Las democracias latinoamericanas siguen firmes

A medida que las crisis se suceden, la cultura y las instituciones de la democracia demuestran una resistencia inesperada en Perú, Brasil, Argentina, México y Chile

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Tan solo en los últimos meses el presidente de Perú intentó disolver el Congreso, la vicepresidenta de Argentina fue condenada por corrupción y el presidente de Brasil amenazó con no dejar su cargo si perdía en las próximas elecciones. Cuando a esto se añade la consolidación de las dictaduras en Venezuela y Nicaragua, y el anuncio hecho por el presidente de El Salvador que será candidato a la reelección a pesar de que la Constitución de su país lo prohíbe, la conclusión parece clara: en América Latina la democracia está en aprietos.

Una segunda mirada revela un panorama diferente. El presidente del Perú que trató de disolver el Congreso fue destituido pacíficamente por ese mismo Congreso. Y si bien el presidente saliente de Brasil pasó sus últimas seis semanas enfurruñado en su residencia —al estilo de Donald Trump— su jefe de gabinete informó de que se procedería al cambio de mando sin trabas. A pesar de que en Argentina abundan los problemas, los ciudadanos pueden estar agradecidos de que por lo menos disponen de jueces independientes que condenan a figuras gubernamentales poderosas, algo con lo que solo pueden soñar los ciudadanos de Rusia, China o Arabia Saudita.

Es posible que la democracia liberal en América Latina no esté pasando por su mejor momento, pero tampoco es el peor. Las crisis van y vienen, pero la cultura y las instituciones de la democracia demuestran ser inesperadamente robustas en muchos países de la región.

El destituido líder peruano, Pedro Castillo, fue el primer maestro de escuela rural en llegar a la presidencia de su país, pero también resultó cómicamente incompetente y lastimosamente falto de preparación para el cargo. En menos de un año y medio, tuvo cinco gabinetes y más de 80 ministros. Luego de que el fiscal nacional acusara de corrupción a él y a varios miembros de su familia, trató de asumir poderes dictatoriales.

Pero este intento solo confirmó su incompetencia. Castillo no aseguró el apoyo de las fuerzas armadas ni de la policía, cuyos líderes rápidamente anunciaron que no lo respaldarían. Incluso miembros de su propio gabinete rechazaron la toma de poder. A pocas horas fue destituido y detenido, mientras la vicepresidenta, Dina Boluarte, asumió el cargo de presidenta y se transformó en la primera presidenta de la historia de Perú.

Los partidarios de Castillo lanzan protestas callejeras que a veces son violentas. En respuesta, Boluarte propuso, con la anuencia del Congreso, realizar las próximas elecciones generales en abril del 2024, casi dos años antes de lo previsto. No han salido los tanques a las calles, y hay motivos para permanecer cautelosamente optimistas acerca del futuro político de Perú.

Resistencia a los embates

En Brasil, el profundo temor que provocaron las amenazas antidemocráticas proferidas por Bolsonaro indujo a los políticos de centro, e incluso a ciertos líderes empresariales, a tragar saliva, apretar la mandíbula y apoyar al candidato de izquierda, Luiz Inácio Lula da Silva. Para ellos, era más importante el futuro de la democracia en Brasil que sus preferencias partidistas a corto plazo. Lula no asumirá el poder hasta el 1.° de enero, pero las posibilidades de que algo descalabre un cambio de mando pacífico parecen cada vez menores.

En medio de los escándalos de la corrupción en la primera década del siglo XXI, el expresidente brasileño Fernando Henrique Cardoso hizo un comentario —hoy famoso— para explicar cómo constataba él que la democracia brasileña progresaba. Según dijo, antiguamente, todo el mundo conocía los nombres de los generales que podían dar un golpe, mientras hoy todos saben los nombres de los fiscales y de los jueces que enjuician a los funcionarios corruptos (entre ellos, Lula, quien fue sentenciado a 12 años de prisión, pero dejado en libertad luego de 580 días, en el 2019, cuando su condena fue revertida con base en un tecnicismo). Hubo un tiempo en que Bolsonaro, con su gabinete de uniformados, parecía estar preparado para probar que Cardoso se equivocaba. Pero, a la larga, prevaleció la democracia.

En Argentina, el panorama económico sigue tan inestable como siempre, como lo indican los varios tipos de cambio, entre ellos uno exclusivamente para los hinchas que asistieron al Mundial de Fútbol en Catar. Sin embargo, las instituciones democráticas permanecen firmemente enraizadas. Las próximas elecciones generales se realizarán en el 2023, y las encuestas actuales sugieren que la oposición ganará si logra presentar un frente unido.

Si bien la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner afirma que no será candidata a ningún cargo después de que termine su actual período, los analistas políticos lo dudan. Se prevé que ella apele su reciente condena por fraude, y si se jubila perderá su inmunidad frente a un posible arresto. En años no tan distantes, el partido que ejerce el poder pudiera haber respondido mandando a matar al juez que firmó la sentencia o lanzando matones a las calles. Esta vez, lo único que Kirchner pudo hacer fue emular a Eva Perón y pintarse como la víctima, en este caso, de una supuesta “mafia” judicial.

Kirchner no es la única líder latinoamericana que se enfrenta con los magistrados. En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador (conocido como AMLO) hizo un llamado a realizar una limpieza del poder judicial, y acusa a algunos jueces de defender los intereses de “grupos” no identificados en lugar de los del “pueblo”. Del mismo modo que Trump se basaba en “hechos alternativos”, AMLO respalda sus dichos aludiendo a “otros datos”, que no son comprobables.

Pero cuando hace poco intentó modificar la constitución para debilitar el Instituto Nacional Electoral (INE), la sociedad mexicana dijo “basta”. Intelectuales y líderes de opinión enviaron cartas y firmaron solicitudes, mientras doscientas cincuenta mil personas se lanzaron a las calles en Ciudad de México para manifestar su oposición a los cambios propuestos. Finalmente, hasta el líder del propio partido de AMLO en el Senado votó en contra de la reforma, afirmando: “Yo solo quiero que se respete la Constitución”.

Vigor de la democracia

A pesar de que no logró la supermayoría necesaria para enmendar la Constitución, AMLO sí obtuvo suficientes votos para restringir la autonomía del INE, recortar su presupuesto y remover a muchos de sus actuales empleados. La oposición ahora planea impugnar el proyecto de ley ante la Suprema Corte, argumentando que viola la Constitución. El sacudón experimentado por la democracia mexicana motivó a los demócratas a ponerse en acción.

Lo mismo sucede a los demócratas chilenos, que a finales del 2019 pusieron fin a las violentas protestas callejeras promoviendo un proceso de reforma constitucional. Si bien el primer intento de redactar una nueva constitución fracasó, un grupo amplio de partidos recientemente llegó a un acuerdo sobre los mecanismos que regirán un segundo intento. Es muy probable que para finales del 2023 Chile tenga una constitución que reemplace a la redactada en 1980, durante la dictadura del general Augusto Pinochet.

La democracia liberal vive en los estatutos, los reglamentos y las instituciones. Pero, además, y lo que es más importante, vive en los corazones y los hábitos mentales de la ciudadanía. La democracia, cualesquiera que sean sus imperfecciones, es hoy el sistema natural de gobierno para los casi setecientos millones de personas que viven en América Latina. Las alternativas parecen cada vez más improbables. Al finalizar el annus horribilis del 2022, el vigor de las democracias de la región es motivo de aplauso.

Andrés Velasco, excandidato a la presidencia y exministro de Hacienda de Chile, es decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.

© Project Syndicate 1995–2022