Justificar lo injustificable

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¿Por qué muchas personas que apoyan a un líder están dispuestas a tolerarles ideas y comportamientos repugnantes? ¿Cómo hacen para justificar lo injustificable? Estas preguntas, que encuentro apasionantes, no son nuevas: han sido trabajadas desde hace décadas por filósofos (la teoría de la justificación moral), psicólogos (la teoría de la disonancia cognitiva), politólogos (las teorías de la decisión y los incentivos) y, más recientemente, por las neurociencias. Y, como es lo usual, no hay acuerdo entre los científicos sobre la respuesta definitiva a este misterio.

Hay muchos ejemplos sobre esto, desde los intrascendentes hasta los dramáticos: una persona honesta condona al líder de su partido, a quien agarraron en actos corruptos, y termina defendiéndolo. Una estadounidense de origen mexicano apoya a Trump a pesar de sus insultos a los mexicanos y su hostigamiento a mujeres. O un alemán en la época nazi con amigos judíos y homosexuales que justifica su exterminio. O un ciudadano ruandés de origen hutu, buena persona, que acepta que hijos y sobrinos suyos participaran en la matanza de casi un millón de tutsis. El punto de fondo, terrible, es que todos tenemos la capacidad de justificar cualquier cosa.

Cuando uno se topa con fanáticos o con gente dogmática, no hay mucho misterio. Están tan convencidos de que su causa es moralmente superior que cualquier costo les parece poca cosa. No es un problema de ideología: a mis cincuenta y pico de años, me los he topado en todo tipo de ambiente político y social. Son impermeables al diálogo.

Me intriga más, sin embargo, cuando personas razonables justifican lo intolerable. Esa es la masa que puede, de súbito, ofrecer la base social del autoritarismo. El mecanismo en todos los casos involucra quitarle “méritos” a la situación y reinterpretarla: ¿Que su líder político es corrupto? “Cuál es el problema, si todos roban”. ¿Que su líder encarcela y tortura inocentes? “Algo habrán hecho para merecer este castigo”.

En esas circunstancias, la deliberación racional se vuelve imposible y la democracia muere. Lo trágico es que no aprendemos: luego de las guerras mundiales y totalitarismos que nos dejó el siglo XX, estamos entrando en una época en la que cualquier cosa se justifica. Bombardear niños y hospitales, también. Robar, ¿por qué no? Peligrosos tiempos vivimos. Y la única manera que encuentro para no justificar lo injustificable es aprender a escuchar, a tener curiosidad y a poner en duda las “verdades evidentes”. La razón crítica y empática que humaniza a los demás.