La maldad y nosotros

Nos identificamos con el héroe, el bienhechor, el altruista, nunca con el villano de la película

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Puede decirse que hemos tenido una experiencia del mal, conocemos situaciones en las que no hay duda de que la envidia, el odio, la mentira, la injusticia y la violencia existen. Pero no hay nada más aterrador que ser conscientes del mal que nosotros mismos hemos procurado.

Por lo general, vemos el mal como una realidad externa, porque no nos creemos “malvados”, más bien pensamos que “padecemos” la maldad. Tal vez nos llamemos egoístas o mentirosos en ciertas ocasiones, pero no solemos calificarnos de “malvados”.

No se trata de un autoengaño, es que no nos definimos como el villano de la película. Nos identificamos con el héroe, el bienhechor, el altruista. Pero en algún momento, lo que hemos decidido hacer nos sorprende y vemos que el mal también se puede generar dentro de nosotros y expresarse descaradamente.

Lo queramos o no, como dice san Pablo, es que nos descubrimos en el mal que no queremos hacer y dejamos de hacer el bien que anhelamos. ¿Por qué ocurre esto?

Tal vez porque vamos por la vida suponiendo que somos especiales, incapaces de cometer acciones que no sean bien vistas, pero en nuestros miembros (entiéndase “persona”), siguiendo a san Pablo, persiste y se manifiesta una ley que no es el amor espontáneo y radical. Queremos el bien, pero también ejecutamos el mal, aunque lo detestemos, porque percibimos que el mal que cometemos se nos presenta como una necesidad para nuestro bienestar.

¿Olvidamos hacer el bien momentáneamente solo por nuestro interés? ¿Nos movemos simplemente en ese plano tan egoísta? A veces no queda más que admitirlo.

Mundo bíblico

San Pablo afirma que la única solución a este dilema es Jesús, pero ¿qué significa? En la primera carta a los Corintios, Pablo hace una afirmación abrumadora con respecto a Cristo: el que no conoció pecado se hizo pecado por nosotros. Tenemos que fijarnos bien en la literalidad de estas palabras.

Una persona que no podía ser tocada por la maldad se hace ella misma maldad para salvar, porque él fue condenado como reo de muerte, como un malhechor y, según la legislación del Deuteronomio, debía también ser considerado un maldito por pender de un madero.

Desde un punto de vista filosófico, se abre un mundo de posibilidades inauditas para comprender estas afirmaciones. Lejos de la metafísica clásica, el mundo bíblico se concentra en la posibilidad de interpretar la existencia desde la consciencia de la propia insuficiencia, que no implica necesariamente considerarnos fracasados en nuestro proyecto de construirnos seres humanos auténticos.

En el pensamiento bíblico, aun cuando hacemos el mal o lo padecemos, podemos potenciar el bien, por abrumadora y escandalosa que esta idea nos parezca.

Que Jesús se hiciera pecado, como dice san Pablo, implica que el hombre, finalmente, tendrá el poder de condenar y suprimir a Dios de la historia para ser totalmente autónomo. El sueño de Nietzsche en realidad ya estaba escrito en el Nuevo Testamento varios siglos antes de su gran diatriba.

Así, el “deber ser” absoluto se volvió víctima de sus víctimas. Sin embargo, Pablo dice que el motivo de todo esto es la convocación a la reconciliación. ¿Qué dios puede perdonar absolutamente si él mismo no ha cometido pecado? En otras palabras, ¿cómo superar el egoísmo que nos hace cometer el mal si no nos reconocemos malvados?

Construimos lo que somos

Otra cosa interesante y sorprendente: ¿Es posible encontrar la reconciliación si no se pasa por la experiencia del dolor de la persona que ha sido encontrada culpable y, por ello, condenada por otros? O, haciendo la pregunta de otra forma, ¿podría alguien ofrecer una verdadera paz si no ha experimentado en su carne las consecuencias de la guerra y el odio, de la violencia y del sentirse un miserable ante el mundo? ¿Se podrían revertir las posiciones que nos alejan unos de otros sin tener que enfrentar las consecuencias del rechazo y la destrucción de la propia persona?

Aunque suene paradójico, experimentar el mal en nosotros nos hace conscientes de lo que implica ser en medio de los demás un ejecutor de la condena. No somos simples pasantes en la historia, construimos lo que somos en nuestras relaciones, aunque a veces, en lugar de unir, optamos por separar, lo que implica que nos volvemos jueces condenadores y verdugos. Sin embargo, sentirse desechado es también un camino de reconstrucción personal, de pacificación de nuestro interior más profundo.

Experimentar que somos personas capaces del mal y ser conscientes de ello tiene como consecuencia buscar perdonarnos mutuamente, pero sobre todo perdonarnos a nosotros mismos y aceptar el lado oscuro de nuestro yo.

Lo que no es fácil, porque la vergüenza nos limita desde el fondo del alma. No hay forma de ser auténticos. Debemos vivir y sufrir nuestra inconsistencia y ambigüedad.

Somos tanto bondad como imperfección. Proclives a la amistad y a la enemistad. ¡Hasta somos capaces de destruir una amistad por el simple hecho de ser aprovechados!

frayvictor@gmail.com

El autor es franciscano conventual.