Las mil y una noches

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Como una saeta brillante en el opaco atardecer de Moscú, avanzaba la nave dorada del rey Salmán, monarca saudita poseedor de incontables riquezas y moradas, cada una más lujosa que las demás. En el superjet del rey, lo acompañaban parientes y servidores, algunos primos y sobrinos con lo más granado de su respectivo harén. Imaginar que hasta Moscú los opilados magnates del desierto preferían acompañarse de sus pollitas caseras y dejar de lado las mil y una noches con sinuosas damas moscovitas, posiblemente cortesía de la KGB o como ahora la denominen.

Tras aterrizar, la aeronave rodó despaciosa hasta el destino protocolario en la inmensa pista. Finalmente, se detuvo, y centenares de burócratas se concentraron para admirar al mítico rey descender a la pista donde lo esperaban lo más granado de la burocracia encargada de estos affaires.

El rey apareció en la puerta y empezó a descender por una escalinata automática que le ahorraba energía y reforzaba su porte majestuoso. La escalinata era dorada con alfombras rojas provenientes de los más recios camellos. Sin embargo, de pronto, lo inesperado: la escalinata se trabó a medio descenso y lo más práctico que se les ocurrió a los mecánicos rusos fue sugerir que el rey caminara el pequeño trecho como cualquier hijo de camellero. ¡Vaya bienvenida!

Y a todo esto, ¿a qué venía el soberano? Hacía décadas que un monarca saudita no venía a Moscú. ¿A repartir fortunitas como suvenires cubiertos de polvitos áureos? Vaya a saber lo que los encobijados señores tenían en mente. Pero no dudemos que Putin lo conocía de antemano. Un hotel entero, el Ritz Carlton de Moscú, fue ocupado por el equipo saudita. Los pisos superiores correspondieron a los más atildados, empezando por el penthouse para el rey.

Mas, ¿a qué realmente venía el señor de Arabia? Los expertos dictaminaron que era para “enchilar” a los estadounidenses. Recordemos que Trump había aconsejado, a través de la prensa, que sauditas y cataríes hicieran las paces en su conflicto. Este jalón de orejas resintió a los sauditas, pues Trump, de esa forma, metió sus narices en la gresca con Catar. Y ahora, como por encargo, era el momento de enroscarse en los trillos de Donald en el Kremlin. Claro, hubo una lista de asuntos menores. Mas, el propósito básico era echarle un balde de agua fría a la Casa Blanca. Ahh, las venganzas entre gatos de casa rica...