Los presidenciables

La candidatura presidencial solía entenderse como un estatus reservado a pocos, pero da la impresión de que esa característica electoral es agua pasada

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(Shutterstock)

Dos fenómenos preelectorales me llaman la atención: la eclosión de candidatos presidenciales y el transfuguismo electoral. De un lado, hay un brote de candidatos cuyo número ha aumentado significativamente con respecto a procesos electorales anteriores; del otro, un tránsito frecuente de candidatos que peregrinan de un partido a otro.

Ambos fenómenos están relacionados. Tradicionalmente, la candidatura presidencial solía entenderse como un estatus reservado a pocos. Estos pocos eran los presidenciables, todo el mundo sabía quiénes eran, aunque de vez en cuando subía a la palestra alguien que no lo era. Los presidenciables tenían un currículo político de larga data, habían construido un círculo de apoyo que no se inventaba de la noche a la mañana. Solían reunir la ventaja de una carrera política que les acreditaba y la desventaja de tenerla, que les desacreditaba. Porque la política ha sido por lo general una actividad controvertida o sospechosa, y los políticos por lo común han sido mal vistos: que yo sepa, nadie quiere decirse político, especialmente los que lo son.

Esta característica electoral era a un mismo tiempo resultado de la estabilidad de los partidos, y fundamento de esa estabilidad. Era en el interior de los partidos donde los presidenciables se iban perfilando, atesorando seguidores y acunando relaciones de lealtad recíproca. Se perdía y se ganaba en el interior de los partidos, pero era necesario perseverar en ellos, verdaderas maquinarias de gestión electoral con las que había que contar y sin las cuales la suerte de los candidatos estaba echada.

Da la impresión de que todo eso es, en gran medida, agua pasada. Cada vez con mayor frecuencia, los candidatos no crecen en los partidos que los aúpan, proceden de otras ocupaciones u oficios que tienen gran visibilidad pública, como, por ejemplo, el sector mediático y el mundo del entretenimiento. Ellos necesitan de los partidos como estructuras imprescindibles, más que nada, porque así lo demanda la legislación electoral.

La misma legislación se resiente del cambio de rumbo en la función de los partidos. Cabe ilustrarlo con la norma que exige que en sus estatutos se regulen los principios doctrinales relativos a asuntos económicos, políticos y sociales. Esta regulación, ¿es algo más que un requisito sacramental, cajón de sastre, carente en la práctica de sentido identitario y fuerza vinculante?

El advenimiento de este intenso pragmatismo, distante de las viejas fidelidades partidarias, alienta el transfuguismo, el oportunismo y la confusión de nuestros días. ¿Será caldo de cultivo del populismo?

carguedasr@dpilegal.com

El autor es exmagistrado.