La gente necesita confiar, incluso para pagar sus impuestos con buena cara

Quienes desconfían del sistema son los que rehúsan sujetarse al ordenamiento y sus regulaciones

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Con insistencia he sostenido que el principal condicionante del desarrollo es la cultura. Pues bien, en apoyo a mi tesis, un estudio dirigido por los economistas Philip Keefer y Carlos Scartascini sostiene que en la confianza, que es uno de los elementos esenciales de la cultura social, radica la clave de la cohesión social y el crecimiento de los países.

El concepto confianza se resume como la certidumbre de lealtad en aquello en que se deposita nuestra voluntad, o bien nuestros actos. Es la convicción, ya sea en el prójimo o en el colectivo por el que se optó.

La mala noticia es que, según la encuesta integrada de valores, a la que se refiere el estudio, la confianza interpersonal en América Latina es la más baja del planeta, al extremo que solamente una de cada diez personas afirma confiar en los demás. Una estadística que, por cierto, entró en barrena, pues hasta hace 40 años la desconfianza estaba en la mitad del actual porcentaje. En relación con el gobierno, en Latinoamérica, la desconfianza es también la más alta del mundo.

Las consecuencias de la poca confianza en las instituciones públicas son graves, pues el efecto directo es el temor. Además, debilita el ideal patriótico, y con ello crea una sociedad que asume el cinismo como regla de comportamiento.

Con el debilitamiento de la conciencia cívica, crecen la informalidad y la resistencia a la legalidad, ya que la gente que desconfía del sistema es la que rehúsa sujetarse al ordenamiento y sus regulaciones.

En las empresas sucede lo mismo que con los individuos. Tienden a huir de los países donde perciben un trato hostil hacia ellas. Tal hostilidad puede tener grados de intensidad que van desde una orden tajante de expropiación sin mayor indemnización hasta la sutil pero constante insistencia en controlarlas, regularlas y encarecer el costo de legalidad.

Se llega al límite de reducir sus utilidades a cotas absurdas y hasta a hacerles inviable la existencia. Esta última es una disimulada mecánica que se limita a las dos tácticas perfectas de siempre: por una parte, regulaciones y, por otra, impuestos; ambos crecientes. A partir de allí, prosigue un círculo vicioso que afecta también otras áreas de la actividad productiva, como el sistema de crédito, que se nutre de la confianza y la certidumbre de los compromisos pactados.

Abstencionismo

Estudiosos del comportamiento humano han determinado que las personas que se sienten burladas propenden a renunciar a la dinámica que las envolvió en el engaño, lo que en materia política tiene consecuencias en diversos aspectos, como el abstencionismo electoral o la capacidad de los habitantes para emprender iniciativas comunales o colectivas que coadyuven al mejoramiento de su calidad de vida.

Hechos como el elevado abstencionismo, que la ciudadanía tiende a ver con gran indiferencia, al final originan realidades políticas muy inconvenientes, como los clanes que se han perpetuado durante más de tres décadas en las corporaciones municipales.

Desde que Rodrigo Chaves presentó su candidatura presidencial, abrazó como estrategia de campaña un discurso de permanente descrédito contra las distintas instituciones democráticas y lo reforzó tras llegar al gobierno.

La paradoja es que pareciera que no advierte que uno de los elementos esenciales de la gobernabilidad es la confianza de los ciudadanos en sus instituciones, algo que, por ejemplo, es vital para la recaudación tributaria.

En otras palabras, si la gente deja de confiar en las dependencias públicas, como lo son, entre otras, la administración de justicia, el parlamento o las instituciones electorales, el ciudadano también se inclinará por evadir sus obligaciones tributarias y, como indiqué antes, tomará el atajo de la informalidad para evadir la legalidad.

Educación es la vacuna

Esta actitud ciudadana es la que le hará difícil la labor al gobernante Chaves que, para el buen funcionamiento de un gobierno, depende de una simbiosis entre funcionarios enfocados en objetivos para cimentar la capacidad institucional y una ciudadanía dispuesta a colaborar con esas instituciones. O sea, que los habitantes se involucren en los esfuerzos del desarrollo.

Dicho de otro modo, en vista de las fallas del sistema, es una estrategia suicida azuzar los resentimientos y las frustraciones. Inicialmente, la táctica puede parecer que funciona, pero es un espejismo, pues no se llegará lejos con ella.

En sentido contrario, ¿qué nos dice el estudio de los economistas Keefer y Scartascini que debe hacerse para recuperar la confianza social? Lo primero que afirman es la necesidad de elevar los niveles culturales y educativos de la población, pues su investigación demuestra que las personas mal informadas y carentes de conocimientos esenciales son más vulnerables al engaño, y, como consecuencia, las que más desconfían después del sistema democrático.

En cambio, quienes comprenden su entorno tienen mayor capacidad para confiar. Otro aspecto vital para la confianza es la capacidad del gobernante para enfocarse en las iniciativas públicas que le permitan cumplir sus promesas, con políticas públicas y proyectos de gobierno concretos y no con retórica como objeto de manipulación popular.

fzamora@abogados.or.cr

El autor es abogado constitucionalista.