Jesús vivió como usted y como yo

Resulta que lo más relevante de Jesús para los autores del Nuevo Testamento es que sea tan humano y tan judío como el más ordinario de todos

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“No es particularmente relevante, ni demuestra algún tipo de conocimiento particularmente excepcional”, así fue como un amigo historiador definió para mí lo que él pensaba de Jesús. Él es autor de varias obras y artículos que critican de manera radical todo posible intento de presentar a Jesús como una figura religiosa relevante y digna de atención.

Su finalidad es negar la racionalidad de la fe cristiana. Este amigo español es una persona sincera, que me contó también su desilusión con respecto a la Iglesia. No es el primero, ni será el último en ver en la institución eclesiástica un obstáculo para creer.

Basta con estar atentos a historias similares, a críticas filosóficas o culturales que aparecen en multiplicidad de espacios de pensamiento para darnos cuenta de la difusión de esta forma de ver las cosas.

Esa definición de Jesús para nada contradice al cristianismo. Cuando vemos los textos del Nuevo Testamento encontramos, no sin sorpresa para algunos, un gran vacío de grandiosidad: ¡La figura de Jesús no es la de un personaje imponente y poderoso!

Muchos pensarían que lo más importante de él en esa literatura son los milagros, pero nada más alejado de la verdad, porque él ni siquiera se los adjudica. Resulta que lo más relevante de Jesús para los autores del Nuevo Testamento es que sea tan humano y tan judío como el más ordinario de todos.

Por eso, pareciera inconcebible que estos autores escriban sobre él usando títulos que eran frecuentes para referirse a personajes poderosos e importantes. Esos títulos, sin embargo, fueron dados a alguien sujeto a los vaivenes del mundo, sin que tuviera una voz preponderante, y que fue tan marginal como cualquier otro habitante de la Palestina del siglo primero, o mejor, un condenado a una muerte ignominiosa por gente que lo conocía. ¿Significa esto que sus seguidores orquestaron toda una trama ideológica para engañar a una población necesitada de un mito que hablara de un salvador ilusorio?

Muy humano

Para nada es el caso, porque la debilidad de Jesús es la base para toda posible comprensión de su persona como manifestación de lo divino, según las más antiguas confesiones cristianas. Esto es algo que ya vemos en varios pasajes del Antiguo Testamento, donde la palabra de Dios es comunicada a los profetas, aunque ellos muchas veces terminen siendo víctimas de aquellos que se oponían a su predicación y pensamiento.

Recordemos cómo el libro de Jeremías habla del profeta como un niño que no sabe hablar. Parece ser que en la Biblia la palabra de Dios solo se manifiesta verdadera y real a partir de su rechazo, de la persecución a sus propagadores y en la fe de los que no cuentan para el poder instituido.

Dios parece “apenas un poco diferente de nosotros”, como lo presenta el filósofo Slavoj Zizek. Las palabras de Jesús apenas se diferencian de las nuestras, su vida parece tan ordinaria que ni siquiera sus años antes de su aparición pública fueron escrutados por sus primeros discípulos y escritores del Nuevo Testamento.

Lo único que llama la atención, sin duda alguna, es el exceso de amabilidad, sinceridad, ternura y compasión que muestra Jesús siempre en su encuentro con las personas. Cosas, por otro lado, muy humanas y cotidianas. Pero vivirlas como el criterio de una radicalidad religiosa nos hace pensar seriamente en la orientación de nuestras vidas.

Por otro lado, las consecuencias de una vida llevada de esa manera, ¿por qué tuvo que terminar en una cruz? Como mi amigo, otros buscarán la forma de encontrar las pruebas de que Jesús era una especie de combatiente armado antirromano.

Pero la evidencia es tan insignificante, sea en los textos del Nuevo Testamento (Jesús habla de armas en solo un dicho durante la última cena, la información y las razones de su composición parecen ser más metafóricas que descripciones objetivas: nada raro en sus palabras llenas de imaginación), sea en la literatura extrabíblica (que no se refiere en absoluto a una lucha armada vinculada con Jesús, si bien mantiene su condena como una persona que desafió al imperio), que hace imposible fundamentar esta posibilidad.

Impulso vital

La cruz sufrida por un hombre ordinario, sin embargo, nos puede hablar de la fuerza de lo cotidiano como una oportunidad de humanización. Las actitudes de Jesús, su debilidad y palabra se convierten en un gran desafío para cualquiera, una especie de espejo que muestra la verdad de lo que somos y de lo que intentamos construir con nuestras acciones.

Cuando vemos el mundo de los discursos y de las prácticas injustas en el cual vivimos, lo simple de Jesús se convierte en una cosa extraordinaria y, por ello, en una palabra peligrosa, en una memoria que despierta la necesidad del cambio y en un impulso vital que no nos permite ser indiferentes ante el otro.

Algunos me dirán que hago apología de la fe cristiana. No es mi intención, sino llamar la atención sobre otra cosa: lo fácil que es volver perverso lo que es humano, usando la fuerza del discurso, de la mentira y de la hipocresía.

No quiero decir con esto que mi amigo español sea perverso, por el contrario, su honestidad y desilusión me hablan de humanidad. Lo que me parece alarmante es que somos capaces de construir cruces y condenas a partir de discursos que parecen ser absolutos y buenos, pero que en realidad esconden la pretensión de convertir en divino lo que es simplemente manifestación del egoísmo y del ansia de poseer. Como los discursos y prácticas que llevaron a Jesús a la cruz.

Condenar a una muerte por rebeldía al que quiso hacer el bien es un mensaje extraño, incluso para nuestro tiempo, tan lleno de mediocridades y arbitrariedades. Pero en realidad lo que le ocurrió a Jesús es parte del ejercicio cotidiano de poder que muchos ejercen de manera violenta y despiadada en nuestra sociedad, aun entre la gente sin posiciones, triunfos especiales o liderazgos sociales.

Es fácil construir morales perfectas y absolutas para dejar de oír a los que disienten, a los que sufren marginación, a los que se sienten condenados por los perfectos: ¡Es tan simple dejar de lado la experiencia del otro para reafirmar la soberanía indiscutible de nuestras ideas, que simplemente nos dejamos seducir por una falsa sensación de realización!

El enemigo es humano

La película The Best of Enemies, basada en una historia real en Carolina del Norte, a diferencia de otras obras que muestran cuán depravado puede ser el racismo o la intolerancia, evidencia la necesidad de poner atención a la vida del enemigo. No para comprender cómo diseñar una estrategia para vencerlo, sino para dejarse encantar por aquello que esa vida tiene de humano.

Una tarea difícil de concretar si no es en el desarrollo de una enorme capacidad de escucha, de producir un exceso de ansia por descubrir la verdad del otro en todos los aspectos de su existencia. No hablo de tener informaciones sobre lo que una persona hizo o de conocer sus preferencias personales o de tener información sobre sus faltas morales. Me refiero a lo que significa entender lo que es importante para el otro, lo que para él o ella vale la pena, y por lo cual se está dispuesto incluso a sufrir. Todos llevamos en nuestro interior humanidad, sueños, desilusiones, miedos, alegrías y sinsabores. Todo ello nos va conformando en lo que llegamos a ser.

El descubrimiento de lo humano en el enemigo que realizan los protagonistas de esta historia, al mismo tiempo que procuran defender la verdad de sus diferencias, los hizo convertirse en amigos cuando ni siquiera podían verse y se acusaban uno al otro de inhumanidad, los llevó a conciliar y cambiar.

Este proceso no significó consonancia en todo y, mucho menos, aceptación total de los errores o las altanerías ajenos. Pero abrió una luz de esperanza que hizo de los dos luchadores por tratar de ser más personas, dejando de lado lo que en el pasado los había dividido. Ese grado excesivo de deseo de humanidad, en expresiones de Zizek, de capacidad dialógica y de compasión sincera, es lo que permite cambiar las cosas y comenzar a hacer desaparecer las cruces del odio que sembramos cada vez que preferimos condenar a abrir el corazón.

Lo anterior no implica que se abandone la objetividad para conocer intenciones ocultas. Comportamientos enfermizos y hasta sin cura, o estructuras de vida desalmadas y destructivas tienen que ser objetivamente abordadas. Sin embargo, buscar lo humano nos introduce en el complejo enramado de nuestras contradicciones y necesidades ocultas, de nosotros, seres humanos ordinarios.

Y, por ello, nos coloca en medio de lo que hace sufrir, de lo que nos hace estar preocupados y del miedo que nos vuelve furibundos. Sin ese esfuerzo permanente de apertura al otro, no hay espacio para el encuentro y vuelve a reinar la enemistad y la distancia.

El peligro para el cristianismo

“Ningún conocimiento excepcional”, solo humanidad, decía mi amigo sobre Jesús. No sentirnos superiores, sino abiertos a experimentar la vida con el otro, nos permite relativizar lo que consideramos ser un absoluto. Porque en el fondo, cuando definimos taxativamente lo bueno y deseable, transformamos en un dios hecho a nuestro gusto y semejanza un conjunto de ideas que carecen de realidad existencial.

Ese es el peligro de un cristianismo que olvida al ser humano llamado Jesús de Nazaret, porque se aparta de su mirada profunda y curiosa, haciendo de él una quimera de un dios demasiado cercano a nuestros intereses personales, un ídolo que suplanta toda verdadera trascendencia.

También ese es el peligro de cualquier ser humano que haga de su propia prepotencia la bandera de su política, de su juicio sobre los demás y de sus acciones violentas y condenadoras. La vida solo se recompone entendiéndola, no haciendo recetas de salvación inmediata y certera.

Así, la libertad para expresarse, las narraciones que explican nuestras vidas y el deseo de ser mejores se vuelven esenciales en nuestra democracia. Aun las voces del enemigo, las del otro partido, las de los otros movimientos o instituciones deberían entenderse como manifestación de una comunidad que necesita reencontrarse para dejar de lado todo aquello que nos divide y produce marginación y sufrimiento.

Cuando despreciamos lo ordinario de los otros, rechazamos al mismo tiempo lo que de humanos tenemos. Nos olvidamos así de lo que hemos vivido y soñado, y nos acercamos a la sordera y a la ceguera de los que se constituyen a sí mismos en ídolos para ser adorados.

Pero mientras haya personas que se alegren con la vida ordinaria del vecino o del extranjero que vive entre nosotros, que se conmueven con la simplicidad de un enfermo que necesita cuidado y protección, que saben entender el dolor que a veces se transforma en ira y se vuelven servidores de la búsqueda de la paz, allí donde parece que la violencia es la única solución, nuestra humanidad tiene esperanza de crecer: porque esas personas estarán también dispuestas a cargar una cruz para manifestar en sus palabras y acciones su deseo de reconciliación.

frayvictor@gmail.com

El autor es franciscano conventual.

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