Hablar o callar

El cineasta Quentin Tarantino escribió que no hay censura más severa que la autocensura

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Un prestigioso neurocirujano inglés, en un libro que me ha puesto a recapacitar sobre ciertos episodios que me dejaron permanente inquietud o dolor, cuenta que cuando su madre yacía en su lecho de muerte, consciente solo a ratos, decía: “Ha sido una vida maravillosa. Hemos dicho todo lo que había que decir”.

¡Decir todo lo que había que decir! ¿Será posible? ¿Exageraba esa mujer, o en su situación la embargaba el síndrome del ocaso, el declinar de sus facultades intelectuales? Tal vez se refería a aquello por lo que valía la pena no callar.

La anécdota me interesó y movió a preguntarme si en un tránsito como ese yo podría decir lo mismo. ¿Cuánto he dicho y cuánto he callado, y por qué? El cineasta Quentin Tarantino escribió que no hay censura más severa que la autocensura, y dada su profesión seguramente sabía muy bien de lo que estaba hablando.

¿Es preferible callar? Sin duda, si uno hace caso de la prevención que hacía Leonardo Sciascia: todos los problemas le vienen al ser humano por no saber quedarse en casa. Es decir, por no mantener la boca cerrada.

No puede hacerse de otra forma, por ejemplo, si uno incurre por necesidad o virtud en la actitud obsecuente de aquel a quien se retribuye su silencio con alguna prebenda o alguna ventaja. Esto se entiende bien si se recuerda el cinismo de un personaje del mismo Sciascia, quien refiriéndose a un subordinado sumiso lo justificaba diciendo: claro que su opinión coincide con la mía, para eso le pago.

En este punto es inevitable traer a cuento a Maquiavelo. En el contexto opresivo de Florencia, escribía en una carta a un amigo: desde hace un tiempo, no digo nunca lo que pienso, ni pienso nunca lo que digo y, si digo a veces la verdad, la escondí entre tantas mentiras que resulta difícil descubrirla.

Hoy, ¿estaría yo mismo excusado si dijera otro tanto? No, si tengo presente el privilegio de pensar y hablar: ¿Se dan cuenta, advierte Simone Weil, de que millones de personas que sufren prácticamente a cada instante, desde que nacen hasta que mueren, es terrible que no hayan aprendido a expresarse?

Admito que lo anterior no es más que una maquiavélica distracción para no opinar, como debiera, acerca de recientes fallos de la Sala Constitucional.

carguedasr@dpilegal.com

Carlos Arguedas Ramírez fue asesor de la presidencia (1986-1990), magistrado de la Sala Constitucional (1992-2004), diputado (2014-2018) y presidente de la Comisión de Asuntos de Constitucionalidad de la Asamblea Legislativa (2015-2018). Es consultor de organismos internacionales y socio del bufete DPI Legal.