La juventud no está sana y a salvo

El país debilitó los programas que sostenían la buena salud física y mental de adolescentes y jóvenes

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La salud, educación, seguridad, protección integral, recreación y cultura, entre otros programas y actividades, son pilares del desarrollo sano de las poblaciones menores de edad; sin embargo, los Equipos Básicos de Atención Integral en Salud (Ebáis) están saturados de jóvenes y adolescentes en busca de atención o rehabilitación.

Patologías agudas y crónicas los aquejan, y a corto plazo no se vislumbra posibilidad de tomar acciones de promoción y prevención, uno de los objetivos fundamentales de la creación de los Ebáis y las áreas de salud.

Si esto ocurre, es imposible esperar que disminuyan patologías crónicas, tales como el cáncer, la diabetes, la hipertensión, los infartos cardíacos, los accidentes vasculares cerebrales y los problemas respiratorios y mentales.

La única respuesta que se da es tratar de brindar la mejor atención posible a estos muchachos en servicios de salud desbordados, lo que disminuye la calidad del cuidado y el interés que necesitan a tempranas edades.

Sin duda, hace falta infraestructura, equipos y personal sanitario, pero igualmente se requiere invertir más y mejor en promoción y prevención, la pata del banco olvidada y fundamental si queremos cambiar a mediano y largo plazo la agobiante situación que sufren adolescentes y jóvenes.

Varios frentes descuidados

En el campo de la educación, de manera dramática a causa de la velocidad del cambio, se dejó de pensar en un sistema basado en el concepto de comunidad estudiantil en las escuelas y los colegios, lo que implicaba que padres y madres, docentes y personal de apoyo y administrativo, junto con la comunidad, se sentían responsables de los niños y adolescentes que asistían a clases.

El enfoque multisectorial hacía que el ámbito escolar fuera más allá de lo puramente académico, y se constituía en un espacio de contención y seguridad y, por tanto, de promoción y prevención.

De manera progresiva, el concepto de solidaridad e igualdad empezó a trastocarse en un lenguaje economicista. La competencia se afincó como eje central y ya los estudiantes no tenían a la par un compañero de viaje, sino a un potencial competidor que había que aniquilar.

Lo academicista se transformó, además, en la única razón de ser del sistema educativo, y actividades prioritarias para el desarrollo saludable de niños y adolescentes, y particularmente para la contención de riesgos, se fue quedando en el camino.

No es de extrañar las conocidas cifras de expulsión escolar, ya que ser un buen estudiante era tener buenas notas y no todos pueden, a pesar de ser capaces de destacar en otras áreas, si les hubieran dado la oportunidad de mostrar todo su potencial en artes, deportes, voluntariado, participación social, emprendimiento y otros de suma satisfacción personal.

Si bien el mundo moderno demanda necesariamente fortalecer las materias y carreras STEM (siglas en inglés de ciencias, tecnología, ingenierías y matemáticas), no todo depende de estas. Por eso, el énfasis debe ponerse en identificar el potencial de cada individuo, razón originaria del sistema educativo.

En protección integral, en vista del creciente deterioro social, hace tiempo sistemáticamente se fueron disminuyendo los recursos que le correspondían al Patronato Nacional de la Infancia (PANI), y en este momento vemos el resultado: el debilitamiento del sistema nacional de protección que lidera esta institución.

Particularmente, la población adolescente es la más desprotegida y tales recursos son vitales para la promoción y la prevención de los males que hoy tienen los servicios de atención colapsados.

Represión como respuesta

En el mismo sentido, la violencia es la concreción del deterioro social, y la respuesta inmediata, desafortunadamente, es el imprudente reforzamiento de la represión.

Costa Rica enfrenta una situación en la que debe reconocer que el frío no está en las cobijas, ya que por más represión que se instituya, aunque sea eficiente, el problema no desaparece, porque sus raíces están en el abandono de las políticas públicas sociales durante varias décadas.

Más policías y más equipamiento nos tranquilizan y tendrá un efecto directo en mitigar la violencia momentáneamente, pero si no tratamos los orígenes de esta situación no habrá solución permanente.

La consigna de cualquier sociedad inclusiva, igualitaria y justa es que sus niños, adolescentes y jóvenes estén sanos y a salvo. ¿Cuánto como país nos hemos alejado de este ideal que percibíamos como posible?

morabecr@gmail.com

Alberto Morales Bejarano es médico pediatra, fue fundador de la Clínica del Adolescente del Hospital Nacional de Niños y su director durante 30 años. Siga a Alberto Morales en Facebook.