Logística, motor económico

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La carretera que, desde el miércoles, une casi en línea recta Bajos de Chilamate, en Sarapiquí, con Vuelta de Kooper, en San Carlos, es un gran aporte a la pujante zona norte del país. Pero su trascendencia se multiplicará cuando se integre a una verdadera red de infraestructura logística, que podría convertirse en un disparador de integración y dinamismo económico nacional y regional. ¿Cuándo sucederá?

Los principales elementos físicos de este sistema se pueden identificar con facilidad: terminal de contenedores en Moín; ampliación de la ruta 32 hacia Limón, de la 27 hacia Caldera, y de la Interamericana entre Barranca y Cañas; nueva (aunque envejecida y onerosa) carretera a San Carlos; modernización de puestos fronterizos en Peñas Blancas y Tablillas (con Nicaragua), y Paso Canoas y Sixaola (con Panamá), junto a un nuevo puente sobre el río; renovación ferroviaria; conclusión del anillo periférico en San José (ya insuficiente) y, quizá, un “canal seco” por las llanuras del norte.

El problema es que la infraestructura material, con excepciones, avanza a velocidad de viacrucis y con costos exorbitantes. Peor, aunque lo hiciera con fluidez y eficiencia, su impacto será parcial mientras no agilicemos la infraestructura virtual de coordinación, organización y gestión, para que la suma de las partes constituya un verdadero sistema logístico, plenamente integrado con el istmo.

Hay que desenmarañar los procesos, reforzar la capacidad supervisora de las obras que paga el Estado y superar las barreras ideológicas y la debilidad de estructuración, negociación y control que nos alejan de las concesiones. Pero no basta. ¿Qué ganamos con mejores vías metropolitanas si no hay una reingeniería total del transporte público? ¿En qué ayudarán nuevos puestos fronterizos si sus alambicados sistemas no cambian? ¿Seremos capaces de incentivar el ingreso de bienes hacia Centroamérica si no completamos la unión aduanera?

La logística tiene el potencial de convertirse en otro motor de riqueza, junto al turismo, otros servicios, la alta tecnología y la agroindustria. Además, podría sincronizarlos mejor, y así reducir la dualidad de nuestra economía. Para lograrlo, necesitamos recursos, pero, sobre todo, una voluntad transformadora tenaz y visionaria.

(*) Eduardo Ulibarri es periodista, profesor universitario y diplomático. Consultor en análisis sociopolítico y estrategias de comunicación. Exembajador de Costa Rica ante las Naciones Unidas (2010-2014).