Los árboles

Después de un día, de un mes, de un año de pasar las noches en un bosque alejado, se comienza a escuchar un ruido distinto, sensación de beligerante paz

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Viví en un bosque en mi juventud, de los dieciocho a los veintiún años. Ríos caudalosos y sonoros y pequeños arroyos que obligaban a la cercanía para poder escucharlos. Y árboles altos, espigados, orgullosos de su majestuosidad, de roble, quizarrá, cedro y laurel. También higuerones, en proporción menor, buscando siempre las aguas que van de paso.

Cerca de uno de estos higuerones (centenario quizá) construí un pequeño rancho, pero mi lugar predilecto, en momentos de descanso, era al pie de este árbol frondoso que crecía, amenazador, extendiendo sus ramas, como brazos que se alargaban de manera horizontal, en busca de un mayor espacio para continuar viviendo.

Aprendí que hay lucha en el bosque, pero también relación de amistad. Todos los árboles son dependientes; unos se ayudan, se abrazan y crecen amorosamente unidos, ramas y raíces intercambiando pareceres de lo que sucede en las alturas y en la profundidad; otros luchan entre sí, vigorosamente, porque la vida de uno depende de la muerte de otro.

De esta interrelación de los árboles y de toda otra clase de plantas, nace el ambiente apropiado para que insectos, aves y demás animales puedan construir sus hogares; interrelación que facilita también el encuentro de las personas con la naturaleza, con su sabiduría, belleza y espiritualidad. Es allí, bajo un árbol antiguo, en un preciso momento, cuando podemos escuchar el sabio silencio de las montañas, como místico contacto con todo lo que en ningún tiempo comenzó ni en ningún tiempo terminará.

Ruidos distintos. Después de un día, de un mes, de un año de pasar las noches en un bosque alejado, se comienza a escuchar un ruido distinto, sensación de beligerante paz. Todo suena, el viento entre las hojas, el pájaro nocturno que revolotea y canta, la rama seca que quiebra un animal al pasar, hasta transformar el ruido en acorde de sonidos distintos, en armonía natural.

Exactamente, en el centro de la noche, en un instante mágico, alguien toma la batuta y despierta a la naturaleza para ponerla a tocar. Tañido de cuerdas, timbales, flautas, cítaras y campanas. ¡Es la Orquesta Filarmónica Forestal: las voces del bosque se transforman, entonces, en vibrante coro celestial!

El autor es abogado.