La rabia del voto y el periodismo

Los periodistas ponen el cuerpo y son quienes están entre la ciudadanía democrática y aquellos que quieren echar abajo el Estado de derecho

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“¡Ganó Milei!”, me gritó. Sentí un golpe en el estómago, seguido del pensamiento “¡ojalá los periodistas hagan su trabajo!”.

Parece que vivimos el turno de los rencorosos en el poder. Los que odian el estado social (es decir, que lo quieren solo si lo pueden usar para ensalzarse y vengarse) y odian a las mujeres (es decir, que las quieren solo si las pueden usar para servirse de ellas). El tiempo de los que llegan a gobernar intelectualmente desprovistos, éticamente vacíos y sin mayor experiencia. Frente a ellos, la prensa independiente tiene una formidable responsabilidad.

Empecé a escribir esta columna a finales de enero, pero la archivé por considerar que estaría cayendo en el alarmismo que tanto critico. Hoy, casi 10 meses después, la retomo con un sinsabor.

El contexto internacional nos da pistas de por dónde pueden ir las cosas. Costa Rica experimenta circunstancias que nos permiten advertir un futuro en el que nuestra institucionalidad democrática podría quebrarse más de lo que los políticos oportunistas, la ciudadanía indolente, el empresariado que esquiva sus responsabilidades sociales y un tipo de funcionario que se cree señor y mártir de los sacrificios la han descalabrado.

Algunas actitudes y acciones del gobierno se dirigen decididamente a romper el sistema político, atacando sus pilares, pero sobre todo a uno de sus cimientos fundamentales: la libertad de prensa.

Rodrigo Chaves —primero como candidato y ahora como presidente— agrede con frecuencia a los medios que hacen bien su trabajo y no dudó, en su momento, en mandar a cerrar el Parque Viva. Muestra inicial de una de las características por la cuales será recordado cuando sea solo eso, un recuerdo. El uso del poder presidencial al servicio del deseo de venganza personal.

Plata de por medio, solo unos pocos le aplauden. La mayoría sabe que, como aseguró Susan Sontag, “el periodismo es, también, un arte narrativo en movimiento, algo que no se puede coleccionar, que no se puede colgar en el muro de una pared”.

Los periodistas componen esa primera línea, ponen el cuerpo adelante y son quienes están entre la ciudadanía democrática y aquellos que quieren echarla abajo usando mecanismos variados que la prensa desvela.

Gracias a esos medios que tanto quiere destruir, supimos tempranamente de su comportamiento desagradable y agresivo, en términos sexuales, contra las mujeres. También, de otras prácticas muy alejadas de la transparencia que juró, tales como sus intentos de torcer voluntades para pasar dinero público al Sinart, desde donde solo halagos saldrán para él.

Junto con el actuar del presidente, por desgracia, estamos viendo cada vez más el amedrentamiento contra esta profesión, típico de países autocráticos. Ciudadanos y autoridades adeptas al partido en el gobierno se han dedicado desde el principio a intentar infundir miedo, con bravuconadas, a quienes critican la administración.

Y, más reciente, la amenaza de muerte que un seguidor del presidente de la República, Rodrigo Chaves, lanzó contra Vilma Ibarra, del programa Hablando claro, y el discurso incendiario de la diputada Pilar Cisneros contra ella.

Aunado al espíritu populista que muestra, el gesto de la diputada revela también el cumplimiento del viejo mandato cultural machista que relega a las mujeres al servilismo, como medio más seguro para ser bien mirada y tener alguna posibilidad de satisfacer ambiciones individuales. En esta ocasión, el servicio de la diputación consiste en atacar a la periodista Ibarra para defender al señor.

Objetos de pacto, según dice Celia Amorós, que no negocian entre sí, como suelen hacerlo ellos, el machismo siempre ha contado con las mujeres como “intelectuales del patriarcado”, como analiza Marcela Lagarde, que, más que aliadas, son enemigas, pues están educadas para destruir a otras con el fin de agradar la mirada masculina.

Por su parte, el contexto internacional es alarmante. Cuando menos 27 periodistas fueron asesinados en el 2022 y 14 trabajadores de medios de comunicación hasta junio del 2023, según el Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ, por sus siglas en inglés). La mayoría, mientras ejercía la profesión en su propio país. Estos datos no consideran la cantidad de personas encarceladas ni desaparecidas a raíz de su trabajo.

Sumado a ello, y de acuerdo con el índice global de impunidad 2021, en los últimos 10 años, el 81 % de los asesinatos quedaron sin castigo. Oksana Baulina, Ahmed al Nasser, Juan Carlos Muñiz, Oleksandra Kuvshynova, Brent Renaud, Givanildo Oliveira, Jorge Luis Camero y Mohiuddin Sarker son algunas de las personas asesinadas por ejercer el oficio, que cobran vida en las denuncias de la organización francesa no gubernamental Reporteros Sin Fronteras (RSF).

Como afirman algunas relatorías, tales como la de la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), la violencia contra periodistas atropella su derecho a expresarse y difundir sus ideas y la información que consideren relevante (universal, según la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en su artículo 19); causa miedo y promueve el silencio de sus pares y destruye los derechos individuales y de las sociedad a buscar y recibir información e ideas de cualquier tipo; además de que “las consecuencias para la democracia, que depende de un intercambio libre, abierto y dinámico de ideas e información, son particularmente graves”.

México, Brasil, Chad, Irán, Bangladés, la India, Haití, Corea del Norte, Rusia, El Salvador, Eritrea, Irán, Turkmenistán, Birmania, China e incluso España, con su ley de seguridad ciudadana, limitan la libertad de prensa y son reseñados por Amnistía Internacional como países donde el ejercicio periodístico no goza de la independencia y protección que se le debe.

Antes de todo esto, en esos países no pasaba nada. O, mejor dicho, pasaba menos. Se inició con pequeñas censuras y descalificaciones. Por algo se empieza.

Cuando comencé este trabajo, nuestro país aún ocupaba el mejor grado en la clasificación mundial de la libertad de prensa, elaborada por RSF. “La libertad de prensa y la libertad de expresión son dos principios muy respetados en Costa Rica. El país es una excepción en América Latina, una región carcomida por la corrupción, la inseguridad y la violencia cotidiana contra la prensa”, afirmaban los argumentos para dicha nota.

Hoy, ya dejamos la calificación anterior, llamada “buena situación”, para bajar al segundo lugar, “situación satisfactoria”, en el puesto número 23.

“Costa Rica (23.º; -15), que se mantenía como último bastión en la región con una situación ‘buena’, cambió de categoría tras caer 5 puntos, debido a un retroceso muy marcado de su puntuación política (-15,68 puntos) y se sitúa por detrás de Canadá (15.º; +4)”, afirman, para nuestra preocupación.

Por eso, es nuestro deber hacernos escuchar desde la ciudadanía, sumarnos a las voces críticas y, especialmente, favorecer vehementemente la protección del ejercicio periodístico y de quienes lo ejercen, especialmente de las mujeres, víctimas fáciles del descrédito moral machista.

Mientras, confiemos en que Vilma Ibarra y muchos más tengan claro lo que aseguró la periodista italiana Oriana Fallaci: no se cumple con el deber para que alguien lo agradezca, sino por principio, por la propia dignidad.

isabelgamboabarboza@gmail.com

La autora es catedrática de la UCR y está en Twitter y Facebook.