Horizontes: Amores que matan

Al final, quizás, queden enterradas las pasiones por el poder de Juan Orlando Hernández y su gente

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Las aspiraciones democráticas hondureñas se han frustrado más de una vez cuando políticos se han aliado con conspiradores uniformados para hacerse del poder. Con frecuencia el modelo ha incorporado a legisladores, juzgadores y burócratas. No han faltado instancias donde las disposiciones constitucionales se encogen o estiran a gusto del paciente.

Esta constelación lució sus galas allá en el 2009 cuando el entonces presidente Manuel Zelaya sucumbió a los engañosos susurros de la izquierda local y foránea para intentar brincarse la prohibición constitucional a fin de reelegirse. El tufo de este ardid fue demasiado intenso para los sensibles olfatos de empresarios pequeños y grandes, los políticos desafectos a Zelaya, intelectuales demócratas y parte importante de las Fuerzas Armadas.

El consenso anti-Zelaya ahogó el golpe antidemocrático fraguado y su corte de padrinos de la izquierda hemisférica. La televisión trajo a los hogares centroamericanos el desfile de Cristina Kirchner del brazo de los militares chavistas y diputados sandinistas. El paquete se les fue de las manos a Zelaya y sus adeptos.

El contragolpe fue fulminante y los alzados debieron tomar la ruta del escondite e incluso el exilio. Con todo, quedó flotando en la atmósfera de las leyes la sospecha, e incluso el rechazo, de cualquier movimiento para manosear la prohibición constitucional para la reelección presidencial.

El caso del actual presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, guarda importantes diferencias con el patrón Zelaya. En el presente curso de su mandato ha modernizado la lucha contra el crimen y las drogas, la economía se ha revitalizado, la corrupción se persigue como delito grave, las fuerzas policiales han sido transformadas en instrumento crucial contra el crimen en todas sus variedades. Todos estos logros han fortalecido la imagen y el prestigio de Hernández.

No obstante, y como escribió Oscar Wilde, hay amores que matan. Todo parecía apuntar a un endoso sólido para que Hernández permaneciera en su cargo por un período más. Y aunque Hernández dejó guindando en las leyes algunas normas que quizás abrían la puerta a una reelección, el tufillo del manoseo se destapó y frustró sus anhelos políticos. En cambio, el candidato que luce vencedor, Salvador Nasralla, una figura muy conocida de la televisión para niños y hogares, insistió en su mensaje de aliviar la carga diaria de obreros y campesinos que sí acertó. Al final, quizás entierre las pasiones por el poder de Hernández y su gente.

El autor es politólogo.

jaimedar@gmail.com