Los días de la independencia

En el centro de América, la independencia estaba motivada por el anhelo de ser libres del dominio político-administrativo impuesto por España

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En su obra sobre nuestra independencia, el académico David Díaz Arias relata que en las memorias de Manuel José Arce, primer presidente federal centroamericano, consta que casi de forma inmediata la población costarricense fue reconocida como una sociedad pacífica, sin afanes bélicos ni expansionistas. Esencialmente republicana, “merecedora de los encomios que se les otorgan a los pueblos que son virtuosos”.

Los estudiosos coinciden en que era un pueblo pobre, consecuencia de una escasa migración y población nativa, y limitada en riquezas minerales. A lo que se sumaba la difícil comercialización de los pocos cultivos que teníamos, prácticamente tabaco y cacao.

La independencia fue resultado de una confluencia de factores, entre los que se encontraban las reformas centralistas de la monarquía borbónica, la guerra de independencia española, la Constitución de Cádiz y las corrientes político-filosóficas del pensamiento liberal originario.

En el centro de América, la independencia estaba motivada por el anhelo de ser libres del dominio político-administrativo de las metrópolis coloniales que concentraban el poder, por lo que en nuestra pequeña región meridional el término independencia tenía muchas connotaciones. Por ejemplo, el resto de los pueblos centroamericanos estaban deseosos de liberarse del control guatemalteco, lo que era evidente desde el siglo XVIII, cuando ya constaban los reclamos de los criadores de ganado de provincias más lejanas, como la de Honduras y El Salvador.

De alguna forma, los costarricenses sentían esa disconformidad, pues las autoridades de Guatemala dificultaban con múltiples trabas el comercio costarricense con nuestros vecinos del sur, o la Colombia panameña en ese entonces.

El investigador estadounidense Troy Floyd dice, por ejemplo, que la intendencia salvadoreña señalaba en sus discursos su disconformidad con “la tiranía de Guatemala sobre las provincias”, mientras que los hondureños se quejaban de que la riqueza estaba en “la letárgica cabeza guatemalteca, mientras la sangre de sus hacendados no circulaba en el resto del cuerpo”.

Esto, entre otros motivos, debido al férreo control ejercido por Guatemala, que prohibía a los ganaderos vender los animales fuera del dominio de su jurisdicción.

Solicitud de independencia

Aún más, en su Colección de documentos para la historia, León Fernández deja constancia de que pocos años antes de la independencia la diputación provincial, en conjunto con la nicaragüense, solicitó a las Cortes de Cádiz que las dos provincias fueran separadas de la capitanía guatemalteca.

La intención era que se estableciera una audiencia propia. Según el proyecto remitido a Cádiz, que se estableciera la nueva audiencia y una capitanía en la entonces principal ciudad nicaragüense de León, con una intendencia en Costa Rica.

La convicción del historiador Fernández era que tanto nuestra nación como Nicaragua buscábamos liberarnos de la dependencia chapina, sobre todo, económica y legalmente.

Para la historiadora Elizabeth Fonseca, en ese coctel de intereses creados y pasiones libertarias, había pugnas de menor rango entre Costa Rica y los leoneses. Pues, así como una fracción de la geografía centroamericana buscaba liberarse del control guatemalteco, los funcionarios cartagineses empezaban a hallar la forma de liberarse del control nicaragüense, al punto que el historiador Fernández afirma que un año antes de nuestra independencia los procuradores del ayuntamiento cartaginés solicitaron a un funcionario de la capitanía guatemalteca la separación administrativa y eclesial de Costa Rica de la jerarquía de León.

Alegaron que era un requisito esencial para que nuestra economía y comercio progresaran. De hecho, el investigador Díaz apunta además que esta petitoria se reitera en un escrito presentado al diputado de las Cortes de Cádiz José María Zamora, en donde se comunica la urgencia que tiene Costa Rica de convertirse en junta provincial “para quedar independiente y sin ninguna sujeción a la de León, Nicaragua”.

En esa ocasión, la distancia y la dificultad de los caminos entre León y Cartago era otro de los argumentos de peso para justificar la anhelada separación.

Ser americano

Al final de aquellos afanes libertarios regionales, y por la ya citada confluencia de múltiples factores globales, José Cecilio del Valle, uno de los principales padres de la independencia centroamericana, sostenía que la Constitución española de 1812, denominada de Cádiz por haber sido promulgada en esa ciudad, al proclamar que el soberano moral eran los pueblos bajo el dominio español, resumió el fundamento ético que sustentó la independencia de nuestra región.

No por casualidad para Valle nacería una nueva connotación de lo que ser americano significaba frente a lo europeo. Una persona que era diferente no por su cultura, sino por su carácter. Ciudadano de una patria cara y valiosísima, de un continente digno, e incluso, por sus potencialidades en el futuro, “superior a Europa”, tal como se atrevió a afirmar en su periódico El Amigo de la Patria.

Hoy, dos años después del bicentenario de nuestra independencia, los indicadores de desarrollo nos despiertan del sueño libertario hacia lo que parecen ser los primeros estertores de una pesadilla.

Tengamos claro que toda caída de los índices no es sino una crisis de la cultura nacional, vocación que se sostiene en un trípode de tres columnas: educación, formación familiar y espiritualidad.

Si queremos revertir la amenaza, esa espantosa tendencia en la que vamos cayendo, empecemos con la educación, una de esas tres bases que son responsabilidad del Estado.

fzamora@abogados.or.cr

Fernando Zamora Castellanos es abogado constitucionalista.