Las redes de la política

Parece que la política está al servicio de un lobo que se comerá a cada oveja descuidada, incluso a las que le balan con esperanza

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En una época me dejé llevar por la indiferencia que embiste por igual a quien da clases en una universidad como a quien trabaja ensamblando partes de motor, o tanto a quien estudia un doctorado como a quien carga con la tragedia de no saber leer.

La apatía tiene varias posturas. Una de ellas consiste en sostener la inutilidad de hacer algo —informarse, inscribirse para votar, ser parte de algún movimiento o partido—. ¿Para qué involucrarse si nada va a cambiar?, dicen.

Otra —la que me cautivó a mí durante un tiempo—, afirmar que la realidad (política, económica, social) es terrible de conocer. ¡Todo está tan mal y es tan duro que prefiero no saber!, aseguré, junto con muchos, en algún momento.

“La verdad es que yo he optado por encerrarme en mi mundo y dejar que pase el tiempo para que se acabe este gobierno”, me dijo, inmodesto, un conocido, condensando en una frase ambas posturas: no hacer, no ver.

Pero muchos de ellos sí se enteran y participan, solo que dejándose llevar por el remolino de las redes sociales. Sí, se enteran mediante chats de WhatsApp, generalmente masivos y sin certificar, o en el muro de Facebook o por Messenger, o mediante mensajes copiosos y sin validar.

“Yo no volví a leer noticias, para eso está Twitter”, se enorgulleció un usuario, apoyado por miles de likes de quienes juzgan disruptivo abandonar los periódicos.

Sí, intervienen —aunque curiosamente no les parece que la interacción en las redes, aunque sea como voyeristas, signifique tomar parte—, leyendo las redes y reproduciendo indiscriminadamente, pero, sobre todo, tomando decisiones fundadas en ello. La primera puede ser no votar o votar por Trundle, el rey de los troles.

A la gente le gusta decir que las redes sociales no son el mundo real, pero pienso que es todo lo contrario. Es un mundo muy real, tanto que produce hechos, como por ejemplo triunfos presidenciales.

Más que el contenido, es fundamental la forma, afirma la politóloga costarricense Gina Sibaja, porque el mundo virtual es estimulante para ello.

Exabruptos en las redes sociales

Ahí, muchos políticos no hablan, sino que gritan o gruñen. En el caso de Costa Rica, el presidente vilipendia con las palabras, arrastra la erre y se queda pegado en la ese —quizás para simular que es piso de tierra— y pone cara de asco, de aborrecimiento o burla, en una puesta en escena que busca atrapar simpatías. Mientras él hace eso y ustedes y yo reaccionamos con repelús automático, otros sienten una satisfacción inmediata.

No se trata tanto de que la gente que aún lo sigue crea que les va a dar algún aporte —acortar las listas de espera de la CCSS, bajar el costo de vida—, sino que ya obtienen una ganancia concreta de él: la revancha.

Pero también la enunciación de un sentimiento horrible, doloroso, rencoroso, que pone palabras a una cuenta pendiente: el de haberse sentido fuera de la conversación desde siempre. Esto ocurre con gobernantes de su tipo. Lo ilustra el politólogo nacional Gustavo Araya, que cuenta cómo a la gente no le importaba que Jair Bolsonaro los sacara de la pobreza, sino que los vengara.

No justifica lo que nos pasa como país, pero debe prestárseles atención a quienes no pudieron obtener una beca estudiantil, perdieron, pedazo a pedazo, la tierra que soñaron heredar a sus hijos y hoy es de un señor para el cual terminaron siendo empleados.

Pasan de un mal empleo al desempleo, comen arroz y frijoles y limitan su solaz. También a quienes, teniéndolo, abusaron o malgastaron lo que pagamos, incluso aquellos que nunca llegaron a un cargo de elección popular, la función pública o a un lugar como estudiantes becados.

Habría que ver si esta cada vez menor cantidad que lo apoya quiere el poder no solo de tener, sino también de quitar la libertad de opinar, la fortaleza de las instituciones, la disidencia, los salarios y cargos de algunos.

No sé si como sociedad alguna vez nos caracterizamos por colocar en el centro de nuestras preocupaciones a los demás. No sé tampoco si, en nuestra tradición democrática, encontramos a todo un poder ejecutivo completo del que se pudiera aseverar que se dedicó íntegramente a construir el país, pero sé que Costa Rica instituye hoy más el odio y la destrucción, y que nunca tuvimos una clase política tan llena de complejos y tirria.

Troles candidatos

Debido a las redes, vivimos la política del personaje, donde los troles pueden ser candidatos a algún cargo de elección popular con tal de que hablen de ellos en tercera persona, como advertimos a propósito de las elecciones municipales. Un mundo donde no tener experiencia ni saber nada del cargo al que se aspira es visto como algo bueno.

Como dice la comunicadora experta española en cultura pop Marita Alonso, para referirse al imperio del mal gusto en la moda, “no hay que olvidar que lo choni (vulgar) está de moda cuando las firmas de lujo apuestan por él y obligan al que se viste de esta forma a gastarse una fortuna para parecer de barrio”.

Lo vulgar nos rodea por todo lado, en la literatura, la televisión, las canciones, pero también en el trato que algunos nos damos en la calle, el trabajo, la familia y las redes. Vulgaridad que suele ir de la mano de un sentimiento de desprecio por los cánones, particularmente, aquellos que otorgan un lugar al saber y la autoridad que conlleva.

Parece que la política está al servicio de un lobo que se comerá a cada oveja descuidada, incluso a las que le balan con esperanza. Quienes siguen a líderes así, pueden tener seguro que no saldrá nada bueno para el país, pues un personaje de esa naturaleza no parece tener mayor interés que el apego al poder que trata de mantener con una violencia que, además, le aporta satisfacción pulsional.

Los videos que la mayoría hemos visto con sonrojo estos días muestran las asambleas cantonales para los comicios municipales de por lo menos dos partidos asociados al presidente, como un ejemplo aleccionador del descalabro de la ilusión de que ahora sí cuentan todos. Pero también de la avidez por el poder y, en su falta de escrúpulos, vemos la mentira con la que engañan todavía a unos pocos.

Disculpen la comparación grosera, pero tomar por buena esa distopía política se me antoja que equivale a aceptar que la gente comienza a echarse gases y eructos sonoros en los food courts o en las cenas familiares. ¡Por qué nos parecería terrible que alguien comenzara a hacerlo, pero normal que un presidente muestre tanto descomedimiento, indigno en cualquiera pero gravísimo por su investidura?

La política es nuestra esperanza, solo ella. Como dice la politóloga Nora Merlín, puede poner en otro lugar a un cuerpo condenado a permanecer en un lugar fijo.

Aceptar la violencia presidencial crea el contexto ideal para un país cada vez más violento, como hemos visto día a día en el nuestro, donde la gente cuenta solamente como votos, pero no en su humanidad.

Por ello, el Ejecutivo debería recordar la idea del filósofo prusiano Immanuel Kant: el ser humano no es un medio u objeto para conseguir algo, es un fin en sí mismo, y esto se llama dignidad.

isabelgamboabarboza@gmail.com

La autora es catedrática de la UCR y está en Twitter y Facebook.