Lecciones del Mundial

Terminada la participación de Costa Rica en Qatar 2022 se extraen, cuando menos, cinco lecciones

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La participación costarricense en Qatar 2022 deja varias lecciones a la sociedad. La primera es que todo logro relevante, sea de índole personal o colectiva, será siempre producto de un proceso. En otras palabras, nada valioso se consigue sin someterse a un esfuerzo estratégicamente planificado y sostenido en el tiempo con constancia y disciplina.

En los dos últimos partidos jugados por nuestra Selección, fueron evidentes los deseos de hacer las cosas bien, pero de la información de los expertos resulta claro que no tenían una identidad definida de juego. La dinámica del equipo careció de estilo y estructura, aunque vale advertir que esta falta no era responsabilidad de los jugadores, pues lo dieron todo, aunque su actuación fue más de corazón que futbolística.

Un aspecto como la identidad futbolística de un equipo, si bien es cierto que es una cuestión de talento, es básicamente un asunto de planificación estratégica forjada por medio de trabajo sostenido, no solo en el aspecto colectivo, sino también en el desarrollo individual del atleta. Expertos en la materia, como Rolando Fonseca, reconocen que el futbolista nace con el talento, pero el don debe ser forjado con las técnicas adecuadas.

La segunda lección es que, como sociedad, las conquistas no dependen de nuestra extensión geográfica, ni cantidad de población. Países como Croacia, Holanda, Suiza y Portugal llegaron muy lejos en la competición, pese a que son naciones similares a la nuestra en estos aspectos.

Cuba como parámetro

La tercera lección es el hecho de que la capacidad financiera no es necesariamente determinante para ser exitosos en el plano deportivo o cultural. Ejemplo implacable es que en circunstancias de total ruina económica Cuba alcanzó la gloria en las justas olímpicas.

Hasta el año pasado, la Isla había conquistado 226 medallas olímpicas, 78 de oro, 68 de plata y 80 de bronce, lo que la hace la nación hispanoamericana más laureada en los Juegos Olímpicos.

Dichos éxitos se han conseguido no obstante su absoluta quiebra económica. El mejor ejemplo de esta afirmación es el llamado “período especial”, que comenzó en 1989, cuando la entonces defenestrada Unión Soviética suspendió la asistencia económica que otorgaba a Cuba.

Los atletas cubanos, superados por la ausencia de recursos económicos, compitieron al mismo nivel que las grandes potencias mundiales, al punto que, en medio de lo más crudo del período especial, protagonizaron su más grande época dorada, dado que el mayor registro de medallas lo alcanzaron en Barcelona 1992. Los atletas ganaron 31 preseas: 14 de oro, 6 de plata y 11 de bronce.

En las olimpíadas australianas del 2000, estuvieron cerca de repetir la hazaña, pues ganaron la bicoca de 29 medallas. Inmersos en una dramática situación financiera, gracias a la disciplinada planificación, es usual ver a Cuba en el cuarto lugar del medallero o cerca de él.

Edad y cultura

La cuarta lección tiene relación con la veteranía de los jugadores. Buena parte de la afición achacó nuestro fracaso a la edad de algunas estrellas; sin embargo, viendo el buen rendimiento de varios jugadores veteranos de selecciones que llegaron a octavos, cuartos y semifinales, muchos de ellos con más de 36 años, resulta que la edad no es un elemento que imposibilite el éxito deportivo. La experiencia en este Mundial y otras competiciones es que un atleta puede mantener la excelencia independientemente de los años.

La quinta lección tiene que ver con la cultura deportiva. Es casi imposible conquistar la cima en un Mundial si, como sociedad, no forjamos las destrezas propias de la cultura deportiva en la que aspiramos competir.

Uruguay, por ejemplo, posee menos población que nosotros y le ha dado lecciones al mundo sobre cómo desarrollar la cultura del fútbol. Aunque a eso que llaman garra charrúa algunos se lo atribuyen a la generalizada ingestión de carne por parte de la población infantil y juvenil, que podría, según ellos, causar una mayor fuerza y agresividad.

Mas lo cierto es que a los uruguayos desde la infancia se les inculca un espíritu competitivo. En esa cultura futbolística, tiene mucho que ver dos hechos históricos. En la independencia de Uruguay influyeron, en buena medida, acciones directas de la diplomacia británica, que buscaban acceso al Río de la Plata.

Con la independencia de la República Oriental del Uruguay, limítrofe con Argentina, el acceso al estuario resultaba una realidad internacional y la Corona podía penetrar, por ese medio, hasta el río Paraná, accediendo así al resto del continente. Esta es la causa por la cual la sociedad que inventó el fútbol, Inglaterra, influyó en la uruguaya.

A lo anterior se suma que Uruguay, territorio sin mayor población desde las épocas de la conquista y la colonia, fue poblado por europeos que emigraron a finales del siglo XIX y principios del XX, época en la que se creó el fútbol en Europa.

Esa fue la semilla que provocó que Uruguay, siendo una nación pequeña y de escasa población, ganara en la segunda mitad del siglo XX dos Copas Mundiales. Pero, sobre todo, que desarrollara una tremenda tradición futbolística que le ha permitido competir de tú a tú con las potencias mundiales. Una cuestión de planificación y cultura.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.