Hablar de la libertad

Al país algún santo grande lo protege porque solo por un milagro no hemos perecido.

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Tenemos que hablar, otra vez, de la libertad; hablar de la libertad con libertad. Esto que siempre fue sencillo decirlo es complicado entenderlo en nuestro mundo.

Hoy, la libertad es el caballo salvaje de las praderas de África, Europa, Asia y América, completamente libre. Libertad sin control, sin riendas que la conduzcan.

“Sancho (decía hace como quinientos años nuestro don Quijote) la libertad es el bien más grande que los dioses han otorgado a los hombres”, expresión que no pocos filósofos ponen en duda en cuanto sea algo que solo los dioses pueden otorgar. Pero, en todo caso, sí parece cierto que es el bien más grande que los hombres podemos recibir o, quizá, dicho con mayor propiedad, que debemos conquistar.

De nuevo es necesario hablar de la libertad hoy. Necesario, pero complicado, pues podría ser que no podamos.

Leemos, escuchamos de manera permanente –en París como en Nueva York– de lo maravilloso que es el Estado de derecho que hemos construido. Parece que tanto los de arriba como los de abajo, los de la izquierda como los de la derecha, aceptan como satisfactorio haber logrado esta buena institución. Todos de acuerdo, pero sin meditar detenidamente algunos en lo que verdaderamente consiste.

Si lo hicieran, tendrían que admitir que no solo es de derecho sino también social. Una organización superior, organizada políticamente, jurídicamente, económicamente para el bienestar y el desarrollo de la sociedad.

Un Estado con autoridad para aprobar una ley y con poder para aplicarla. Una organización que está garantizando el orden mediante el sometimiento general a la ley según la directriz que señala el pueblo al depositar el voto en la urna electoral. Todo lo que entendemos por democracia política.

Corriente de excesos. Lo que sucede ahora es que nos encontramos con la corriente universal de los excesos, menospreciando el consejo clásico de los filósofos que descubrieron el término medio como el recto camino que conduce a la virtud, casi a la religiosidad democrática.

Por allí iba la dirección hasta que alguien reclamó la libertad total, manifestando que solo era aceptable la libertad de comercio cuando fuera absoluta, sin ley que la regule.

O sea, la destrucción de todo lo que se había conquistado con gran esfuerzo y sacrificio a lo largo de los siglos: el Estado social y democrático de derecho, la ley por encima de todo, evitando impulsos salvajes que la genética humana conserva. La rienda para impedir que la bestia se desboque.

Sí, Sancho amigo, la libertad es el mejor bien que hemos recibido los hombres; pero lo que no dijo con claridad don Quijote es que se trataba de un bien que era necesario regular para que no se desbocaran los caballos salvajes por las grandes praderas del mundo.

Todas las verdades, absolutamente todas, fueron expresadas por Sancho y don Quijote y algunas recogidas tiempo después por Voltaire. Pero esas verdades hay que leerlas entre líneas porque nunca ha sido posible hablar con clara sinceridad cuando se tiene enfrente un tribunal de inquisición que, como todos los de su clase, siempre estuvo lejos de la santidad.

Con las ideas de la democracia corporativa, de los enemigos del Estado y la ley de los mercados como única con supuesta capacidad de regular la economía, nuestra democracia se ve a palitos para sobrevivir.

Si a lo anterior agregamos nuestra propia realidad institucional, de partidos políticos que se han autodestruido en su casi totalidad, de otros grupos que aprovechan el vendaval para pretender la imagen de partidos sin lograrlo y de una asamblea de diputados que quizá sea única en el mundo que no tiene un solo político de verdad, podríamos llegar a la conclusión de que a este país algún santo grande lo protege porque solo por un milagro es que no hemos perecido.

Buen trabajo. Carlos Alvarado, nuestro presidente, nos está resultando bueno. Como sin querer ha logrado aprobar el plan fiscal, ha generado una confianza en el gobierno que había desaparecido.

Con carácter firme, sonrisa de niño bueno y suerte envidiable que lo acompaña, ha logrado lo que otros presidentes no pudieron. Tenemos que apoyarlo, porque es lo uniquillo que tenemos en nuestra pisoteada arena política.

No dejemos de hablar de la libertad, de la libertad con libertad. De ese valor, de esa virtud, de esa doctrina, de ese principio y fin de la democracia, pero entendida siempre, la libertad, como el derecho irrenunciable que tiene el pueblo de obtener lo que no tiene todavía.

El autor es abogado.