estaban en la mesa. El juego democrático nos había resultado chueco. Problemas estructurales se agravaban y gobierno tras gobierno dejaban sabor de promesas rancias. Ideas y propuestas eran narrativa hueca a la caza de ingenuos. Una sensación generalizada de inconformidad con el statu quo político se nos fue enquistando maligno en el alma.

La persistencia de malestar acumulado rompió la fantasía de caminos alternativos ofrecidos por el bipartidismo. No era así, sino mera alternancia de lo mismo, pateando la bola hacia delante. Un tufillo de descomposición ética vio pasar presidentes al banquillo y la fiesta siguió como si nada. Se produjo un cataclismo de representación política. Erosionada la confianza en los partidos, las ideologías quedaron vacías de contenido.

Y, desde lejos, llegó el PAC. Venía denunciando galletas consumidas sin pagar en la Asamblea. Eso era, decía, corrupción. Y nos tragamos la patraña. Los nuevos «salvadores» no cambiaron el aroma de cochinada en la gestión pública. Es lo que es. No voy a buscar una palabra perfumada.

El desencanto es mal consejero para pueblos cansados, donde opulencia mal habida convive con miseria y hambre, con bolsita de arroz descaradamente encarecida, la semana pasada. Las elecciones llegan con los condimentos de una tormenta perfecta. En otros lares, la insensatez colectiva quiso salir de entuertos entronizando figuras fuertes. Aquí, más de uno se quiso apuntar a esa rifa mostrando petulancia.

Entonces, el alma de nuestro pueblo mostró su talante. En la convención del PUSC, la intransigencia quedó esquinada. Sin mover un dedo, Lineth Saborío barrió con todo. ¿Sus propuestas? No tengo la más pálida idea. Pero no fue escogida por eso. Este terruño abomina fuerza, grito destemplado y empujones en la fila. Lo que necesita es recuperar la confianza. Doña Lineth tiene ese elemento esencial de la receta perfecta: sencillez y honestidad. Eso no es todo, pero es mucho.

Me siento reconciliada con el imaginario colectivo. No es por ella, sino por lo que su triunfo dice de mi gente. Ya no temo a un caudillo improvisado o a un populista mal parado. La semilla de los díscolos parece no dar fruto en esta tierra.

vgovaere@gmail.com

La autora es catedrática de la UNED.