Los privilegios del odio

El “Semanario Universidad” publicó una entrevista que muestra lo que el periodismo no es, o no debe ser.

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Como lector habitual del Semanario Universidad, publicación de la Universidad de Costa Rica (UCR), me asombró negativamente la entrevista efectuada por José Eduardo Mora al veterano periodista Carlos Morales, quien hace años fue director de ese medio.

Sabemos que Morales es un personaje público polémico, como periodista, como persona, como narrador, y él hace gala de tal aura controversial, que incluye, aparte de sus virtudes intelectuales y profesionales, exacerbados prejuicios misóginos y homofóbicos que, bajita la mano, saca a relucir apenas puede, como en el caso de la mencionada entrevista.

Que se publique lo dicho por Morales está bien, aunque como lector rechazo su posición sobre algunos temas; después de todo, uno está tan acostumbrado a leer toda suerte de disparates sobre la gente gay y afines, que uno más no va a trastornar el mundo.

Que la entrevista haya sido publicada sin ninguna contextualización por Universidad, que no es cualquier medio periodístico, sino uno de alto perfil crítico y ético, como lo ha demostrado en su larga trayectoria, financiado por la UCR, esto es, por los contribuyentes, es lo que causa desazón, más si se toma en cuenta el apoyo de dicho semanario a las justas reivindicaciones de las mujeres y de la gente de la diversidad sexual.

De pronto, por quemar tanto incienso a una de sus figuras históricas, pues el entrevistador jamás cuestiona al entrevistado (de hecho parece compartir su visión), el fuego se sale de control y se incendia la capilla. Que el actual director del semanario, Ernesto Rivera, escriba después una nota de excusa, en la que dice: “Sobre la entrevista publicada en nuestra edición anterior al periodista y exdirector de Semanario Universidad Carlos Morales, lamentamos la reproducción de contenido discriminatorio, ofensivo y con estereotipos”, no deshace del todo el entuerto generado.

Polémicas posiciones. No me referiré a la posición de Morales sobre la supuesta crisis del periodismo costarricense (que, de haberla, no sería solo del periodismo nacional, sino planetario, dadas las nuevas condiciones sociales y tecnológicas), pues ya lo han rebatido de manera contundente otros periodistas, uno del propio semanario, Daniel Salazar Murillo, y otro de La Nación, Fernando Chaves Espinach.

Morales es ambiguo al respecto, pues por una parte define su profesión como un sacerdocio (“todavía tengo la sotana puesta”) y a ratos quiere verla como una ciencia cuya práctica debe restringirse a miembros colegiados.

Ante la pregunta sobre la obligatoriedad de la colegiación profesional, Morales aboga por ella de una manera en que el remedio resulta peor que la enfermedad, y desvelando, ahora sí sin tapujos, su “íntima tristeza reaccionaria”, al decir del poeta López Velarde, quien seguramente tenía ese “dejito mexicano” que poseen los “coloquiantes en la tele y en la radio” que tanto molestan a Morales: “Pero se requiere de un cambio político en el país. Tendría el Estado que empezar a revalorar los conceptos que se han perdido como una nueva forma de convivencia nacional. Estamos hablando de otro mundo. No es imposible, Rafael Correa lo hizo en Ecuador. Sería una vuelta. Eso no siempre es ser reaccionario, se equivocan los que piensan que volver al pasado es ser reaccionario. Los grandes valores siguen siendo válidos”. Habría que preguntar a los ecuatorianos lo que piensan al respecto, aunque ya lo han dicho, apartando a Correa del poder.

En un gesto melodramático, Morales se rasga las vestiduras y exclama: “Sé que perdí todas las batallas por un periodismo digno. En un momento dado tuvimos un Colegio de Periodistas fuerte e incluso le ganamos la batalla a un periodista estadounidense empírico que estaba respaldado por la tramposa Corte Interamericana de Derechos Humanos, la misma del matrimonio igualitario (…) esa Corte Interamericana de Derechos Humanos se ha prestado para muchas porquerías, no olvidemos lo de Manuel Zelaya, en Honduras, y el golpe de Estado, en Brasil. Esa Corte no me merece mucho respeto”.

Delirio homófobo. Aquí se le sale la sotana bajo el saco y comienza el delirio homófobo, basado en teorías conspirativas del “lobby gay”, tan del gusto reaccionario que ve en la reivindicación sociopolítica de minorías una infiltración perniciosa: “Lo que pasa es que la profesión nuestra tenía un gran poder. Los periodistas iban en un ascenso a la proximidad del poder. Entonces otros tenían que tomar los medios, apoderarse de ellos. Infiltrar gente en los medios. Por ejemplo, la causa de los LGBTI está tremendamente infiltrada. Uno ve canal 7 y nota un gran proselitismo gay. No tengo nada contra ellos, pero los medios le han dado un despliegue asombroso”.

Por supuesto que Morales sí tiene algo contra ellos, contra nosotros, como lo ha demostrado clara y largamente, por ejemplo en sus novelas, sobre todo en la más abiertamente homofóbica y misógina, La rebelión de las avispas (¡Premio Nacional de Novela 2008!, para estupefacción nacional), con la que supuestamente quiso “sacarse el clavo” contra sus objetoras femeninas tras su despido de la UCR.

Y la homofobia sigue fluyendo de la boca del periodista ensotanado: “Luego empezaron a llegar a la prensa muchachitos que venían a jugar con el lenguaje porque usaban un lenguaje afelpado, lleno de dulzura, amariconado, contrario a lo que es el servicio informativo, eso fue lo que llamé periodismo corrongo. En La Nación hay un especialista en decir las noticias lambisconamente, con ‘birlibirloque’, y eso va contra la noticia, contra el sacerdocio”. Y así por el estilo…

En fin, lamento que una persona que fue hace tiempo un referente progresista, admirado por muchos, yo mismo incluido, se haya vuelto un emblema reaccionario que, consciente o inconscientemente, desde su posición de privilegio, difunde odio y discriminación, y que, lo peor, cuente todavía con el apoyo de personas e intelectuales que lo defienden como alguien de “izquierda”, como algunos de los comentaristas al final de la versión electrónica; no todos, pues uno de ellos, Andrés Aguilar Umaña, del Instituto Tecnológico de Costa Rica, escribió: “¿Solo a mí me dio asco el machismo y homofobia ocultos entre ‘adoraciones a la profesión’? Este señor representa todo lo que el periodismo costarricense nunca debe volver a ser (aunque aún hay muchos adeptos)”. No, don Andrés, no solo a usted, también a mí me dio asco.

El autor es escritor.