Las acciones comerciales inteligentes de China

China es vista más como un adversario económico que como un socio económico, y maneja la presión comercial estadounidense de una manera más inteligente que Japón en los años 80.

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SHANGHÁI – Los planes anunciados por el presidente norteamericano, Donald Trump, de aplicar a China aranceles comerciales representan un alejamiento importante de la estrategia de sus antecesores. China hoy es visto principalmente como un adversario económico, más que como un socio económico. Puede tratarse de una diferencia de grado más que de una diferencia de tipo: las políticas de Trump son la culminación de una década de frustración comercial estadounidense.

Las causas de la frustración estadounidense son bien conocidas. Desde que se sumó a la Organización Mundial del Comercio en el 2001, China ha sido acusada de no cumplir con sus obligaciones de brindar acceso a los mercados y hasta de haber retrocedido en algunas áreas. Es más, se cree que China ha utilizado durante mucho tiempo la intervención estatal, incluso las políticas industriales, para limitar los negocios y la inversión de Estados Unidos en el mercado doméstico, permitiendo al mismo tiempo que las empresas chinas obtuvieran un rápido progreso tecnológico.

Sin embargo, lo más fundamental es que a Estados Unidos le preocupa que el rápido desarrollo económico de China hoy plantee un verdadero desafío para la influencia global de Estados Unidos. Esta idea ha alimentado una percepción de que hace falta “contener” a China. En la visión de Trump, parte de la solución es el proteccionismo comercial.

En los años 1980, las políticas proteccionistas de Estados Unidos contuvieron exitosamente el crecimiento de Japón que, al igual que China hoy, tenía un gran excedente comercial con Estados Unidos. Pero el éxito de aquellas políticas estaba arraigado en parte en las opciones problemáticas de Japón, entre ellas las respuestas fiscales y monetarias lentas. Para reducir el excedente comercial bilateral, Japón introdujo las llamadas restricciones voluntarias a las exportaciones, que vaciaron su economía real, ofreciendo a la vez una protección excesiva a sus sectores no comerciales. El resultado fue una recesión que duró décadas.

Pero los patrones comerciales han cambiado tanto desde los años 1980, particularmente debido al surgimiento de cadenas de suministro regionales y globales, que la noción misma de un desequilibrio comercial bilateral –uno de los principales escollos para Trump– parece caduca. Después de todo, el valor agregado que China en verdad extrae de sus exportaciones no es ni por cerca tan grande como su excedente comercial.

En verdad, en los últimos diez años, el excedente de cuenta corriente global de China se ha reducido a una tasa sin precedentes, cayendo del 10 % del PIB en el 2007 a un mero 1,4 % hoy. Mientras tanto, ha habido pocos cambios en el desequilibrio comercial norteamericano, lo que indica que el enorme déficit de Estados Unidos no es en absoluto culpa de China. De hecho, la culpa reside lisa y llanamente en las realidades macroeconómicas de Estados Unidos, entre ellas una tasa baja de ahorro doméstico y una tasa alta de endeudamiento federal, que los recortes impositivos de Trump harán aumentar aún más.

China reconoce que la obsesión de la administración Trump de obligarla a reducir el excedente comercial bilateral es absurda. Pero también sabe que una guerra comercial no sería buena para nadie. Para aligerar las fricciones comerciales, a diferencia de las restricciones voluntarias a las exportaciones de Japón, los líderes de China han prometido aumentar las importaciones y abrir el mercado doméstico. El presidente Xi Jinping predijo importaciones de mercancías por un valor de $8 billones en el lapso de los próximos cinco años.

Es una medida inteligente, y no solo porque ayudará a apaciguar a Estados Unidos, así como a los países europeos que se han quejado del acceso limitado al mercado chino, para no mencionar a las instituciones financieras internacionales. Como quedó de manifiesto en un comunicado conjunto de Estados Unidos y China sobre las consultas comerciales, un incremento “significativo” de las compras chinas de bienes y servicios extranjeros –en particular, de Estados Unidos– también permitirá que el país “satisfaga las crecientes necesidades de consumo del pueblo chino y la necesidad de un desarrollo económico de alta calidad”.

China importó bienes por un valor de $2 billones en el 2017, de los cuales los bienes de consumo representaron apenas el 8,8 %. Expandir el porcentaje de bienes de consumo podría mejorar significativamente el bienestar de los ciudadanos chinos que, por los aranceles y barreras no arancelarias existentes, ahora suelen viajar al exterior para hacer compras. En verdad, las compras internacionales por parte de los chinos hoy equivalen al valor de todos los bienes de consumo que hoy importa China, aun sin considerar las compras en línea de rápido crecimiento que los chinos hacen en el exterior.

Trasladar esas compras a China ayudaría a fomentar el giro hacia una economía más impulsada por el consumo, particularmente a medida que crece la clase media –y su poder adquisitivo–. El impacto sería aún mayor si Estados Unidos y los países europeos respondieran a los pedidos chinos de exportar productos de alta tecnología más libremente.

De la misma manera, una mayor apertura a las inversiones es crucial para China en su intento de garantizar un continuo progreso tecnológico. Como están dadas las cosas, aun si la economía de China fuera del mismo tamaño de la de Estados Unidos, China mantendrá una ventaja competitiva en la industria, porque su PIB per cápita es de apenas un cuarto del de Estados Unidos.

Sin embargo, China sigue ocupando una posición baja en las cadenas de valor globales, a pesar de las recientes mejoras. Y, hasta ahora, su progreso tecnológico ha dependido esencialmente de una mayor apertura a la inversión directa, que ha respaldado el progreso en investigación, desarrollo y la aplicación de tecnologías avanzadas.

Si China quiere seguir mejorando su economía, este proceso debe continuar, respaldado por iniciativas para promover el emprendedurismo y proteger los derechos de propiedad intelectual. Afortunadamente, China lo sabe bien. Las autoridades esperan una inversión extranjera directa de $600.000 millones en los próximos cinco años, y esperan que la inversión directa china en el exterior llegue a los $750.000 millones cinco años después.

China ya está respaldando sus palabras con hechos. Para promover mayores importaciones de consumo, el país realizará su primera exposición de importaciones en Shanghái en noviembre. Para fomentar la inversión financiera, China aumentará los límites a la propiedad extranjera a 51 % en un lapso de tres años, en una trayectoria destinada a eliminar las restricciones definitivamente. En el 2022, eliminará los límites a la propiedad extranjera en las firmas de automóviles locales, impulsando a compañías como Tesla, que entonces podrían tener una filial totalmente de su propiedad en China.

Sin duda, hay más cosas por hacer, y China necesita avanzar para eliminar las barreras institucionales a las reformas industriales y financieras. Pero China ya ha demostrado que maneja la presión comercial estadounidense de una manera más inteligente que Japón en los años 1980. Por cierto, lejos de sentar las bases para una recesión prolongada, la respuesta de China –-incrementar las importaciones y acelerar las reformas estructurales domésticas– respaldará un crecimiento de largo plazo de alta calidad.

Zhang Jun es decano de la Facultad de Economía de la Universidad Fudan y director del Centro de China para Estudios Económicos, un grupo de expertos con sede en Shanghái. © Project Syndicate 1995–2018