La ventana abierta

Me inquieta la repentina curiosidad del Banco Central por nuestros datos personales, que creía reservados

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De seguro el cuento no es como lo repito. Lo atribuyo a la pluma de Mario Benedetti, si cabe decirlo así, porque últimamente él escribía en la computadora. Tal vez la autoría no es suya y estoy suplantando la identidad de otro autor que en realidad no escribió exactamente este cuento, sino uno parecido.

Un hombre llega a su piso y sabiéndose en completa soledad se desnuda y ensaya un baile lascivo mientras organiza sus cosas. De pronto, advierte que la ventana de su habitación está abierta y que pudo haber sido visto desde el piso opuesto, que habita una mujer a la que solo conoce de vista. Se apresura a cerrarla, pero el daño está hecho. A la mañana siguiente, cuando sube al ascensor, allí está su vecina. Acongojado, no se atreve a saludarla como acostumbra, porque vaya a saber qué pensará de él ahora.

Aunque haya desfigurado el relato, que leí hace muchos años, es evidente que algunos restos han permanecido en mi memoria. Ha de ser, pienso yo, porque entonces me chocó la desconcertante y abrumadora sensación experimentada por aquel que creía haber sido sorprendido involuntariamente en su intimidad. Quizá la vecina no había advertido nada, pero de todos modos su privacidad había quedado expuesta y las mortificantes consecuencias de esa posibilidad eran reales y perdurables.

Claro que no cabía atribuir a la mujer culpa alguna por lo sucedido. Podría excusársela trayendo a colación una cita que hasta donde sé es del propio Benedetti: “Cómo culpar al viento del desorden hecho, si fui yo quien dejó la ventana abierta”.

De manera que allá cada cual con lo que se hace de su privacidad, si deja la ventana abierta. Recuerden el triste destino del meticuloso homicida de La ventana indiscreta, la memorable película de Alfred Hitchcock, a causa de un incomprensible descuido que solo se explica porque en su defecto el relato cinematográfico no habría sido posible. Contrastándola con ese desliz, un personaje de El problema final, la reciente novela de Arturo Pérez-Reverte, destaca la capacidad del protagonista de la película para mirar, ver y reaccionar, y convertirse en detective sin pretenderlo.

¿A qué viene todo esto? En cuanto me concierne, a que me inquieta, por asociación, la repentina curiosidad del Banco Central por nuestros datos personales, que creía reservados. De su extraño voyerismo, ¿qué podrá protegernos?

carguedasr@dpilegal.com

Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.