Lengua, cultura y nacionalismo

No se puede matar una nación por decreto y avatares de evolución, para nada están los ucranianos por plegarse a esa violenta imposición

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Guerra y paz… binomio otra vez. Cómo no: mi título evoca a León Tolstói, con su monumental obra de 1869. Al gran novelista, lo tenemos cerca: su pensamiento preclaro sigue válido en nuestra Costa Rica.

Consta además en esa cerca, camino al Liceo Franco, en la finca de los Figueres, al referir a “campos claros”. Que sigan, si son tan amables, aunque sea como anhelos.

¡La guerra y la paz! Vaya novela, no solo por la cantidad de personajes, no solo por su volumen, tampoco por lo que muchos consideran el tema central (la infidelidad de Ana Karenina, con trágicas consecuencias), sino por su vuelo épico y su soplo crítico respecto de lo militar, la historia, la idea de los rusos de sí mismos y tantos otros ejes que se me quedan en el tintero.

Ya nadie, o casi, logra leer aquel ladrillo, menos en su celular y si acaso se refugia en un resumen o en versiones visuales, espectaculares, jamás con la profundidad del escalpelo como en el autor.

Allí, no en un tiktok, se palpa el alma rusa, llorando además, en su espera, su esperanza y su llanto, todavía ahora, 150 años después de escrita la novela.

Hace poco, Gustavo Román ofreció un sesudo pero sucinto análisis respecto de qué es ese bicho raro al que llamamos “nación”, más allá de la apología elemental de la bandera. Remite a una unidad constituida por “sangre, lengua y territorio” (La Nación 18/5/22) a propósito de España.

Me sirve, este estudio para observar cómo esos elementos, todavía ahora, pueden llevar a guerra. Sin ser politólogo, ni menos experto en geopolítica del este europeo, se me ocurre aquí pensar en voz alta acerca de esos mismos polos.

Ciertamente, al disfrutar un video del Conjunto Nacional de Danza Folclórica de Ucrania, con la simplificación que la distancia produce, puede que lo veamos como puro ruso. Pero la realidad antropológica y la evolución cultural nos ahuyentan de simplificaciones.

Viendo cómo en el caso de un histórico arranca común, hasta con Kiev, ahora capital de Ucrania, antes la primera capital rusa. Pero, para bien o para mal, la bibliografía consultada da a entender que ahora se trata de dos pueblos sustancialmente diferentes.

La derrota de Napoleón y el surgimiento del romanticismo acrecentaron el nacionalismo ucraniano, sobre todo, en las partes que dependían del coloso austrohúngaro.

Con la Revolución rusa, Ucrania fue incorporada a la URSS. Pero porque entre 1932 y 1933 el llamado holodomor de Stalin mató a millones de ucranianos de hambre, ¿cómo no acordarse?

También, en términos de lengua, creció el abismo. Leo que en los siglos XVII y XVIII era fuera de ley publicar algo en ucraniano. Un fuerte cambio hacia una conciencia nacional se dio con Iván Kotliarevski, que en 1798 publicó una versión de la Eneida de Virgilio en ucraniano.

La distancia entre los idiomas eslavos se fue incrementando hasta que ambos tienen tres elementos diferenciados: el vocabulario, su pronunciación y sistemas divergentes en escritura.

¡Qué peligroso el mecanismo que el nuevo zar ruso está tratando de resucitar! Ah, y a punta de guerra, tratando al vecino de nazi, en realidad repite la tríada hitleriana de “un pueblo, un imperio y un líder”.

No se puede matar una nación por decreto y por avatares de evolución, para nada están los ucranianos por plegarse a esa violenta imposición. Por si lo anterior fuera poco, Ucrania también se fue separando cada vez más por distintas y opuestas alianzas políticas.

Lengua, cultura, nacionalismo, los separamos artificialmente, pero van entreverados, juntos y hasta revueltos; el caso ruso-ucranio nos impacta más por su trágica actualidad. Cada pueblo tiene su propia dinámica.

En la península ibérica, a nadie se le ocurriría siquiera tratar de reunificar España y Portugal, vecinos con lenguas romanas afines: cantidad de décadas tuvieron trillos recorridos juntos, pero también durante siglos rivalizaron a muerte.

¿Conviene separar por lengua y cultura territorios internamente mixtos como Bélgica, Suiza y Canadá? En la Europa del norte, “Holanda” y Bélgica hace rato hacen casa aparte, divorciados más por razones políticas y económicas en el siglo XVI.

Van juntos pero nada revueltos. Pero ¿cuál loco emprendería la hazaña de resucitar la unión histórica de esas dos naciones?

Y, flor en el ojal en el contexto local, díganme aquellos fanáticos militares como Morazán o Walker, unionistas recalcitrantes. ¿Lograrían hoy la unión centroamericana bajo la misma bota? Jamás; never. Y eso que tuvieron siglos de común colonizador, con una misma religión y un mismo idioma.

valembois@ice.co.cr

El autor es educador.