La estrategia de Ortega

Lo que el dictador quiere es quebrar la esperanza en el alma nicaragüense

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Es inaudita la desfachatez con que se desenvuelven los capítulos de la farsa electoral de Ortega, en Nicaragua. A vista y paciencia del mundo, está ya montado todo el tablado de una parodia llevada a sus extremos: ley electoral restrictiva, Tribunal Supremo Electoral con jueces subordinados a la dictadura, sistema sesgado para el conteo de votos y poder judicial obediente al tirano. Con ese tinglado, la dictadura no puede perder. La oposición no puede siquiera garantizar una tabulación fidedigna del sufragio. Los dados están trucados, aniquiladas las posibilidades de una sorpresa democrática de última hora. Y, sin embargo… el dictador tiembla.

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¿A qué teme? Tiene pavor a un tsunami de votos imposibles de negar. Miedo a una jornada electoral convertida en protesta popular, masiva e imparable. Horror a esa gota permanente de denuncia de la prensa, piedra de hidalguía que le es cada vez más insoportable. Por eso, su artimaña institucional no es suficiente para tranquilizar al régimen. Sus últimos desmanes no son para ganar, porque eso ya se lo garantiza el andamiaje regulado a su favor. Su objetivo estratégico es sembrar impotencia para desalentar el movimiento de la ciudadanía hacia las urnas. Lo que quiere es quebrar la esperanza en el alma de ese pueblo.

Para eso, inhabilitó a Cristiana Chamorro, única candidata que rememora las gestas de antaño. El apellido Chamorro persigue dictadores desde hace 70 años. Es una marca histórica. El martirio de Pedro Joaquín despertó el derrocamiento de Somoza, en 1979, y transmitió a su viuda la fuerza para derrotar a la primera tiranía de Ortega, en 1990. Cristiana encarna hoy la posibilidad de un imposible: levantar al pueblo y convertir las urnas en un tribunal inapelable contra los crímenes impunes del sandinismo.

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Se debate sobre la valoración del poder del dictador. ¿Son sus nuevas afrentas expresión de fuerza o debilidad? Una cosa es cierta, cuando el poder reside solo en la boca de un fusil, se ha perdido completamente la hegemonía social. No sé cuándo caerá Ortega, pero sus días están contados. Podrá alargarlos, pero mane, tekel, fares, su fin se acerca. Cuando caiga, su memoria quedará escrita como una de las páginas más aborrecidas de la historia de ese pueblo. Nada más ignominioso que un libertador convertido en verdugo.

vgovaere@gmail.com

La autora es catedrática de la UNED.