Mati y yo

En un rincón del universo cuántico, en una dimensión desconocida, siempre nos amaremos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Hoy es el Día del Amor y él no está conmigo. Llegó a mi vida, sin esperarlo, pero inundó mi existencia de momentos inefables. Despertaba a mi lado y su presencia confortaba la rutina ineludible de cada día. Él era el mismo, pero siempre diferente. Se sentaba junto a mi computadora y sus patitas completaban, a veces, una frase en suspenso. Se llamaba Mati.

Lo conocí hace 18 años. Fue amor a primera vista. Era apenas un diminuto y esmirriado minino, negrito azabache como la noche misma. Su oscuro pelaje devoraba toda la luz y las cámaras solo podían capturar el verde intenso de sus ojos. Mi perrita lo había rescatado de la muerte, malherido. Nació un apego filial misterioso y durante años durmió arrollado en la pancita de Karina, que lo amó como al hijo que no tuvo. Hasta su maullido parecía un ladrido con fuerte acento felino.

Me lo traje de Nicaragua. Y, si bien lo presumí sandinista, no se lo dije. Siempre se sintió tico, un refugiado más, sujeto a la solidaridad de mi acogida. Era aventurero. Mi corazón se detenía cuando saltaba sobre el tejado, hasta recuperar el aliento cuando, días después, regresaba muerto de hambre y sediento de cariño. Su penúltima vida la dejó en un alambre navaja. De madrugada, llegaron los bomberos. Pero su colita nunca fue la misma.

Su vitalidad fue poco a poco decayendo. Su cuerpecito era ya solo piel y hueso. Pero seguía amando la vida, con un apetito voraz que no perdió hasta las últimas horas. Mi alma quedaba en vilo cada vez que yo viajaba. Cuando fui a China, una nostalgia mutua nos unía. En mi último viaje, esperó mi regreso.

En sueños se le apareció a alguien que también lo amaba. Era una advertencia. Su alma estaba lista para partir, aunque yo no estuviera preparada para despedirlo. Este es su día. Mis dedos palpitan pesarosos mientras escribo. Compañerito fiel de todas mis columnas, cuánto añoro sus mimosos interludios. Me separo un instante, ahora, del teclado y mi alma siente que lo mira, terco como era, exigiendo toda mi atención.

Al fin se fue, pero no se ha ido. Asumo su partida, pero no me resigno. Y, si traigo una intimidad a mi columna, es solamente para compartir la trascendencia de nuestra hermandad universal con la vida. En un rincón del universo cuántico, en una dimensión desconocida, siempre nos amaremos, Mati y yo.

vgovaere@gmail.com

Velia Govaere, exviceministra de Economía, es catedrática de la UNED y especialista en Comercio Internacional con amplia experiencia en Centroamérica y el Caribe. Ha escrito tres libros sobre derecho comercial internacional y tratados de libre comercio. El más reciente se titula “Hegemonía de un modelo contradictorio en Costa Rica: procesos e impactos discordantes de los TLC”.