Liderazgo político

Los verdaderos líderes son como las piedras preciosas: raros y elusivos fenómenos

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Augusto Alejandro Ledru-Rollin fue un revolucionario francés que tuvo cierto esplendor al promediar el siglo XIX. Hoy es considerado un personaje bastante menor y, con excepción de una avenida y una parada del metro en París, se encuentra relegado al baúl de los olvidos. En su tiempo, sin embargo, fue tremendo orador de masas, con una trayectoria zigzagueante en materia de afiliaciones políticas e ideológicas, aunque tuvo un logro: se le atribuye haber instaurado el sufragio universal en su país.

El caso es que a este personaje se le achaca una frase sobre el papel de un líder político que es tan paradójica como enigmática. No hay certeza de que jamás la pronunciara, pero se dice que articuló una máxima que, en su versión larga, dice así: “Allá va el pueblo. Debo seguirles, pues soy su líder”. La versión corta es esta: “Soy su líder, tenía que seguirles”. Contra mi talante natural, más del lado de las formulaciones concisas, prefiero la más larga, pues señala al sujeto del cual el político declaró ser furgón de cola.

Ledru-Rollin podía haber estado hablando sobre él, quizá justificando su oportunismo, sin abrigar mayores pretensiones de filosofía política. Sin embargo, como ocurre a menudo, sin querer queriendo, tocó un nervio universal: ¿Una persona líder interpreta a las masas y se pone a la cabeza de la dirección por donde ellas se inclinan, incluso avivando llamas, con tal de ser punta de lanza? Si las masas quieren circo, los liderazgos se asegurarían de que haya circo marca diablo. Pero, entonces, ¿en qué consiste el liderazgo: en colocarse al frente del pueblo o en moldear el destino de un colectivo para alcanzar ciertos objetivos, aun en contra de los deseos y preferencias inmediatas de las mayorías?

En este dilema del huevo y la gallina, uno podría salir con gracejadas estilo “un poquito de las dos cosas” o “se trata de una relación dialéctica, de un equilibrio inestable”. No me compro respuestas así. Reconozco que todo liderazgo debe leer el estado de ánimo popular, entenderlo, pero una persona líder, para mí, es esencialmente lo segundo y no lo primero: tiene “carnita” y no solo palabra fogosa; no es mero ariete, sino, principalmente, quien conduce. Por eso, en la historia de un país, los verdaderos liderazgos son como las piedras preciosas: raros y elusivos fenómenos. Los gritones, en cambio, son cosa de todos los días.

vargascullell@icloud.com

El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.