La institucionalidad importa, y mucho

Siempre se habla de que América Latina tiene todo para ser un continente desarrollado, pero abundan estudios que demuestran por qué no se logra

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Gran cantidad de investigadores, intelectuales, políticos y estadistas reconocen que América Latina posee condiciones endógenas y exógenas para ser un subcontinente desarrollado.

Lo confirman su rica biodiversidad, agua, bosques, paisajes y climas, entre otras potencialidades en esta parte del mundo, que también es un pulmón global.

América Latina cuenta con grandes reservas de minerales clave para impulsar el desarrollo del planeta y produce una enorme cantidad de alimentos suficientes para el consumo interno y la exportación.

No por casualidad cuando se lee la obra Utopía de Tomás Moro, cuyo nombre original, dependiendo de la exactitud de la traducción que se haga del latín, es Librillo verdaderamente dorado, no menos beneficioso que entretenido, sobre el mejor estado de una república y sobre la nueva isla de Utopía, el relato de Hitlodeo se basa en una región del “nuevo mundo”.

Incluso sobre la coyuntura más reciente, la Comisión Económica para América Latina (Cepal) señala que las grandes controversias comerciales entre Estados Unidos y China representan una oportunidad inmejorable para el comercio de la región por el papel neutral que desempeña.

No obstante, los datos no avalan que estemos tomando la forma de la isla de Utopía de Moro. Estadísticas de la misma Cepal reflejan que somos la región más desigual del planeta, con democracias fallidas y amenazas significativas que pesan sobre nuestro patrimonio natural.

Falta de planificación

¿Qué no se está haciendo o estamos haciendo mal? El intelectual chileno Sergio Bitar, con trayectoria en la Cepal, sostiene que América Latina no es una región desarrollada porque no piensa ni planifica a largo plazo.

Esta carencia de visión de futuro es ocasionada sobre todo porque cada cuatro años se “recalcula la ruta”, lo cual tiene dos consecuencias muy peligrosas: la pérdida de confianza en que habrá un futuro mejor y desidia o desinterés, especialmente en las generaciones más jóvenes, por la forma de gobierno que prevalezca.

¿Cómo afecta a la sociedad la inseguridad en el futuro? En primera instancia, hay que decir que de muchas maneras, pero ocupémonos de dos en esta ocasión.

La European Values Study (EVS) y la World Values Survey (WVS) publicaron en el 2023 un estudio longitudinal tendencial para cien países acerca de cómo los valores de una sociedad definen en mucho la confianza en el futuro y que esas sociedades se planteen proyectos y metas a largo plazo.

Las sociedades con mucha desconfianza en lo que pueda venir se concentran en lo tradicional y la supervivencia.

De acuerdo con los resultados de esa investigación que abarca de 1981 al 2022, en los países de la región prevalecen los valores de supervivencia por encima de los valores de autoexpresión y los valores tradicionales por encima de los seculares.

Corea del Sur, por ejemplo, tiene indicadores de valores seculares por encima de los tradicionales y Europa, indicadores elevados en ambas escalas.

La segunda inferencia de la investigación es que los gobiernos con institucionalidades sólidas aparecen ubicados en las zonas de altos valores seculares y de autoexpresión, es decir, logran un equilibrio entre lo inmediato y lo de largo plazo, porque las personas confían en que sus derechos están seguros mientras exista una institucionalidad fuerte. En esta parte del mapa, figuran Dinamarca, Finlandia y Suecia, entre otros.

Situación en Latinoamérica

El cambio hacia una ruta más segura de desarrollo en América Latina está marcada por las cosas en las que las personas creen, por una escala axiológica particular.

La pérdida de credibilidad en las instituciones por los deficientes resultados para superar la desigualdad social, proteger el ambiente, ser transparentes en el uso de los recursos públicos y promover y respetar los derechos humanos ha llevado a la población latina a fortalecer su creencia en lo tradicional y la supervivencia.

De esa manera se podría explicar por qué una región que según las voces expertas tiene todo para ser desarrollada no lo ha conseguido, y a veces parece que retrocede. Esta condición ha hecho florecer una nueva forma de institucionalidad, la conocida “mano dura”, y la profecía autocumplida de la democracia fallida.

Quizá algunos datos de esas “manos duras” en la región nos ayuden a pensar mejor en si actuamos con desidia frente a la forma de gobierno o fortalecemos nuestra democracia e institucionalidad para dar más seguridad a nuestro futuro.

En el ranquin de los países más corruptos del mundo, publicado en enero por Transparencia Internacional, varios países de América Latina reciben las peores calificaciones. Se analizaron 180, y Venezuela ocupa la posición 177; Nicaragua y Haití, la 172; y Honduras y Guatemala, la 154. Uruguay, Chile y Costa Rica, en este orden, fueron los mejor calificados.

En la totalidad de los casos, tanto positivos como negativos, según la organización, la diferencia la marca el sistema institucional, el control y la separación de poderes. Entonces, como decía el premio nobel Douglass North, “la institucionalidad sí importa”, por lo cual no deberíamos ser indiferentes a ella.

En la última entrevista que el periodista Andrés Oppenheimer hizo al expresidente de Chile Sebastián Piñera, muerto en un accidente de helicóptero el 6 de febrero, sobre cómo veía el futuro de América Latina, Piñera le contestó que tenemos todo para ser una región desarrollada porque cuando Dios creó esta parte del mundo “estaba de muy buen humor”.

jc.mora.montero@gmail.com

El autor es doctor en Gobierno y Políticas Públicas, y docente de la UNA y la UCR.