Los peligros del ‘nada que perder’

En la política, en la guerra y en los negocios, las consecuencias de esta estrategia suelen ser más graves que el resultado de un partido o un juego entre estudiantes

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Presidentes, generales, dictadores y gente de a pie, todos corren grandes riesgos cuando no tienen nada que perder. Es como en el fútbol americano, cuando el «quarterback» lanza un «avemaría» o pase largo hacia la zona de anotación en un intento desesperado de que algún compañero de equipo atrape el balón y anote el tanto.

Pero en la política, en la guerra y en los negocios, las consecuencias de esa estrategia suelen ser más graves que el resultado de un partido. En Oriente Próximo, por ejemplo, el hecho de que las partes beligerantes crean que no hay nada que perder ha sido causa de conflicto constante.

Un ejemplo de los incentivos que entran en juego cuando «no hay nada que perder» lo ofrece el concurso anual universitario de jugar a invertir en bolsa, que organiza la correduría TD Ameritrade. Cada equipo comienza con una asignación de $500.000 de mentira, y el equipo cuya cartera obtenga la mayor ganancia en el transcurso de un mes se lleva un premio en efectivo.

En el año 2015, estudiantes de la Southeast Missouri State University vencieron a otros 475 concursantes tras convertir los $500.000 dólares en $1,3 millones. Ya que ninguno de los ganadores entendía de finanzas, ¿cómo lo lograron? Según el capitán del equipo: «No teníamos nada que perder. Daba lo mismo si al final perdíamos los quinientos mil dólares. Básicamente decidimos arriesgar lo más posible».

Esta estrategia de ir a todo o nada aprovechó las reglas de un concurso que recompensaba a quien obtuviera la mayor ganancia, sin tener en cuenta las pérdidas. Como los estudiantes estaban a salvo de perder dinero, diseñaron su estrategia en consecuencia. Puede parecer una anécdota banal, pero muchas veces los protagonistas de conflictos reales aplican la misma lógica.

Por ejemplo, buscar la «rendición incondicional» en una guerra puede tener consecuencias no deseadas catastróficas. Cuando en la Segunda Guerra Mundial el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt formuló esta demanda, políticamente popular, el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels, aconsejó a Hitler seguir combatiendo: ahora «los alemanes no tenemos nada que perder y todo por ganar».

El general Dwight D. Eisenhower, comandante aliado en Europa y futuro presidente de los Estados Unidos, coincidió con Goebbels. En noviembre de 1944, advirtió al Estado Mayor Conjunto en Washington de que la «obstinada resistencia continua del enemigo» se debía en parte a la propaganda nazi, que estaba convenciendo a cada alemán de que una rendición incondicional implicaba que Alemania fuera totalmente devastada y dejara de existir como nación.

Hitler usó ese argumento para alentar un contraataque desesperado de sus tropas en diciembre de 1944 (la Batalla de las Ardenas), presentándolo como «una especie de batalla de los hunos», en la que o vencían o eran derrotados y morían. La apuesta de Hitler (su «avemaría») no cambió el resultado de la guerra, que ya estaba perdida. Pero produjo el peor crimen de guerra cometido contra tropas estadounidenses en Europa: la masacre en el pueblo belga de Malmedy.

Una actitud similar de «nada que perder» impulsa las guerras continuas entre Israel y Palestina. En 1973, cuando la primera ministra israelí Golda Meir se reunió con Joe Biden (entonces recién asumido senador estadounidense por Delaware) para hablar de la seguridad de Israel, le dijo: «No se preocupe (…) los israelíes tenemos un arma secreta. No tenemos otro sitio adonde ir».

Más cerca en el tiempo, Israel ha considerado que no tiene nada que perder por combatir a Hamás, ya que la carta fundacional de la organización niega el derecho a la existencia de un Estado judío. Su artículo 11.º comienza así: «El Movimiento de Resistencia Islámica considera que la tierra de Palestina es un “Waqf” [donación inalienable] islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el día del juicio. Ni ella, ni ninguna parte de ella, se puede dilapidar; ni a ella, ni a ninguna parte de ella, se puede renunciar».

Y el artículo 13.º termina de cerrarle la puerta a la paz: «Las llamadas soluciones pacíficas y conferencias internacionales están en contradicción con los principios del Movimiento de Resistencia Islámica».

Pero Israel también debe tratar con palestinos que lo único que quieren es tener un Estado propio y no buscan su destrucción. Como señaló Riad Mansur, observador palestino en las Naciones Unidas, en respuesta al último conflicto que se desató en Gaza el pasado mayo, Israel «no ha logrado derrotar la conciencia palestina o destruir nuestro sentido de pertenencia nacional (…). Estamos en una encrucijada».

En tanto, Tzipi Livni, quien fue vice primera ministra y ministra de Justicia de Israel, escribió: «La solución de dos Estados (…) parece tan importante como siempre. Aun si la paz no está a la vuelta de la esquina, el punto de no retorno está más cerca que nunca. No debemos llegar allí. Lo más importante ahora mismo es mantener abiertas las posibilidades». Es decir: cuídense de los enemigos que no tienen nada que perder.

Martin Luther King, poco más de un año antes de su asesinato en Memphis, expuso una idea similar para evitar una revolución armada: «Condiciones intolerables provocan disturbios. Condiciones revolucionarias generan revueltas violentas; no hay nada más peligroso que crear una sociedad en la que una franja importante de la población siente no tener participación alguna, en la que siente no tener nada que perder».

En un mundo asediado por viejos y nuevos conflictos de suma cero, esta enseñanza es tan oportuna como siempre.

William L. Silber, exprofesor de Finanzas y Economía en la Escuela de Negocios Stern de la Universidad de Nueva York, es asesor sénior en Cornerstone Research y autor de«The Power of Nothing to Lose: The Hail Mary Effect in Politics, War, and Business».

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