Juan Diego I a la carga

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Acabo de terminar de escribirle mi carta al Niño (sí, al Niño, no a Santa Claus, porque yo la deposito en el correo de Santa Lucía de Barva y no en el buzón del mall San Pedro) y con letras grandes y en rojo le puse que me trajera un buen poco de capacidad de asombro.

Porque ni más ni menos eso es lo que se necesita para poder enfrentar la realidad nacional sin pizca de Valium.

¿De qué otra manera sino con una adecuada reserva de sorpresa, podría sobrellevarse la noticia de que Juan Diego I, cual general victorioso, planta sus huestes frente a la Asamblea Legislativa y le quita el sueño de golpe a los diputados?

¿Y la nueva de que los congresistas, encabezados por Antonio I, estallan en indignación porque se sienten amedrentados por semejante demostración de fuerza?

Según los entendidos en despliegues militares, a don Juan Diego I solo le faltó meter unas cuantas patrullas en el Palacio Azul y poner a sobrevolar un par de avionetas cargadas de triquitraques sobre el Parque Nacional.

En cuanto a los legisladores, se dice que hasta llegaron a temer por su vida al ver a los guardias civiles enseñando sus relucientes M1 (mientras ocurrían unos cuantos asaltos en San José y no se descubrían aún dos nuevos cadáveres de mujeres asesinadas).

De ser así, en la próxima protesta de los taxistas deberán estar atentos a las gatas, llaves de rana y marías que les puedan tirar o a los borradores, cuadernos de vida y cajas de tiza conque los amenacen los maestros.

Por favor señores, el caos en materia de seguridad ciudadana es muy serio como para estar dando esta clase de espectáculos. Decisiones, acción, resultados, es lo que el país demanda.

Para eso se les eligió y para eso se les paga.