La utopía indispensable

Un mundo se nos fue y no volverá. Otro se acerca amenazador y pareciera que no lo podemos detener

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El futuro ya llegó. Su rostro es temible. Incendios desde Grecia y Portugal hasta California y Oregón, en Estados Unidos, son comensales regulares que arrasan bosques todos los veranos. Montañas incendiadas a las afueras de Atenas. Ciudades se inundan en China, Alemania, Bélgica, India y Tennessee. El infierno llega a uno de los sitios más fríos de la tierra, con el mayor calentamiento de toda su historia. La temperatura se eleva más allá de lo resistible y una ola de calor de 49,5° C cobra más de 500 muertos en Canadá.

Llueve en Groenlandia, se derriten los polos, osos polares deambulan desconcertados por ciudades cercanas. Pingüinos emperador ven amenazada su supervivencia, como la de miles de especies. Los mares se calientan y alteran la vida marina. Las ciudades costeras ceden ante aguas que irremediablemente crecen. Comunidades paupérrimas alcanzan el límite de la resistencia para permanecer en el terruño y arriesgan la vida en inclementes travesías, peligro menor al hambre desatada en sus tierras vueltas áridas y sus mares desolados de sobreexplotación, pesca de arrastre y clima que no perdona. Es el legado perverso del parásito humano en el planeta tierra.

Nada de esto es nuevo. La sorpresa es que no sorprenda. Se murió nuestra capacidad de asombro. Nos hemos acostumbrado tanto a coexistir con la destrucción civilizatoria que hemos desarrollado casi total insensibilidad al menoscabo de nuestra convivencia con la naturaleza. Ya nuestra prole no puede añorar las pozas cercanas que nunca tendrán, aquellas donde nos bañábamos en pandilla de carajillos, que ya no existen con la contaminación urbana y la peligrosidad social que nos tiene tras las rejas.

Un mundo se nos fue y no volverá. Otro se acerca amenazador y pareciera que no lo podemos detener. No hemos terminado de pagar el precio de la indiferencia. Ese es el argumento principal de nuestras vidas y el sentido más profundo de la política.

Como especie, estamos hablando de lo mismo desde 1972. Son 50 años sin mucho progreso. Mucho tilín y poca paleta. El último panel de cambio climático de la ONU rindió un dictamen contundente: el clima ya cambió. Puntos de no retorno quedaron atrás. Pero todavía puede ser peor. Por eso, la lucha debe seguir. No podemos perder esa utopía indispensable contra el desequilibrio humano.

vgovaere@gmail.com

La autora es catedrática de la UNED.